Hay jinetes de luz en la hora oscura
Fernando Pemán Pérez-Serrano | 03 de julio de 2020
La política actual condena a José María Pemán a una tierra de nadie entre el «si te he visto no me acuerdo» de los monárquicos y el «me he quedado con tu cara» de la izquierda.
Como sabemos, la ley de Memoria Histórica ha acabado siendo –si no lo fue siempre- un «instrumento gubernamental» de protección intelectual y jurídica para administrar cierta revancha de todo aquello que tuviera que ver con el llamado «Régimen anterior». En su escrupulosa aplicación, hace unos meses se volvió a retirar otro busto en Cádiz del escritor José María Pemán (1897-1981), mi abuelo, en este caso de su casa natal. El delito ha sido por su participación en el franquismo.
Evidentemente, el escritor tomó partido por una de las dos Españas en la Guerra Civil, aquella que militar, política y culturalmente luchó a vida o muerte contra un comunismo exaltado. Como intelectual, Pemán hizo su guerra, luchando justamente en el lado de los vencedores, e hizo lo que pudo por construir desde los escombros un futuro cultural para los españoles.
Políticamente (si por esta palabra queremos entender una proyecto personal para España), Pemán fue un enamorado de su patria, que durante la etapa franquista soñaba y luchaba por la restauración de la monarquía, en un sentido muy parecido a la monarquía parlamentaria que tenemos hoy (también en esto parece que luchó en el «bando vencedor»). Literariamente, tendríamos que hablar de él como poeta, autor de teatro, académico, orador brillante y articulista con «gracia» en un sentido tan sobrenatural como gaditano.
Desde hace años, se pretende dar a entender una especial sintonía del escritor con Franco, pero lo cierto es que la relación entre ambos -dentro de una cordial admiración mutua- no fue sencilla. Hubo discrepancias singulares, y algunas significativas.
El 14 de diciembre de 1966 se aprueba en referéndum la ley orgánica que ratifica la definición de España como Reino. Una ley embrollada, compleja y carente del mecanismo suficiente para ser aplicada sin ambages. Una ley muy medida por Franco y, en opinión del escritor, con la indeterminación suficiente para que no hubiera apariencia de interinidad en su poder.
A José María Pemán, el futuro pos-Franco le ocupaba mucho, pues mucho le preocupaba el devenir de España. Franco se había convertido ciertamente en una «Institución», y solo otra institución suficientemente solvente podría aportar un elemento de moderación, equilibrio y automatismo sucesorio.
A raíz de esta ley orgánica, desde el 21 hasta el 27 de diciembre de ese mismo año tiene lugar una interesante batalla entre «los primeros espadas» de los periódicos ABC y Arriba, que define muy bien el alma política del gaditano y que es digna de ser recordada.
Pemán, en el artículo titulado La Sucesión (ABC, 21 dic. 1966), trató de aportar certidumbre al futuro de España, vinculando la significativa palabra de Reino de aquella ley directamente a la monarquía borbónica, como fuera el deseo de Alfonso XIII, trasmitido a Franco antes de morir exiliado en Roma. En una época en la que los colaboradores de D. Juan de Borbón eran perseguidos y exiliados por el Régimen, solo el prestigio y la valentía pudieron hacer que Pemán se atreviera a escribir un artículo tan políticamente incorrecto sin temer represalias.
Yo he oído celebrar al Generalísimo lo diáfana y precisa que Don Alfonso XIII dejó la Sucesión. La alcoba del Gran Hotel, de Roma, donde murió el Rey con disnea de cardíaco y anhelo de español es una estampa de claridad sucesoria. Sería temerario inspirarse teóricamente, en vez de en esa de Roma, en la confusa alcoba de Fernando VII, con dudas, codicilos, revocaciones y hasta bofetadas.José María Pemán, La Sucesión
La reacción del diario del Régimen Arriba no se hace esperar. Dos días después, y de la mano de su mismo director, D. Manuel Blanco Tobío, en su artículo La dinastía del Pueblo, respondió con dureza e indignación: «La herencia que nos deje Francisco Franco, henchida de gloria, de prosperidad y de esperanza, no puede ser comparada con el testamento dictado en una habitación del Gran Hotel de Roma».
La refriega periodística continuó, adquiriendo tal dimensión que hasta el propio Franco se pronunció al respecto. En un episodio recogido en el libro Mis conversaciones privadas con Franco, del que es autor el teniente general Francisco Franco Salgado-Araujo («Pacón»), Franco califica de intolerable el artículo de Pemán, pues da a entender un patrio acuerdo con el entonces infante D. Juan. Concretamente diría: «Esto es inaudito, y este Señor [Pemán] se merece una sanción o una llamada de atención (…), no considero al Infante Don Juan merecedor de la confianza del pueblo español».
Este hilo de alta tensión es el que unió a Pemán con Franco los últimos años, hasta la muerte de este, el 20 de noviembre de 1975. Por tanto, de Pemán podrá decirse que luchó desde la cultura en el bando nacional en la Guerra Civil, que fue un referente de la cultura y de las letras durante el franquismo, un creador de opinión desde sus terceras de ABC, un ferviente católico, un monárquico por convicción y «por acción» y un finísimo embajador de Cádiz allá por donde iba. Pero calificarlo de franquista precisamente… no es exacto.
Calificarlo así lo que sí es –ya que nos ponemos exactos- es oportunista, si lo que se quiere es vincular su persona con lo políticamente intolerable (franquismo) para ir socavando los cimientos de lo políticamente aceptado (monarquía constitucional), como advirtió Enrique García-Máiquez, dando la alarma de a quién realmente van destinados los tiros dirigidos a Pemán.
El problema es que su figura está moviéndose entre dos aguas, y ambas son aguas revueltas: a la derecha, los que ven la postura triunfante de Pemán aprovechada del franquismo, siendo a la vez un incorregible monárquico; y, a la izquierda, los que blandiendo banderas de tolerancia y progreso (cualidades a las que él no fue ajeno) no le toleran su aportación cultural al franquismo, a la transición democrática y monárquica.
Podría pensarse que la monarquía parlamentaria era idónea para reivindicar los aspectos más reconciliadores de su figura, pero las aguas turbulentas de nuestra realidad política, azuzadas ahora por unos y otros, lo condenan en la práctica a encontrarse en tierra de nadie, al «si te he visto no me acuerdo» de los monárquicos y al «me he quedado con tu cara» de la izquierda.
Una variada selección bibliográfica para acercarse a la guerra que partió la España de hace 80 años.
Las dictaduras de Franco y Salazar coincideron en la península Ibérica y marcaron gran parte del siglo XX.