Hay jinetes de luz en la hora oscura
Jaime García-Máiquez | 04 de septiembre de 2020
Decir que el pecho de la mujer no pertenece al ámbito de lo sexual es negar la naturaleza misma con el fin de imponer un adoctrinamiento inmoral.
Más de la mitad de las jóvenes españolas –según las encuestas- ha practicado el topless alguna vez. Es el doble que la media mundial. Tras pasar la mitad del verano en las ardientes playas del Sur, uno se sorprende de que el tanto por cierto no sea aún más elevado. Es un phecho relevante para comprender la sociología española que merece una reflexión.
El desnudo me gusta, naturalmente. Más aún, tengo por él una reverencia sobrenatural. Y he de reconocer que he reflexionado desde mi sombrilla contemplando esa habitación con vistas al precipicio del fetichismo. Frente a las chicas jóvenes, leprosas de absurdos tatuajes y con algún que otro perdigonazo de piercing, me han subyugado sobre todo esas respetables señoras, hermosas como un Rubens y desolladas como el buey de Rembrandt, que recordaban la famosa escultura (no consigo salir del ámbito de arte) de la famosa venus o diosa de Willendorf.
La esculturilla, que se conserva en el Museo de Historia Natural de Viena, apenas mide lo que un boli Bic de alto y la tallaron hace unos 23.000 años. Su abdomen, vulva, nalgas y mamas son extraordinariamente voluminosos, como corresponde a una diosa madre o diosa de la fertilidad, mientras que su rostro está oculto en una especie de capucha o de peinado a base de trenzas. Sus bracitos se doblan sobre sus senos. Los pies no se han representado o se han perdido en las playas del tiempo.
La piedra caliza estuvo tintada de un color ocre rojo, lo que le daba un cierto aspecto a tierra húmeda y fértil de simbolismo seguramente sagrado, pero que a mí me ha recordado al tostado que lucían mis diosas de Willendorf este mismo verano, tan parecidas en todo a la escultura, igualmente sin pies ni cabeza.
Ir acompañado a la playa por tres hijos cada vez más grandes me ha hecho preguntarme cosas grosso modo: ¿por qué se desnudan todas estas señoritas delante de todo el mundo?; ¿por qué gastan su tiempo superproduciendo melanina en su encantadora piel rosada?; ¿qué pinto yo en este descampado, estudiándolas?; ¿qué piensan mis hijos?; y mi mujer, ¿qué dice?
A principios de la década de los 20 –es decir, hace un siglo-, Coco Chanel empezó a lucir su insólito moreno en París, poniéndolo de moda. Prácticamente a la vez, por una de esas casualidades que nos vienen al pelo a los articulistas, la mítica Joséphine Baker, La venus de ébano, La perla negra, La diosa criolla, bailaba en topless en la Revue Nègre, provocando el furor en la misma ciudad.
Digamos que las dos semillitas del topless estaban plantadas. Germinaron a comienzos de los años setenta, momento de eclosión de la revolución sexual. Lo interesante y núcleo de la cuestión es que nació como una liberación del cuerpo de la mujer, como forma de abogar por la igualdad de hombres y mujeres, como expresión de un «naturalismo» que piensa que es desnudez y no sexo.
Decir que el pecho de la mujer no pertenece al ámbito de lo sexual es negar el arte, la moda, el cine, la publicidad, el erotismo… Incluso la violencia contestataria de Femen
Está muy bien, claro. El único inconveniente es que, una vez más, todo es mentira. Decir que el pecho de la mujer no pertenece al ámbito de lo sexual es negar –porque lo dicen ellos- el arte, la moda, el cine, la publicidad, el erotismo… Incluso la violencia contestataria de Femen o la prohibición de acceder a lugares nudistas a todos aquellos que no lo practiquen. Es negar la naturaleza misma con el fin de imponer un adoctrinamiento inmoral. Y que puede terminar siendo otra vez el viejo machismo disfrazado de feminismo radical.
El exorcismo del pudor al que somete la liberación sexual a la mujer es el suicidio de una parte fundamental de su intimidad, y su exhibición pública la despersonaliza dramáticamente. El Hombre y la Mujer se dan cuando quieren y a quien quieren, y de ahí que el filósofo Leonardo Polo llegue a la radical conclusión de que «el que no tiene pudor es incapaz de amor personal».
En la batalla atroz y solapada contra la moral cristiana, el pudor se ha tachado de Tabú, con el fin de convertirlo en un prejuicio monjil. Pero habría que recordarles, en palabras de su admirado Sigmund Freud, que «donde hay un tabú hay un deseo».
Es de una alegría chestertoniana que seamos los católicos crónicos los que hayamos acabado defendiendo como sagrado el ámbito del placer prohibido
El tobillo, que tanto excitaba a nuestros bisabuelos, no lo hacía por ser una exótica, erótica, erógena articulación que une el pie con el resto del cuerpo, sino porque su visión estaba prohibida. Es de una alegría chestertoniana que seamos los católicos crónicos los que hayamos acabado defendiendo como sagrado el ámbito del placer prohibido.
Con la región anterosuperior lateral del tronco femenino humano que contiene glándulas exocrinas sucede exactamente lo mismo. Y de tanto ponerlo e imponerlo en las playas nos están robando ese valioso patrimonio de la humanidad.
Además, el misterio del pecho desnudo –¿habrá que recordar incluso esto?- solo brilla de verdad en la sombra, solo alcanza su verdadera perfección sublime en la penumbra. Lo que estaba pensado para lucir en la noche oscura del alma se oscurece a la impertérrita luz del día.
A estas alturas de la bajamar de todo, suena a imposible dar entre nuestra larga costa una parcela casta a las familias, a los jóvenes que quieran preservar heroicamente su inocencia, a aquellos matrimonios mayores que sin más no querían pasear entre desnudos. Cada cual a su playa, y el sol en la de todos.
Hoy esta libertad de elección es una utopía irrealizable gracias a la liberación sexual, a la libertad de conciencia, a libertad de expresión, a la libertad de género…
Gracias al feminismo radical, las mujeres tienen miedo a ser violentadas físicamente, y los hombres a serlo psicológica y legalmente. Este hecho vicia la relación entre ambos, que es la base de la familia.
Cuatro mujeres de épocas muy distintas que aportan valores que no distinguen de sexos y que son capaces de transformar el mundo.