Hay jinetes de luz en la hora oscura
Jaime García-Máiquez | 29 de noviembre de 2019
La actual maquinaria política a la que llamamos Democracia es un sistema de poder basado fundamentalmente en la publicidad… y ni siquiera esto es cierto.
Hay un cuento de Jorge Luis Borges titulado Utopía del hombre que está cansado, que forma parte de El libro de arena, en que narra la visita al Futuro de un escritor argentino de cuentos fantásticos y profesor de letras inglesas llamado Eudoro Acevedo, en fin… el propio Borges. El protagonista se entrevista en una casa en medio de una llanura desierta con un misterioso y gris personaje. En un determinado momento, le pregunta: «¿Qué sucedió con los gobiernos?/ [el hombre del futuro le cuenta:] Según la tradición fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos». ¿Es este el futuro de la Democracia?
Grandes pensadores, desde Aristóteles (la democracia es el gobierno del pobre sobre el rico), pasando por los “padres” de Norteamérica John Adams (la democracia degenera en anarquía) o James Madison (la democracia es incompatible con la seguridad personal y la propiedad privada), llegando a nuestros días con Bryan Caplan (El mito del votante ocasional, 2007), Alex Kaiser (La tiranía de la igualdad, 2015) o Jason Brennan (Contra la democracia, 2016), evidencian las grietas de una democracia que ahora, de una manera más evidente, se nos está cayendo a trozos de las manos.
La actual maquinaria política a la que llamamos Democracia es un sistema de poder basado fundamentalmente en la publicidad, en la que, una vez que se ha elegido a un Gobierno con mayoría absoluta, este se adjudica una legitimidad desproporcionada (despotismo democrático, que acaba siempre –como decía Julián Marías en La libertad en juego– por ser cada vez más despótica y menos democrática); y, en cambio, si es elegido sin mayoría, el chantaje de las minorías necesarias para pactar lo hace débil y extraordinariamente injusto. Pero la verdad es que ni siquiera esto es cierto…
Pensemos en las pasadas elecciones. De las 36.893.976 personas con derecho a voto, lo ejerció el 69,8% de la población, que en un 28% eligió al partido vencedor, el PSOE. Es decir, que del 100% de la población con derecho a voto, el 18% eligió el PSOE, algo más de la mitad de la gente que se abstuvo, que fue el 30,2%. Podría decirse que la indiferencia política ganó holgadamente las elecciones. Pero aquí no acaba nuestra realidad democrática…
El partido más votado ha decido preguntar a sus afiliados (evidentemente, antes de preguntar ya sabía el resultado, es todo una vergonzosa puesta en escena) si acepta la fórmula propuesta de alianza con el partido comunista para la próxima legislatura. Teniendo en cuenta que el PSOE tiene unos 185.000 afiliados, e imaginando que han votado todos, estos han apoyado en un 92% el pacto, lo que quiere decir que el 0,3% de la población de nuestro país ha tenido la última palabra para decidir el Gobierno de todos. Pero, y ya lo siento, la borrachera de necedad continúa…
En realidad, la pregunta a ese 0,3% de la población española era solo la tapadera de la “verdadera” pregunta, que se presentaba a los afiliados socialistas como una dramática sentencia de muerte: “¿Quiere Ud. que los dos grandes partidos de Izquierda nos pongamos de acuerdo –como tantas veces hemos hecho desde la Transición– en todo lo que nos une (que son, como Ud. sabe, tantas y tan hermosas cosas) y hagamos entre los dos una sola fuerza política de progreso e igualdad?, ¿o, por el contrario, ha pensado Ud. (pues todo es respetable, por supuesto) que prefiere el bloqueo político, la inestabilidad económica, la paralización presupuestaria… que desembocará en unas nuevas elecciones donde la ultraderecha, xenófoba y violenta, anticonstitucional y antidemocrática, seguirá creciendo hasta hacerse una fuerza imposible de frenar en nuestra nación y la de nuestros hijos?”.
«Inventan los males que denuncian para justificar el bien que proclaman», suspiraba estoico san Nicolás Gómez Dávila. Ante esta comparsa, cabe preguntarse si debemos esperar algo bueno, y serio, y real, de esta democracia que se desquebraja. De cualquier democracia.
Aristóteles dixit (POLÍTICA, 1317ab; en Gredos 1988, pp. 367-371) que «el fundamento del régimen democrático es la libertad», pero al tergiversarse las preguntas, y el mensaje, y al enemigo político, etc., se está manipulando nuestra inocente y justa libertad de elección, y con ella la libertad social posterior. Un mes antes de las elecciones de marzo de 2004, el historiador Javier Tusell hablaba en una entrevista del terror (que él tenía, se entiende) por que el PP… no ya ganara, que estaba cantado por las encuestas, sino que revalidara su mayoría: «Sería terrible y peligroso, una catástrofe colectiva, que el PP volviera a tener mayoría absoluta».
El atentado de unos días más tarde dio la victoria al PSOE, y demostró cómo se puede manipular fácilmente la libre elección democrática del ciudadano. En aquel caso fue un atentado, pero podría ser en el futuro un secuestro, un caso de corrupción, un escándalo, una noticia falsa que aparece en el momento oportuno. Lo que parece dar la razón al impagable filósofo Gregorio Luri (El amparo de las sombras. La isla de Siltola) que con cínica lucidez sentencia que «la democracia es el gobierno de la emotividad pública por la emotividad pública y para la emotividad pública»; y eso no puede ser.
Después de todo lo dicho, confesaré para terminar que yo creo en la democracia, en una democracia acaso ideal, en aquella un tanto romántica que «consiste en ver en cada silla un trono» (Chesterton, Un buen puñado de ideas. Renacimiento, 2018, p. 109) y no al revés, en la que siente como sagrada la igualdad y la libertad de cada hombre, que es más razonable, inteligente y sensible que la Masa, aquella democracia que añoraba el admirable Alexis de Tocqueville (1805-1859), entendida como un hecho social, un diálogo, un compromiso entre vecinos, y no un complejo procedimiento para elegir autoridades… ¿Quiénes son, al fin y al cabo, los políticos para inmiscuirse entre nuestras decisiones y aquellos expertos capaces de llevarlas a cabo?
Sería una revolución política deseable que con medios telemáticos pudiéramos elegir individualmente cada decisión que nos afecte (¿no es esto soberanía del pueblo?) y, libres ya incluso de unos partidos políticos y sus paquetes de proyectos encapsulados, poder votar indistintamente lo que queramos, como votantes de Podemos para unas iniciativas culturales y como votantes de Vox para las sociales. Una Democracia Total.
Una vuelta a las urnas supondrá, previsiblemente, un repunte del bipartidismo. El precio será el de seguir cansando a los ciudadanos y desgastando su confianza hacia las instituciones del Estado.
Vas a servir a España y a tus conciudadanos, no a servirte. Eres leal a las ideas y principios. Es un gran honor y una gran responsabilidad que te presenten, aunque no salgas.