Hay jinetes de luz en la hora oscura
Armando Zerolo | 04 de agosto de 2020
Agosto es la gran playa a la que van a morir las olas del año. Hemos vivido un tiempo frenético, cargado de acontecimientos y tensiones, de órdagos a la democracia y jaques a la paz social.
Llegamos a agosto envueltos en olas. Las olas de la playa, de calor, y la temida segunda ola de la COVID. Olas que se forman en un punto lejano y que llegan a las orillas de nuestro reposo después de haber ido incrementando su inercia. El aleteo de un delicado insecto puede provocar un ciclón en la otra punta del mundo. El efecto mariposa de un año legislativo que empezó aleteando allá por abril de 2019 y ha terminado por llegar a las orillas estivales de 2020 en forma de olas.
En Canarias, a una serie de olas grandes que vienen de tres en tres las llaman «las Marías». Los surfistas saben que es mejor esperar a la tercera, la más grande y mejor formada. Los bañistas saben que deben coger aire suficiente porque la tercera será la peor. Nosotros los españoles, que somos mitad bañistas y mitad surfistas, nos vemos navegando la cresta de la ola, a veces con la sensación de estar navegándola, otras con el miedo de pegarnos un buen revolcón.
Las olas acumulan enormes fuerzas inerciales que van a morir a la playa, unas veces en forma de caricia, otras con la violencia de un zarpazo. Agosto en la política es la gran playa a la que van a morir las olas del año, las sacudidas en mitad del océano, los vientos del golfo, y las corrientes que recorren los hemisferios. No hay ola que no acabe desapareciendo en la costa, y así son nuestros veranos, como grandes diques que recogen las olas viajeras que han recorrido cientos de millas.
He tenido que hacer memoria para recordar algunos, no todos, de los grandes movimientos que han provocado marejada en nuestro curso político. Me ha costado mirar atrás, sacudido como estoy por los acontecimientos, por la fatiga física y psicológica de un segundo semestre que me ha dejado exhausto. Y mirando atrás, y tomando perspectiva, que es lo que debemos hacer en agosto para no ser fieles conductores de tormentas, vemos que hemos vivido un año frenético, cargado de acontecimientos y tensiones, de órdagos a la democracia y de jaques a la paz social. Vemos un año que ha jugado duro con nosotros.
Volvimos del verano de 2019 con los deberes sin hacer, sin Gobierno por las elecciones del 28 de abril, y con la sentencia del procés que, presumiblemente, ocuparía la agenda de otoño. Veníamos de una moción de censura al Gobierno de Mariano Rajoy que no cuajó en un Gobierno estable que debería haber sido liderado por Pedro Sánchez. La convocatoria de elecciones no dio lugar a una mayoría. Circuló el «no es no», la posibilidad de que Unidas Podemos entrase en el Gobierno, la alternativa de Ciudadanos, la eclosión de Vox, la caída del Partido Popular, y la presencia determinante de los nacionalismos.
Y en medio de la trifulca partidista y el arco parlamentario dividido, parecía que se nos decía a los españoles que no sabíamos votar y que deberíamos repetir el examen. Los ciudadanos, que clamábamos por la unidad y castigábamos la confrontación, nos acostumbrábamos a un Gobierno en funciones y a los decretos de los viernes. Podíamos acabar pensando que unas vacaciones prolongadas de unas Cortes Generales que no eran capaces de presentar el sentir común no serían tan malas. Este golpe al sistema democrático no era fácil de soportar, pero vendrían otros peores.
El 14 de octubre llegaba la segunda ola, la que siempre tiene un poco más de fuerza que la primera, en forma de publicación de la sentencia del procés. Nos tuvimos que estudiar los temas que no entraban en el examen de Penal y tratar de entender la diferencia entre delito de rebelión y delito de sedición, esos artículos que creíamos que eran reminiscencias del excéntrico siglo XIX. Los diques del Tribunal Supremo tuvieron que soportar los golpes de mar que lo acusaban de politización, ya fuese por su magnanimidad hacia los «golpistas» o por ser un instrumento del Estado opresor. El hecho es que de él salieron penas de 9 a 13 años, y los españoles pudimos ver que el Poder Judicial, una vez más, metía en vereda al Poder Ejecutivo.
El 10 de noviembre se repetían las elecciones generales. Los españoles solemos sublimar nuestros dolores con humor, que es el signo más elocuente de inteligencia colectiva. Nos deberíamos apiadar de las culturas que han perdido el sentido del humor. El hecho es que votar se convirtió en la primera fiesta nacional, pero detrás de las risas y las chirigotas subyacía un descrédito creciente de las instituciones democráticas. Otro golpe de mar contra los viejos muros de nuestro puerto.
Y cuando creíamos que podríamos volver a nuestras viejas costumbres deportivas de meternos con el otro sabiendo que el pitido final convertiría la guerra en ilusión, vino un virus de China que no sabíamos si sería un tsunami o una ola más. Y esperábamos en la playa a ver venir la ola, con la curiosidad que vence el miedo a la muerte, y la parálisis del que ya se siente poseído por la fatalidad. ¿Quién nos iba a decir en febrero que nos confinarían por decreto en nuestras casas, que se suspenderían libertades fundamentales, y que nuestro sistema sanitario, el último orgullo patrio, colapsaría? Ni en la peor distopía hubiésemos maquinado una historia parecida. Esta era la tercera ola, la tercera «María», la más grande, la que los más temerarios esperan para navegarla, y la que el resto de los bañistas teme.
Ahora, en agosto, entre ola y ola, en la playa, vemos llegar los golpes de este año y los vemos morir a nuestros pies. Las fuerzas descontroladas de vientos y mareas se apagan en el estío político, como también decaen nuestras energías y nuestras tentaciones de colaborar con la tormenta perfecta que parecía avecinarse. Porque la mejor experiencia del surfista es cuando ve que las olas se solapan sumando fuerzas en una única y brutal pared de agua. Pero lo que desea el patrón del barco o el responsable del puerto es que las fuerzas se disipen y acaben por morir en un irónico golpe de mar contra el dique. Que sea tsunami o mero ruido lo veremos cuando terminen de llegar los últimos golpes, pero agosto ayudará mucho a calmar el mar de fondo.
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