Hay jinetes de luz en la hora oscura
Luis Miguel Pedrero | 27 de marzo de 2020
La obligación de estar en casa ha disparado el consumo de televisión, prensa digital y otros medios de entretenimiento. Ante la avalancha de datos, es necesario tomar precauciones para evitar la sobreinformación.
Junto al inesperado protagonismo de balcones y azoteas, a los que una espontánea pero sentida coreografía de aplausos solidarios ha convertido en emocionantes símbolos de la vida confinada, los tradicionales medios de comunicación y los ramificados canales digitales se han erigido en nuestras únicas ventanas de acceso al exterior durante el aislamiento por la COVID-19. Los indicadores sobre el elocuente incremento en el tiempo dedicado a estas vías de aproximación a la realidad no solo evidencian la inquietud y la demanda social de información en torno a la evolución de la pandemia, sino también, y sobre todo, el inapelable condicionamiento de los contextos sobre la selección de contenidos y soportes de distribución audiovisual.
Sin duda, la televisión es el medio que mejor sintetiza este brusco y obligado cambio de hábitos: su consumo se ha multiplicado en todo el mundo, recuperando la imbatible capacidad de convocatoria que siempre demuestra en situaciones de excepcionalidad. Hasta que se decretó el estado de alarma, la audiencia del medio hasta no hace tanto hegemónico se había situado en cuotas mínimas en España: ¡no veíamos tan poca tele desde 1993! Según datos de Kantar Media, en febrero de 2020 dedicamos a la principal pantalla doméstica una media de tres horas y 46 minutos diarios, cifra que se vería pulverizada apenas iniciado el periodo de cuarentena.
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Así, durante el lunes 16 de marzo, el consumo medio por espectador alcanzó las seis horas y 50 minutos, 100 minutos más que el mismo día de 2019. Además de intensiva, esa atención se ha revelado constante, como prueba el hecho de que la audiencia media y la audiencia acumulada mantuvieron casi el mismo nivel entre el sábado día 14 y el viernes día 20 de marzo. Algunas emisiones se han aupado a la categoría de históricas, como el mensaje del rey Felipe VI en la noche del 18 de marzo, el más visto desde 1992, con una cuota de pantalla del 70% y una audiencia conjunta de más de 15 millones de espectadores; a modo de referencia, la audiencia media del partido más seguido entre el FC Barcelona y el Real Madrid, en abril de 2011, fue de 14.172.000 espectadores.
La globalidad del fenómeno –la del virus y la del consiguiente aislamiento en casa– ha propiciado efectos similares en otras latitudes. Merece la pena destacar el caso de Estados Unidos, donde la gran tormenta de nieve en enero de 2016 –una tercera parte del país vivió un fin de semana en estado de alerta– propició un aumento del 49% en el consumo de televisión, y donde el huracán ‘Harvey’, a su paso por Houston en verano de 2017, hizo que el tiempo dedicado a este soporte aumentase un 56% en aquel estado. Pues bien, Nielsen ha anunciado que la permanencia de los norteamericanos en sus hogares elevará el consumo de televisión un 60%, además de redondear al alza una cifra ya de por sí contundente: la de las 12 horas diarias que cada estadounidense dedica a conectarse con todos los medios.
Este concepto, el de la conectividad, sustenta en pleno auge de Internet otro de los previsibles efectos del confinamiento: el aumento masivo de usuarios en el acceso a los servicios de vídeo bajo demanda. Movistar+, por ejemplo, batió récords el fin de semana del 14 y 15 de marzo: sus usuarios devoraron más de 42 millones de horas, lo que supuso un crecimiento del consumo del 47% (curiosamente, su app para móviles fue la más descargada del 15 al 21 de marzo en Google Play, solo por detrás de las soluciones tecnológicas para reuniones virtuales).
El volumen que implica este tráfico de datos –en condiciones normales, Netflix mueve por sí sola un 12,9% de las descargas en la Unión Europea, y en España el vídeo ya acaparaba el 70% del tráfico en Internet– ha motivado la solicitud por parte de los reguladores de una disminución en la calidad de las transmisiones para evitar la saturación de las redes, recomendación que están aplicando a escala planetaria la propia Netflix, Amazon, Apple TV, Disney+ o YouTube, además de las plataformas de videojuegos (PlayStation y Twitch) o las redes sociales con contenidos de vídeo (Facebook, Instagram o Tik Tok).
Programa especial del pódcast Cultura y Debate con recomendaciones culturales para estas semanas:
Las visitas a los diarios en Internet obtienen también estos días números difícilmente imaginables: en El País calculan que superarán los 100 millones de usuarios únicos al mes, cifra nunca alcanzada hasta la fecha; en ABC casi han duplicado los accesos con relación a marzo del año pasado, y en El Español reciben cerca de cinco millones de visitas, cuando habitualmente no llegan a tres. La Oficina de Justificación de la Difusión muestra en esta web interactiva la evolución diaria durante la crisis de la difusión de sus sitios web auditados, tanto por usuarios únicos como por visitas y páginas, además de facilitar el desglose por comunidades autónomas.
Por ahora no existen referencias oficiales sobre la subida en la atención concitada por la radio, porque la herramienta que mide su consumo –el EGM– se basa en entrevistas personales y se han suspendido las previstas para finales del mes de marzo (las que se corresponden con la tercera oleada de la temporada, que se iba a publicar en junio). Sin perjuicio de las ayudas urgentes que con irrefutables argumentos reclaman al Gobierno los operadores de radio (también los de televisión), la Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación (AIMC), responsable de este proceso, debería plantearse una renovación de su sistema, porque toda una industria como la de la radio –tercer sector en inversión publicitaria, tras digital y TV, ¡y líder en el ranking de credibilidad sobre la cobertura del coronavirus!– no dispondrá hasta dentro de varios meses de unos indicadores cruciales para la exitosa comercialización de sus espacios publicitarios.
Sí se conoce, sin embargo, la evolución del consumo de audio digital, contenido muy ligado a los hábitos cotidianos de movilidad, que se ha resentido al desaparecer los desplazamientos. En Italia, la escucha de las canciones más populares en Spotify ha descendido casi la cuarta parte (23%) durante las primeras semanas de marzo (de 18 a 14 millones de descargas diarias), mientras que en Estados Unidos el streaming del top de éxitos bajó a 77 millones el 17 de marzo, la cifra más baja en este 2020. Según Music Week, este patrón se identifica también en Francia y España.
El dominio de la pantalla en los ambientes sedentarios queda patente al constatarse que el consumo de música sí ha subido… en YouTube. En cambio, los servidores online de las radios informativas reportan significativas subidas en las conexiones, con incrementos que alcanzan un 15% entre el 9 y el 17 de marzo. Lo mismo sucede con los pódcasts, que según Woxnext han experimentando más descargas en Italia, Estados Unidos y España.
Como queda demostrado, la desazón que despierta este periodo de incertidumbre está generando una demanda casi compulsiva de noticias en torno al virus que, sin embargo, puede convertirse en nociva si no se canaliza y contextualiza de forma adecuada. Sin dejar de atender los atinados y recurrentes consejos de naturaleza médica, física o psicológica para sobrellevar este periodo de aislamiento, vale la pena aplicar unas mínimas pautas para conseguir un consumo saludable de información; entre otras, se sugieren estas tres:
Evitar la sobreinformación, la tentación de buscar el “minuto y resultado” sobre la crisis: los datos se actualizan constantemente, falta aún mucho tiempo para que sean definitivos y la angustia que suscitan determinados titulares con cifras y porcentajes de crecimiento de la pandemia –la percepción siempre es más potente que la comunicación– acentúan el miedo sin razones necesariamente justificadas.
Elegir con cuidado las fuentes de información y contrastar los datos: no debe limitarse el conocimiento de la realidad a uno o dos medios, sean cuales sean los soportes. Al margen de la línea editorial e incluso del sesgo en el enfoque de los hechos, los medios profesionales de comunicación –los analógicos y los digitales– actúan con más rigor y merecen mayor credibilidad que las cabeceras de propiedad desconocida o las cuentas de redes sociales, cuya autoría no es posible identificar pese a los muchos seguidores que arrastre.
Afinar el criterio al recibir y valorar la información: a los medios se les debe reclamar –estos días y siempre– que ofrezcan datos con procedencia declarada, que brinden información socialmente relevante, que no promuevan la desestabilización o el pánico social, que prioricen el respeto de las personas, que contextualicen los relatos y que contribuyan a la prevención. Hay que recelar de aquellos que no cumplan con ninguno de estos atributos y asumir, más que nunca, que nuestra responsabilidad ciudadana se extiende también a nuestra capacidad crítica como lectores, oyentes y espectadores.
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