Hay jinetes de luz en la hora oscura
Javier Arjona | 24 de agosto de 2019
Tras el anuncio del presidente Donald Trump de querer comprar Groenlandia a Dinamarca, cabe recordar el proceso de construcción de un país hecho en buena medida a golpe de talón.
La compra de Alaska y las islas Hawái puso la guinda al proceso de expansión.
Estados Unidos y el peligro de hacer política reescribiendo la historia
Cuando en el año 1763 el Tratado de París ponía punto y final a la Guerra de los Siete Años, la España de Carlos III se veía obligada a ceder la península de Florida a Gran Bretaña, al tiempo que recibía el territorio francés de la Luisiana. Se trataba éste de una enorme superficie de más de dos millones de kilómetros cuadrados que se extendía al oeste del río Misisipi en una amplia franja de norte a sur del continente, delimitada por el virreinato de Nueva España en su frontera occidental.
Tan solo unos años después, se producía un nuevo intercambio territorial cuando el ejército español recuperaba la Florida tras la batalla de Pensacola en 1791 y cedía a su vez la Luisiana a la Francia napoleónica tras la firma del Tratado de Aranjuez en 1801.
La prioridad era desprenderse de un territorio de difícil defensa contra el ejército británico
En aquel arranque del siglo XIX los Estados Unidos de América, que se habían constituido como nación en 1776 a partir de la unión de trece colonias británicas ubicadas en la costa atlántica, limitaban al oeste precisamente con el territorio de la Luisiana y al sur con la Florida. Su extensión era entonces aproximadamente la tercera parte de la que el país norteamericano ocupa en la actualidad, y la única forma de seguir creciendo debía ser a costa de ganar los territorios limítrofes.
Siendo Thomas Jefferson presidente de los Estados Unidos, la administración norteamericana inició un proceso de negociaciones con Francia para hacerse con el territorio de la Luisiana, una región que le permitiría controlar la navegación por el Misisipi. La sorpresa de la delegación estadounidense fue que Napoleón les ofreció no solo la zona ribereña, sino el territorio completo cuya frontera occidental por cierto no estaba claramente definida en los tratados precedentes. Para el entonces cónsul francés la prioridad era desprenderse de un territorio de difícil defensa contra el ejército británico, al tiempo que introducía en el tablero geoestratégico a un potencial enemigo para los ingleses.
La venta fue finalmente firmada en París en 1803 por un precio fijado en 15 millones de dólares. A partir de ese momento los Estados Unidos duplicaron su extensión territorial mientras en la vieja Europa el ejército francés comenzaba a desplegarse en vísperas de la coronación imperial de Napoleón. Enseguida llegaron las guerras napoleónicas y con ellas el engaño del francés, que tras retener en Valençay a Carlos IV y Fernando VII, acabó invadiendo España en 1808. La Junta Suprema Central presidida por el conde de Floridablanca pronto se trasladaría a Cádiz para convertirse en el Consejo de Regencia de España e Indias.
En 1836 se desgajó la República de Texas para acabar convirtiéndose en el 28º estado norteamericano
Se trató de un periodo especialmente delicado para la España de ultramar, ya que ante el desgobierno en la Península Ibérica, las colonias americanas lideradas por la aristocracia criolla comenzaron a cuestionarse la autoridad de la metrópoli. En 1810 las Cortes de Cádiz se erigían en depositarias de la soberanía nacional y a través de una serie de decretos que acabaron concretándose en la Constitución de 1812, suprimieron los virreinatos transformándolos en provincias. A pesar de la vuelta a España de Fernando VII dos años más tarde, y de la vuelta del monarca al absolutismo, la llama de la independencia americana ya no tendría marcha atrás.
En el año 1821 es cuando tuvo lugar el famoso Tratado de Adams-Onís, firmado entre Estados Unidos y España, en virtud del cual se procedía a fijar las fronteras entre el país norteamericano y el reinstaurado virreinato de Nueva España, evitando así un potencial conflicto armado entre ambos países. Luis de Onís como representante de Fernando VII, y John Adams como secretario de Estado estadounidense, delimitaron la línea de separación de ambos países en el paralelo 42, cediendo España el territorio de Oregón a cambio de la soberanía sobre Texas. Adicionalmente la corona española cedió también la Florida, una región sobre la que ya los Estados Unidos ya tenían una mayor influencia que España.
A finales de aquel mismo año se consumaba la independencia de México, un país de nuevo cuño que ocuparía el antiguo solar de Nueva España, y del que en 1836 se desgajó la República de Texas para acabar convirtiéndose en el 28º estado norteamericano. Los Estados Unidos terminarán de completar su actual territorio con el Tratado de Guadalupe Hidalgo firmado en 1848, que puso fin a la guerra mexicana-estadounidense, y en el que México acabó cediendo más de la mitad de su territorio. La compra de Alaska a Rusia en 1867 por 7.2 millones de dólares, y la anexión de las Islas Hawái en 1898, pusieron la guinda a un proceso de expansión que culminaba cerca un siglo después de su inicio.