Hay jinetes de luz en la hora oscura
Juan Milián Querol | 20 de enero de 2021
Pablo Iglesias ha salido en defensa de la casta nacionalista y de su falaz relato sobre España. Banaliza el padecimiento del exilio republicano, se alía con el supremacismo más rancio del continente y desprestigia nuestro país a ojos del mundo.
Los datos sanitarios no aconsejaban celebrar las elecciones en lo que será el pico de la tercera oleada pandémica, pero también es cierto que desde la Generalitat nunca nadie movió un dedo para garantizar las votaciones en condiciones seguras. Los únicos datos que realmente les preocupaban eran los demoscópicos. Así pues, a la legislatura catalana más vacua le quedan al menos cuatro meses más de agonía. En sus inicios prometieron una república, pero, como se ha comprobado, no tienen talento ni para dirigir una preautonomía. Quim Torra dio por finiquitado su gobierno hace un año y anunció unas elecciones que nunca convocaría. Sin embargo, en ese momento se inició la precampaña más larga de la historia. Los catalanes pudimos haber votado la pasada primavera, como gallegos y vascos, pero el fugado Carles Puigdemont emitió su penúltima fatua contra la sensatez, exigiendo a su delegado en Cataluña que esperara, ya que antes de elecciones tenía que construir una nueva plataforma personalista.
Y así pasaron los meses y Torra no convocaba, hasta que al final fue inhabilitado por haber hecho trampas a la democracia, por poner una institución supuestamente de todos al servicio de una causa partidista en campaña electoral. Retiró la dichosa pancarta a las 24 horas, tragándose la épica nacionalista y apareciendo como un cobarde ante los suyos, pero la desobediencia ya era un hecho. En este caso, como en prácticamente toda la obra torrista, la cutrez no estaba reñida con la gravedad. La Justicia volvió a poner las cosas en su sitio y el ya expresident se fue a un retiro tan dorado como planeado, aunque tampoco notó el cambio en su agenda diaria, ya que su actividad gubernamental nunca fue frenética; más bien al contrario, se limitaba a promocionar ratafía y a visitar al vecino más molesto de Bélgica.
Por increíble que parezca, la Generalitat no tocó fondo con el autor de las «bestias taradas». Más gris está siendo la presidencia de Pere Aragonés, al que en TV3 presentan como «vicepresidente del Gobierno con funciones de presidente». La retórica procesista no se consigue ni alterando el estado de conciencia con las sustancias más psicotrópicas. Son muchos años de entrenamiento. Y es que los gobiernos nacionalistas serían más risibles que cualquier programa de humor de su televisión si no fuera porque sus consejeros no pueden gestionar peor en el peor momento. Torra subió el Impuesto de Sucesiones en la primera oleada y, en la tercera, Aragonès se gasta el dinero público en una NASA de pacotilla. El muy ufano Artur Mas presumía de liderar «el gobierno de los mejores», pero su maldito procés nos ha dejado como herencia «el gobierno de los peores». El criterio de selección es la adoración al líder en Junts per Catalunya, y la incompetencia, en ERC. Así, cuando mediocridad y fanatismo se coaligan, el resultado no puede ser otro que el desgobierno de Cataluña y su declive económico y social.
La Generalitat no debería seguir gobernada por esas fórmulas fracasadas donde el nacionalismo siempre ha estado presente. Otro gobierno separatista atraparía a los catalanes en un perpetuo blue monday, ahogados en una charca pestilente de melancolía y victimismo, y gobernados por las rebajas intelectuales, porque no otra cosa es el nacionalismo: reducir la identidad múltiple a una sola pertenencia y reconcentrar toda la complejidad de la condición humana a un solo sentimiento. El estancamiento político y la amarga decadencia van de la mano. En este sentido, el plan de Pedro Sánchez es más de lo mismo. Su objetivo es investir a Aragonès, y embestir a los constitucionalistas, para garantizarse el apoyo de ERC y su puesto en la Moncloa. Sánchez y compañía están dispuestos a premiar la sedición y a otorgar más poder a futuros golpistas, a eliminar cualquier control o contrapoder y a retirar lo que queda del Estado en esta autonomía, allanando, de este modo, el terreno al procés 2.0.
Cuando mediocridad y fanatismo se coaligan, el resultado no puede ser otro que el desgobierno de Cataluña y su declive económico y social
Estamos avisados. Los indultos serán una realidad más pronto que tarde, probablemente justo después de elecciones. El vicepresidente Pablo Iglesias, entre serie y serie, ha tenido tiempo para salir en defensa de la casta nacionalista y de su falaz relato sobre España, según el cual el propio podemita formaría parte del Gobierno de una dictadura. Sus palabras deberían acarrear dimisión o cese inmediato, pero nada pasará. Pregunta Gonzo: «¿Considera (a Puigdemont) un exiliado como se exiliaron muchos republicanos durante la dictadura del franquismo? ¿Los puede comparar?». Responde Iglesias: «Pues lo digo claramente, eeeeeh, creo que sí, creo que sí». Claramente banaliza el padecimiento del exilio republicano, se alía con el supremacismo más rancio del continente y desprestigia nuestro país a ojos del mundo. El de la dacha de Galapagar empatiza con el del palacete de Waterloo y se ríe de los constitucionalistas, especialmente de aquellos que en Cataluña han aguantado durante años la prepotencia nacionalista y el tremendamente empobrecedor procés. Si Puigdemont hubiera triunfado con sus leyes de desconexión, ahora sí habría exiliados catalanes, ya que el régimen que pretendía implementar era todo menos democrático.
Mientras algunos votantes socialistas han mostrado su indignación en redes sociales ante las palabras de Iglesias, estas no son replicadas por ningún otro miembro del Gobierno. Callan y otorgan. Nada debe estropear el plan: nuevo tripartito y nuevo procés. Lo confirma el líder en la sombra. Oriol Junqueras contesta a El Confidencial que no se arrepiente de nada y que nunca renunciará a la independencia unilateral. Y amenaza con: «Prepararnos mejor antes de volver a intentarlo». Lo dicho, el plan de Sánchez.
La confianza recíproca entre distintos sistemas judiciales que sostiene la «euroorden» ha desaparecido después de que la justicia de Bélgica entre a examinar el derecho procesal español en el caso del procés.
El flamante fichaje del PP para las elecciones catalanas lamenta, tras el retraso de los comicios y los malos datos de la COVID, que «tenemos un ministro de Sanidad que se permite el lujo de estar a media jornada, con un ojo puesto en la campaña catalana y el otro en el ministerio».