Hay jinetes de luz en la hora oscura
Luis Núñez Ladevéze | 22 de agosto de 2019
El movimiento #MeToo ha conseguido que no haga falta pruebas, ni procedimientos judiciales, ni sentencias, ni presunciones de inocencia para desacreditar a algún varón antes de que pueda ser probada su culpa o declarada su inocencia.
Se ha conseguido que no haga falta pruebas para desacreditar a alguien antes de un juicio.
El escándalo se compra y se vende porque forma parte del negocio.
He visto La voz más alta, título castellano de la serie presentada por Movistar sobre la cadena FOX de televisión, que encaramó al poder al partido republicano en Estados Unidos. Russell Crowe encarna a Roger Ailes, el periodista que fundó Fox News, no tanto de la nada como de la mano de Rupert Murdoch, el magnate australiano de la prensa y la televisión que adquirió el Times londinense y pasó a competir con la industria informativa norteamericana al encomendar a este influyente periodista la tarea de crear la FOX para competir con la CNN.
Me detendría en la extraordinaria caracterización que hace Crowe de su personaje, si mi intención fuera hacer un comentario de los valores audiovisuales de la serie, pero no es la cuestión. Lo que me llama la atención en días de asueto estival es la coincidencia de esta producción con el despliegue alcanzado por la inicitiva #MeToo, iniciada hace dos años contra el director de cine Harvey Weinstein y que ha mordido presa, en estos días veraniegos, en nuestro más reconocido tenor y director de ópera Plácido Domingo.
Han conseguido que no haga falta pruebas, ni procedimientos judiciales, ni sentencias, ni presunciones de inocencia para desacreditar a algún varón antes de que pueda ser probada su culpa o declarada su inocencia
Tan torpe es creer en casualidades como en confabulaciones. No hay una confabulación oculta en el mundo para que el movimiento #Metoo prosiga su campaña de recusaciones, pero tampoco se debe a la casualidad que sean los medios demócratas los que sirvan de escaparate para el oprobio social de los acusados.
Prendida la mecha del acoso sexual, ya no hay quien pare el incendio. Y en verano, ya se sabe, los incendios se producen con solo encender la cerilla en el lugar y momento propicio para su propagación. La ingenuidad profesional, puede servir en bandeja el alimento de este feroz populismo desatado para desacreditar a ilustres representantes de uno de los sexos de la especie humana, menospreciar las virtudes conservadoras y debilitar los vínculos familiares. Para servir de instrumento al inconformismo feminista que caracteriza al progresismo de esta época nació Me too. De eso se nutre.
Lo principal es que se trate de un varón selecto, reconocido por su éxito, que la acusación no se realice en el momento de los hechos que se difunden y, preferiblemente, que se trate de un conservador
#MeToo ha conseguido que no haga falta pruebas, ni procedimientos judiciales, ni sentencias, ni presunciones de inocencia para desacreditar a algún varón antes de que pueda ser probada su culpa o declarada su inocencia.
De la noche a la mañana se dispone de un arma de ataque especializada para usarla contra cualquiera del sexo, antaño llamado fuerte. Lo principal es que se trate de un varón selecto, públicamente reconocido por su relevancia social o su éxito, que la acusación no se realice en el momento de los hechos que se difunden y, preferiblemente, que se trate de un conservador.
Baste que se rememore a destiempo una conducta pasada para que el seleccionado ya se vea obligado a actuar a la defensiva. Basta remitirse a anticuados hábitos del pasado para pasar a juzgarlos desde la farisaica lógica del presente. Farisaica, claro, porque no hay ninguna acusadora que haya probado su fortaleza o expresado su aprecio por una virtud que en ningún caso hizo falta que alguien pusiera a prueba.
Una lógica que se alimenta interesadamente a sí misma recurriendo al populismo. El escándalo se compra y se vende porque forma parte del negocio. Como basta con impulsarlo, y la popularidad y el éxito del acusado pueden resultar comprometidos, puede compensar más un apaño conciliatorio a tiempo a cambio de no que no se eche más leña al fuego. No parece ser este el caso de Plácido Domingo.
A socorrer su imagen han salido tantas mujeres que no parece que las desacreditadoras puedan alcanzar su propósito. Pero no se trata solo de que Plácido Domingo resulte estar por encima de la melée, como todo parece indicar.
? COMUNICADO:
El Teatro Real de Madrid reitera a Plácido Domingo su admiración y reconocimiento por todo lo que representa su extraordinaria carrera para la lírica española e internacional (…) ➡ https://t.co/nq74PkDJpG pic.twitter.com/SSDwCxmP9h
— Teatro Real (@Teatro_Real) August 17, 2019
Lo que importa es que el procedimiento haya pasado de ser un recurso para restablecer una virtud mancillada, cuya rememoración a destiempo hace su aprecio dudoso, a convertirse en una estrategia acosadora disfrazada de antiacoso, una fórmula que está probando su eficacia como instrumento ideológico de presión social.
No es casualidad que Robert Ailes, el protagonista encarnado por Russell Crowe en la La voz más alta, haya sido uno de los artífices de la victoria de Donald Trump en las elecciones. Pasa ahora por ser un acosador sexual que empaña la victoria republicana como fruto de la parcialidad informativa y de las estrategias amarillistas de un depredador sexual.
Pero llama la atención que, teniendo a la mano, un caso aún más interesante y expresivo como el de la becaria de Bill Clinton, la industria de producción televisiva no haya todavía reparado que en el bando demócrata tiene tan exquisitos ejemplares para ilustrar una producción audiovisual como el republicano.
Hace poco se estrenó Los vicios del poder, película sin desperdicio de McKay sobre Dick Cheney, que ha pasado a ser como el vicepresidente más poderoso de Estados Unidos por haber conseguido engatusar a su jefe George Bush con la existencia de armas de destrucción masiva y llevarle a la guerra de Irak. Dick Cheney es tan amoral o más y tan republicano o más que Robert Ailes. Y qué sorpresa, como defensor de valores republicanos conservadores, principalmente la familia, lo que queda en evidencia es el sentimiento familiar cuando la hija mayor se casa con otra mujer y la menor se presenta a senadora declarándose en contra del matrimonio homosexual.
Como audiovisualmente no tiene desperdicio, los vicios del poder son los del vicepresidente, (vicepresidente en inglés es vice). Optó por ocho Óscars en la última gala antirepublicana de Hollywood, aunque solo consiguiera el de mejor actor.