Hay jinetes de luz en la hora oscura
Juan Pablo Colmenarejo | 18 de febrero de 2020
El presidente del Gobierno prefiere que Vox tenga más votos que el PP, porque eso le garantiza sostener la dialéctica del enfrentamiento con mayor eficacia entre los votantes.
La fotografía de la Plaza de Colón en la que Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal escuchan, en posición de firmes, junto a otros dirigentes de sus respectivos partidos, el himno nacional, la tiene colocada el presidente del Gobierno en un marco. El 10 de febrero de 2019, Pedro Sánchez supo que sus posibilidades de ganar por primera vez unas elecciones recibían la señal de salida. Aquel día, el hoy presidente del Gobierno vio el filón. Lo de “las tres derechas” o “las derechas”, refrescando con frivolidad, y muy poca responsabilidad, la dialéctica del enfrentamiento en la política durante la Segunda República, creaba un marco mental tan peligroso como eficaz.
La moción de censura terminó por dividir al PP en tres partes. Hasta ese momento, el Partido Popular tampoco tenía el perdón de la izquierda. Desde el Prestige y la guerra de Iraq, la colección de descalificaciones es amplia y notable. El resultado ha sido la deslegitimación del Partido Popular, al que siempre se ha ubicado en la extrema derecha de manera despectiva e injusta. Por lo tanto, nada nuevo en la aplicación del rodillo de la superioridad moral de la izquierda. Antes con uno; desde las elecciones de abril de 2019, con tres.
Tanto en abril como en noviembre de 2019, así como en las primeras semanas de Gobierno de “coalición progresista” con el apoyo del separatismo, la estigmatización de la oposición por antidemocrática como método a seguir y clavo que remachar. En el último Comité Federal del PSOE, un paseo para el jefe como el del Pintor Rosales, a pocos metros de la sede socialista, Sánchez no tuvo problemas en resumir cómo se quita el legítimo papel a los partidos de la oposición -“la derecha retrógrada”-, que apuestan por “una crispación exagerada, sobreactuada y fuera de lugar”.
Antes de volver a azuzar con el exitoso método de expulsar al PP, Ciudadanos y Vox al otro lado de la frontera de la democracia, como antes se hacía solo con el PP, Sánchez citó a Casado en Moncloa y en la sesión de control se dedicó a dar lecciones al presidente del PP. La osadía política de Sánchez no tiene límites. No solo le explicó cómo debe ser la oposición, sino que distinguió entre “la ultraderecha” y “los millones de votantes moderados a los que usted representa”. Sánchez prefiere que Vox tenga más votos que el PP, porque eso le garantiza sostener la dialéctica del enfrentamiento con mayor eficacia entre los votantes. Si apela a la moderación de los votantes del PP, algo que no hacía ni cuando criticaba a Mariano Rajoy, es para aprovechar la debilidad del liderazgo del presidente del PP. Después de dos elecciones, en seis meses y con la herencia recibida, Casado no ha tenido tiempo ni de ahormarse como líder ni de controlar el PP. Alberto Núñez Feijóo acaba de demostrar que hay más de un PP. O, por lo menos, uno con perfil propio en Galicia.
Las elecciones del 5 de abril en Galicia, y en menor medida en el País Vasco, delimitarán el campo de juego en el centro-derecha. Ciudadanos languidece después de su desastre y Vox no tiene mucho que hacer en comunidades donde hay otro nacionalismo que supera al suyo. El votante de la derecha en el País Vasco y Galicia tiene cubiertas sus expectativas con el PNV y el PP de Feijóo, que obtendrá un resultado muy superior, un quince por ciento más, que en las generales de noviembre.
Durante esta legislatura, Sánchez va a ahondar en el fraccionamiento del voto del PP en dos. Una vez eliminado Rivera por sus propios méritos, la opción es alimentar la competencia entre el partido de Casado y Vox, que va a mantener la fidelidad de sus votantes gracias a la acción de Gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Cataluña volverá a ser el acelerador del nacionalismo español. Los que votan a Vox y antes lo hacían al PP creen que hay que resolver por las malas lo que no salió por las buenas.
Lejos de recuperar al votante fugado a Ciudadanos, el PP ve cómo esos enfadados optan por Vox. Mientras Inés Arrimadas y lo que queda de Ciudadanos siguen hablando del centro como si fuera un oasis en mitad del desierto, la batalla está delimitada entre el PP y Vox. De hecho, en el partido de Abascal esperan a que Feijóo pierda la mayoría absoluta. Dependa o no de Vox -de momento no obtienen representación-, ese resultado sería una derrota que dejaría al PP sin su verso suelto y, sobre todo, hecho un poema.
El partido de Abascal se queda por debajo de sus expectativas, pero lastra a un PP obligado a reflexionar.
La imagen de la veleta que cambia su dirección con el viento se queda corta para el príncipe Sánchez. Mucho puede enseñar Maquiavelo de todo ello.