Hay jinetes de luz en la hora oscura
Guillermo Garabito | 28 de enero de 2021
Illa es el sanchismo encarnado, pero en catalán. Un tipo que ha convencido a unos cuantos españoles, a base de salir muchas veces en televisión, de que puede arreglar algo.
Mientras el Titanic se hundía, tocaba la orquesta, y aquí, mientras España naufraga en una pandemia desoladora, Pedro Sánchez sigue con su estrategia política. Y esos cálculos exigen que el ministro de Sanidad –media cabeza visible, o de turco, de la gestión de esta crisis– abandone el barco en mitad de lo peor de la pandemia y se vaya a ganar elecciones a Cataluña, porque así lo manda Pedro Sánchez y su palabra es el CIS. En eso consiste exactamente el sanchismo, en que setenta mil muertes –arriba o abajo– son asumibles si sirven para parir un candidato. Y si no, esperen a que Fernando Simón, la otra media cabeza de este drama, acabe de alcalde de Zaragoza si el PSOE lo ve claro.
Tienen los políticos, cuando llegan a Moncloa, siempre este complejo de INEM, de colocar a los suyos rapidito para que empiecen a copar poder, más que a producir. Y, con esa estrategia, el PSOE de Pedro Sánchez pone a Illa en Cataluña, pondrá a María Jesús Montero en Andalucía si los astros de Tezanos se alinean y pondrían a su propia madre en venta si eso les hace conservar el poder una tarde más. Y cuando todo se complique, y las encuestas vayan a la baja y las hemerotecas se les rebelen, sacarán a Franco otra vez, como si se tratase de Rodrigo Díaz de Vivar, y lo pasearán un rato por la palestra mediática y a ganar.
En España somos así. Lloraron la muerte de un perro como si hubiese muerto nuevamente Joselito el Gallo, rey de los toreros. Hicieron especiales, coparon el prime time durante días y acusaron de negligencia al Gobierno de Mariano Rajoy por salvarle la vida a una enfermera, gestionar sin más altercados la crisis del ébola y tener que sacrificar a un perro. Pero estos son precisamente los que ahora, un año y más de cien mil sanitarios contagiados después, hablan del ‘efecto Illa’ como de una supuesta ventaja electoral. Y a mí, siendo generoso, como mucho me parece que el ‘efecto Illa’ podría ser esa sensación de incertidumbre que pende sobre nosotros. Incertidumbre por los muertos que no han sabido ni contar, por los colapsos que no han sabido evitar, los negocios a los que han abocado a cerrar, por las mascarillas que primero nos dijeron que no eran necesarias y que ahora son obligatorias y así podría seguir hasta el final de la columna.
Iván Redondo nos deja la lección de que, para hacer campaña, de una pandemia y su desgracia, como del cerdo, se puede aprovechar todo; moralidad aparte
Pero Illa, en vez de por la puerta de atrás y pidiendo perdón, se va con augurios de victoria a Cataluña, porque para eso él es Salvador: máximo representante del surrealismo actual. El surrealismo del siglo XXI no consiste en pasear un oso hormiguero, ni en pintar relojes blandos, como en La persistencia de la memoria, porque solo queremos que el tiempo pase más rápido y que todo esto se olvide. Lo que persiste es el olvido, la desmemoria. El surrealismo de hoy es tan solo la posibilidad de realizar la peor gestión posible de una crisis sanitaria, mentir reiteradamente a los españoles y marcharse del Gobierno sin ninguna responsabilidad.
Illa es el sanchismo encarnado, pero en catalán. Es decir, un tipo que ha convencido a unos cuantos españoles, a base de salir muchas veces en televisión, de que puede arreglar algo. Sin embargo, se va sin ninguna victoria sobre el virus a sus espaldas, sin ningún logro, sin ninguna meritocracia, esto es: como llegó. Eso sí, Iván Redondo nos deja la lección de que, para hacer campaña, de una pandemia y su desgracia, como del cerdo, se puede aprovechar todo; moralidad aparte.
Se va y nos deja aquí a Fernando Simón, que es el homólogo español de Murphy –si algo puede salir mal, diga lo que diga Simón, saldrá– y de ministra de Sanidad a Carolina Darias, que es abogada –porque en España lo único que ha demostrado el sanchismo es que ministro puede ser cualquiera, ¿para qué alguien de perfil técnico que sepa de salud pública?–. Siempre es mejor una abogada que pueda absolverlos de sus negligencias en materia de sanidad.
Al Consejo de Ministros no le urgen abogados, ni médicos, ni ninguna otra profesión en realidad. Lo único que le hace falta al Gobierno con urgencia es una abuela, que se trata de una conciencia, pero en versión mejorada, lucidez omnipresente, para que les diga sin tapujos, y uno por uno, que dejen de hacer el ridículo ya.
El flamante fichaje del PP para las elecciones catalanas lamenta, tras el retraso de los comicios y los malos datos de la COVID, que «tenemos un ministro de Sanidad que se permite el lujo de estar a media jornada, con un ojo puesto en la campaña catalana y el otro en el ministerio».
El que fuera elegido como «ministro de Cataluña» va a ser utilizado para una campaña electoral solo por haber sido la persona con más horas de televisión y atención mediática en el último año.