Hay jinetes de luz en la hora oscura
Juan Milián Querol | 04 de noviembre de 2020
El nacionalismo es la tapadera de un gran negocio. Ahora aumentan el número de altos cargos en el extranjero o crean agencias aeroespaciales de pacotilla. El Gobierno de España no moverá un dedo y pocos periodistas catalanes se atreverán a denunciar el escándalo.
Cataluña es una de las regiones que peor han gestionado la pandemia en el país que peor la ha gestionado de Occidente. Las UCI vuelven a llenarse y los restaurantes llevan demasiado tiempo vacíos. En Barcelona gran parte de los comerciantes bajan las persianas para siempre, mientras la Generalitat anuncia que próximamente va a lanzar unos satélites al espacio. La galàxia ens mira! Se trata de un programa al que el conseller más lunático no tiene empacho de llamar la «NASA catalana». Costará a los contribuyentes unos 18 millones de euros. Para ser una agencia aeroespacial no parece una cantidad desorbitada, pero pocas ocurrencias pueden ser más frívolas cuando se está mandando a la clase media al comedor social. Es un pequeño paso (atrás) para la ciudadanía, pero un gran salto para el nacionalismo, pensarán. Nadie esperaba una carrera autonómica por la conquista del universo, pero aquí la tenemos: una muestra más de la malversación de recursos y competencias que obliga a repensar nuestro Estado complejo.
No es esta, sin embargo, la última chifladura de nuestra casta regional. La grandeur de la barretina sigue extendiéndose también por el planeta. Han anunciado, muy ufanos, la apertura de nuevas delegaciones de la Generalitat en Japón, Australia y Senegal. En los dos primeros países ya existían oficinas comerciales catalanas, pero ahora, además, se sumarán unos delegados políticos que cobran más que cualquier ministro español, aunque nadie sepa a ciencia cierta a qué dedican su tiempo presuntamente laboral. Hace unos años, tuve la oportunidad de preguntarles personalmente por dicha cuestión. Fue en el comedor del Parlament, ya que no querían comparecer en comisión ante las cámaras. Se entiende. Juntarse con otros catalanes para ver partidos del Barça y poco más, llegaron a reconocer. En este sentido, sus agendas públicas no diferían de lo reconocido en privado. Más tarde, se destaparían sus maniobras para contrarrestar la política exterior española, algo que no solo es inconstitucional, sino también un derroche de recursos públicos que ensucia, sobre todo, la imagen de Cataluña.
Quizás estos anuncios sean solo la enésima cortina de humo (tóxico) que viene a tapar desfalcos mayores del nacionalismo. Un juez de Barcelona investiga, por fin, a miembros de lo que se denominó el Estado Mayor del procés, a saber, los cabecillas del golpe en la sombra. Y se ha encontrado con una mafia interpartidista. En las últimas horas, hemos conocido hechos gravísimos protagonizados por Xavier Vendrell (exconseller de ERC) y David Madí (ideólogo de Convergència e hijos). Habrían desviado subvenciones públicas para pagar sus fiestas tribales. Habrían liderado Tsunami Democràtic, esa plataforma que incitaba a sus creyentes a asaltar el aeropuerto de Barcelona o a destrozar el centro de la capital. Y habrían hecho negocios irregulares con la pandemia aprovechando su influencia en el govern. Es decir, una noche mandaban a los jóvenes a quemar las calles de la ciudad y al día siguiente llevaban a los ancianos a infectarse de coronavirus con una inmoral gestión de las residencias.
Los eslóganes más indecentes que parieron contra España se les pueden aplicar a ellos con propiedad. Como mínimo, podemos decir que el procés ens roba. Y ahí no queda la cosa. También hemos sabido de sus contactos rusos. NASA, falsos embajadores, mafiosillos, agentes rusos… en algún momento trasladaron el palacio de la Generalitat de la plaza Sant Jaume a la Rue del Percebe sin darnos cuenta. Lo de los 10.000 soldados rusos parece un McGuffin de Alfred Hitchcock, un invento para distraernos del hilo argumental importante. El entorno de Carles Puigdemont estaba dispuesto a jugar con fuego para alcanzar la independencia, aunque, al final, acabaron siendo los tontos útiles de aquellos que querían desestabilizar otra democracia de la Unión Europea. Uno de los personajes más extravagantes de la trama, Víctor Terradellas, decía que «se necesitan 100 muertos». Otros, como el listo Madí, no lo veían tan claro; no fueran a perder las prebendas que les garantiza una desnortada elite económica española.
Quim Torra se ha marchado a un retiro dorado y buscado de 92.000 euros anuales. Los otros quieren seguir haciendo negocios y lo llaman «subnormal»
Al final, todo desemboca en la confirmación de una hipótesis que siempre estuvo ahí: el nacionalismo es la tapadera de un gran negocio. Son la elite política más bien pagada de España. Son la elite más extractiva de Europa. Quim Torra se ha marchado a un retiro dorado y buscado de 92.000 euros anuales. Los otros quieren seguir haciendo negocios y lo llaman «subnormal». No hace mucho, algunos independentistas se forraban fomentando la deslocalización de empresas o atrapando recursos destinados a la cooperación internacional. Ahora aumentan el número de altos cargos en el extranjero o crean agencias aeroespaciales de pacotilla. Todo forma parte de esa telaraña que tiene a Cataluña atrapada y exhausta. Sabemos que el actual Gobierno de España no moverá un dedo para evitarlo y que, cautivos de un sistema de medios de comunicación públicos y concertados, pocos periodistas catalanes se atreverán a denunciar el escándalo. La decadencia, como la mafia, tiene muchos cómplices.
Lo sagrado, o mejor dicho, lo santo, ya no tiene cabida en nuestro modelo de entender el mundo. La restricción por el protocolo COVID en los ritos funerarios indica cuán poquito nos importa la herida del alma y cuánto la del cuerpo, y la del bolsillo.
En el PP creen que buena parte de la reunificación coyuntural del voto se deberá a la herencia recibida de un Gobierno que, para empezar, ha hecho unos presupuestos para la comunicación política, no para contribuir a resolver los problemas estructurales de la economía española.