Hay jinetes de luz en la hora oscura
Juan Pablo Colmenarejo | 29 de diciembre de 2020
La pandemia se cruzó en el camino, pero Sánchez e Iglesias se abrazaron para salvarse. España cierra 2020 con más miedo al virus y viendo cómo su Gobierno espera que otros le resuelvan los problemas.
Objetivo cumplido: el primer año del Gobierno de coalición mantiene a Pedro Sánchez como presidente. La obviedad adquiere categoría. Al fondo, lo trascendente. Desde la formación de Gobierno -como regalo de Reyes- hasta la actualidad, ambas partes han conseguido que la moción de censura del 1 de junio de 2018 se consolide como el inicio de cambio de ciclo en España con desenlace incierto. Aquella reunión de votos a favor del candidato Sánchez consolida ya los primeros cimientos con los presupuestos generales del Estado para 2021.
Aunque no se correspondan con lo que España necesita, por lo menos así lo afirma el consenso de los economistas, lo relevante es que con dichas cuentas hay pegamento para lo que queda de legislatura. El actual presidente del Gobierno se imaginó en la Moncloa desde finales de 2015 y, por supuesto, tras las siguientes elecciones de 2016. La suma del conglomerado Frankenstein ya daba para alcanzar el poder en ambos meses poselectorales. Entonces, no hace tanto tiempo, todavía el PSOE tenía vida propia, al margen de quien fuera su máximo dirigente, y lo impidió.
La posibilidad de ensamblar todos los pedazos existía desde el final de la mayoría absoluta de Mariano Rajoy. El hoy presidente echó la cuenta dos veces, una por cada noche electoral, con solo 84 diputados. Dos días después de la primera, el 22 de noviembre de 2015, rechazó la gran coalición que le ofreció Rajoy en la Moncloa: «No es no». El iniciador del bloqueo político salió escaldado de su partido, que lo echó por una ventana para desatascar la investidura de Rajoy. A la vuelta, lo primero que hizo fue disolver el partido por dentro para dejarlo hueco. El PSOE es de Sánchez y los independentistas tienen a Pablo Iglesias como representante.
La gran novedad de estos últimos doce meses radica en el movimiento que el líder de Podemos ha hecho para engordar su influencia en el Gobierno, gracias a los acuerdos de conveniencia con ERC y Bildu. Iglesias retrocede en votos, pero avanza en escaños. La pandemia se cruzó en el camino del Gobierno formado tras el retroceso electoral de unos y otros. Se abrazaron para salvarse mutuamente. Ni rastro de los desprecios y descalificaciones de la campaña. Sánchez quería permanecer e Iglesias solo llegar, solo necesita alcanzar el poder una vez para desplegar su activismo dentro de las instituciones.
Tanto la ley de educación como la de eutanasia y el suicidio asistido recuperan la agenda ideológica que ambas partes desarrollan con la ayuda de los socios de la extrema izquierda independentista
El tándem formó Gobierno, pero para otra cosa bien distinta que la gestión. De marzo a junio se les bloqueó el camino. La primera oleada del virus no permitía nada que no fuera difícil y, por supuesto, alejado del pacto. Bien es cierto que Iglesias vio en la alarma una oportunidad que todavía practica. Sánchez se apresuró a dar por cerrado el inoportuno caso en cuanto la curva dio señales de flaqueza. Desde que soltó la gestión del virus a las comunidades autónomas ha regresado a su afán conservacionista del poder. La coalición gubernamental reparte sus papeles, aprueba leyes para todos, pero sin reconocer la existencia de una mitad del Parlamento.
Tanto la ley de educación como la de eutanasia y el suicidio asistido recuperan la agenda ideológica que ambas partes desarrollan con la ayuda de los socios de la extrema izquierda independentista. España cierra 2020 con más miedo al virus -la tercera ola, u oleada, ya está aquí desde el final del puente de diciembre-, viendo cómo su Gobierno se desentiende y espera que otros le resuelvan los problemas con las vacunas y los fondos europeos. El acoso a la Corona sigue como si fuera fruto del mismo pacto. La frialdad de los socialistas deja hacer a los socios neocomunistas, que con los independentistas anti-78 braman como si se tratara de un linchamiento.
La institución aguanta las embestidas de una parte del Gobierno como nunca había ocurrido desde la fundación de la democracia del 78. Solo en un año de acoso hemos llegado al discurso de Navidad con el rey sometido a un examen que ni se merece ni ha lugar. Un año de legislatura, a pesar de la COVID-19, da para mucho. Quedan otros tres.
El candidato del PP a la Generalitat afirma que su partido «es el único que en Cataluña defiende la propiedad privada, la libertad educativa y los impuestos bajos».
Las Nuevas Generaciones discurren en la actualidad por una agonía y una parálisis que contrasta con la organización juvenil que hace unos años fue pujante y símbolo de la lucha por la libertad en territorios como el País Vasco, donde el nacionalismo la acosaba constantemente.