Hay jinetes de luz en la hora oscura
Javier Díaz Vega | 03 de octubre de 2020
Es incómodo hablar del suicidio. Nos estamos acostumbrando a huir del sufrimiento, a no querer mirarlo a la cara o incluso a tratarlo con una frialdad estadística que prefiere no descubrir que detrás de cada dato hay una persona, y con ella una familia, una historia rota por un dolor muchas veces incomprensible, inesperado y lleno de interrogantes.
El 3 de octubre es el cumpleaños de mi madre. Este no es otro año en el que aparece cierta nostalgia por no poder escuchar su voz agradecida o su alegría ante las atenciones propias de un día así, sino que aparece el sabor de una memoria agradecida aún marcada por el dolor en muchas de sus páginas: mi madre se suicidó en diciembre de 2009.
Este es el punto de partida de mi libro Entre el puente y el río: una mirada de misericordia ante el suicidio, publicado por la Editorial Nueva Eva y que ya se puede adquirir en diferentes plataformas de venta online a través de la página de la editorial, y que a través del ensayo autobiográfico aborda un tema ensombrecido por el tabú y el inmenso dolor que causa: el suicidio.
Entre el puente y el río
Javier Díaz Vega
Editorial Nueva Eva
160 págs.
14,95€
Es incómodo hablar del suicidio. Ya sea como un acto reflejo o manejados por los medios, como sociedad nos estamos acostumbrando a huir del sufrimiento, a no querer mirarlo a la cara o incluso a tratarlo con una frialdad estadística que prefiere no descubrir que detrás de cada dato hay una persona, y con ella una familia, una historia rota por un dolor muchas veces incomprensible, inesperado y lleno de interrogantes. Quizá en los últimos años ha crecido la relevancia social de este tema y somos cada vez más los que alzamos la voz. No es para menos, en un país donde los últimos datos (2018) hablan de prácticamente 10 suicidios al día.
Pero este libro no es un estudio integrado de varias ramas científicas para abordar todo el problema, dado que me hubiera llevado años verme con la autoridad intelectual para atreverme a ello. Se trataba sobre todo de contar mi propia historia, la experiencia del suicidio de mi madre, explorando de nuevo todo lo que viví aquel día gris y la época siguiente llena de los claroscuros propios del proceso de duelo, donde el dolor se entremezclaba con preguntas sin respuesta y con la negra sombra de la culpa que rodea este tipo de duelo, término que ya no solo adquiría de pleno el significado de su raíz latina dolus, «aflicción», sino que también se revestía del sentido de otro vocablo latino: duellum, «combate». Un combate irrenunciable donde solo la esperanza podría iluminar tal batalla.
Dichosas sean las lágrimas de melancolía mezcladas con el consuelo y la esperanza también redescubiertas, como esa fuerza misteriosa que ha hecho que pudiese durante años contarlo
Pero aparte de contar una historia personal, es necesario no dejar de hablar de datos, factores de riesgo y protección, luchar contra algunas ideas falsas acerca del suicidio y recoger diversos recursos de ayuda. En el libro también aparece esto, aunque de forma secundaria a ese primer objetivo de ruptura del tabú, de cuya existencia es fácil percatarse.
Con esta primera idea se puede entender que el libro no haya sido fácil de escribir ni creo que sea cómodo de leer. No lo he escrito echando humo por las orejas, sino, en muchos momentos, lágrimas por los ojos. Sin embargo, el primer fruto de esta obra ha sido sanador en mi propia vida. Hacer de nuevo un ejercicio de memoria te enfrenta a las partes más profundas del corazón, donde descubres cicatrices a medio camino, sanadas en parte y con alguna costra. Todos hemos tenido costras que, endurecidas, nos hemos empeñado en arrancar prematuramente aun a riesgo de que volviesen a sangrar, con la consiguiente riña paterna. En este caso, sin embargo, tocar y tirar de esas costras sí ha erizado la piel y sacado lágrimas, pero no sangre. Y al caer, han dejado al descubierto una piel renovada y limpia, mas no insensible al dolor ajeno.
En verdad la vulnerabilidad nos hace fuertes y esta fortaleza no está reñida con la ternura. Por eso una de las cosas que más me han ayudado a escribir ha sido recibir (e incluir en el mismo libro) otros testimonios acerca del suicidio, vividos en primera persona por intentos afortunadamente fallidos o por el doloroso duelo de los familiares. En buena parte, la dureza y las dificultades compartidas, lejos de acrecentar las sombras, iluminan los consuelos y ayudas recibidas y dan sentido a cualquier palabra de aliento ofrecida.
En los últimos años ha crecido la relevancia social de este tema y somos cada vez más los que alzamos la voz. No es para menos en un país donde los últimos datos hablan de prácticamente 10 suicidios al día
Así pues, dichosas sean las lágrimas de melancolía mezcladas con el consuelo y la esperanza también redescubiertas, como esa fuerza misteriosa que ha hecho que pudiese durante años contarlo y, en este último, escribirlo para poner un granito de arena contra ese tabú persistente. Y dichosa la memoria agradecida a mi madre como una mujer alegre a pesar de su constante lucha contra la depresión.
He intentado escribir mi propia experiencia desde un punto de vista humano, en primera persona, pero también con la honestidad de no restar nada de mi propia vida al relato, por lo que la fe católica, tanto de mi madre como mía y de muchos de los que acompañaron todo el proceso, atraviesa la historia, llena de preguntas trascendentes y del profundo anhelo de encontrar sentido en medio de todo el sufrimiento. Por eso la obra quiere mirar a Quien ha sufrido con nosotros, para que nuestras cicatrices tengan sentido, porque sus heridas nos han curado.
Muchas personas e historias forman parte de este libro, en un entramado largo que llega al propio corazón cicatrizado. Un corazón de hijo que, además de haber heredado en gran parte la fe de su madre -y el color de sus ojos-, ha aprendido a mirar cara a cara el dolor y ha podido descubrir la esperanza y la misericordia justo allí, entre el puente y el río.
Pd. Feliz cumpleaños, mamá.
«La pandemia ha sido una oportunidad para estrechar la relación con la familia y reflexionar sobre lo fugaces que podemos llegar a ser todos», afirma el psicopedagogo y mediador Fernando Arranz.
Millones de familias, sin distinción de clase o pertenencia política, han sentido la necesidad de proteger a los mayores, de tomar medidas excepcionales y paliar su debilidad.