Hay jinetes de luz en la hora oscura
Juan Pablo Colmenarejo | 03 de noviembre de 2020
En el PP creen que buena parte de la reunificación coyuntural del voto se deberá a la herencia recibida de un Gobierno que, para empezar, ha hecho unos presupuestos para la comunicación política, no para contribuir a resolver los problemas estructurales de la economía española.
Dos semanas antes de la moción presentada por el líder de Vox, Santiago Abascal, al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el autor de la refundación del PP, José María Aznar, resolvía la ecuación anunciando su no. Los hechos demostraron las tres razones: inoportunidad de la iniciativa, fortalecimiento del Gobierno Sánchez-Iglesias y mayor división del centro derecha. Se cumplieron a pies juntillas. No era el momento, porque le daba un respiro a Sánchez, con el virus otra vez fuera de control, sellaba las grietas de la negociación presupuestaria entre los socios de coalición y calentaba los ánimos entre el PP y su escisión de votantes que han encontrado en Vox el canal del desahogo a un enfado que está justificado en muchas cuestiones relacionadas con la frustración que provocó la gestión del Gobierno de Mariano Rajoy: subidas generalizadas de impuestos a la clase media, marcha atrás en la defensa de la vida del no nacido frente al aborto como derecho, y quietud, desesperante en ocasiones, en la respuesta al golpe independentista de 2017 en Cataluña.
Aznar empezó la reconstrucción del centro derecha en unas condiciones ni mucho menos tan complicadas como las que se ha encontrado Pablo Casado. Aznar tenía que romper un techo, el de Manuel Fraga. Casado debe recomponer lo que se ha roto en varios pedazos con muy difícil encaje. Ya se sabe qué pasa si se trata de meter la pasta de dientes en el tubo después de haber apretado.
La avería empezó en 2008, tras una gran frustración en el centro derecha con la victoria de José Luis Rodríguez Zapatero en unas elecciones marcadas por unas señales inequívocas de crisis económica. Mariano Rajoy cambió de rumbo y empezó a barnizarle la cara al PP para evitar que se volviera a movilizar la izquierda agitando el miedo a la derecha. No hizo falta echar a liberales y conservadores del PP para que hubiera otra mayoría absoluta, con España al borde del rescate. Los votantes optaron por el PP para arreglar la crisis y el partido de Rajoy asumió su papel de contable, pero de nada más. Por supuesto que enderezar aquellas cuentas conllevó desgaste, pero esa dedicación exclusiva a echar la cuenta dejó en secano el resto del terreno del centro y especialmente la derecha. Los escándalos de corrupción hicieron el resto de la tarea.
El centro no existe, salvo como punto de reunión de los matices de la clase media. Aznar lo entendió a su manera y Rajoy a la suya, pero sin los votos de esa parte de la sociedad no hubieran sido posibles las dos mayorías absolutas del PP obtenidas en circunstancias de crisis, aunque nada parecidas a la actual. El tamaño de lo que se avecina como consecuencia del coronavirus se sale de los cuadros históricos. En el PP creen que buena parte de la reunificación coyuntural del voto, la reconstrucción es casi imposible, se deberá a la herencia recibida de un Gobierno que, para empezar, ha hecho unos presupuestos para la comunicación política, no para contribuir a resolver los problemas estructurales de la economía española.
El discurso de Casado y la posterior réplica serán recordados por unos y por otros como el momento en el que comenzó una nueva etapa en la historia del PP. Casado desglosó los tres ejes planteados por Aznar, aderezados con un ataque de riesgo al candidato de Vox. Respuesta de una sola vez a dos años de descalificaciones e incluso mofas al líder del PP, al que se le veía como un blando, acomplejado o marianista. Incluso, una semana después, la diputada del grupo de la derecha nacionalista-populista Macarena Olona comparó a los diputados del PP con las focas por su manera de aplaudir. Nadie duda a estas alturas de que Vox ha venido para quedarse, a diferencia de Ciudadanos, que murió de éxito antes de tiempo. El partido de Abascal va a tener su espacio e incluso por sí solo será decisivo dentro de tres años en Gobiernos autonómicos y ayuntamientos.
Para que ocurra en las elecciones generales, deben darse demasiadas carambolas o circunstancias que la consulta de los resultados en las últimas cinco elecciones generales (2011-2019) explica. Basta con un nivel medio de comprensión lectora para entenderlo. Si Vox pretende sustituir al PP, cometerá el mismo error que Albert Rivera. Casado ejerció de presidente de un partido que ha gobernado España, 15 de los 42 años de la democracia del 78. Los votantes de Vox se escandalizaron o enfadaron más por lo inesperado que por el fondo de lo dicho. Para buscar una salida a su alternativa, Casado solo tiene el camino del centro, siguiendo la estela de los Gobiernos europeos de los que forma parte el Partido Popular. O suma a votantes que van y vienen hacia el PSOE y Ciudadanos o se quedará en el camino.
Vox no se va a mover, aunque a estas alturas ya saben que el discurso contra Europa y el mundo mundial no sirve más que para espantar a los que nos tienen que ayudar, Unión Europea-Banco Central Europeo e inversores internacionales, que bastante tienen ya con ver a Podemos en el Gobierno de España. Casado echó un órdago, atemperó el tono y miró a su izquierda. Los elogios de Sánchez e Iglesias han durado una semana, no hay más que repasar la descalificación del ministro Salvador Illa al PP por no apoyar la alarma que da poderes excepcionales a un presidente del Gobierno al que solo se podrá vencer en las urnas con otra mayoría absoluta.
En España los datos muestran la peor gestión de la pandemia. El Gobierno conduce el país con la marcha atrás, directo a repetir los errores del pasado, mientras la prensa internacional nos pinta prácticamente como un Estado fallido.
La pareja Sánchez-Iglesias seguirá echando órdagos en todos los terrenos, con el fin de cerrar las vías a un cambio político en España. Tienen tres años por delante para asentar los cimientos.