Hay jinetes de luz en la hora oscura
Mariona Gúmpert | 22 de agosto de 2020
María Pita se convirtió en la heroína popular de la ciudad y de esta historia: un alférez caído, más la pérdida del estandarte, acabaron por minar los ánimos del grueso de los soldados ingleses.
Quien pasee por el centro de Plymouth (ciudad costera del sudoeste inglés) no encontrará cosa alguna en sus calles que le llame la atención, más allá de la gran mayoría de tatooed fatties que las pueblan, y que contrastan fuertemente con la imagen del típico genttleman de Oxford o Cambridge que ha querido vendernos, con éxito, Inglaterra. Y de esto va la cosa, de venderse. Las principales calles de Plymouth son Armada Avenue y Armada Street, recordando la famosa derrota de los españoles, que fue debida más a la torpeza de estos y a la inclemencia de los elementos, que a la astucia y bravura inglesas.
El pirata Drake –porque, aunque la mona se vista de corsario, pirata se queda– tiene un museo entero en la ciudad para exaltarlo y que no caiga en el olvido la figura de quien, entre otras cosas elevadas, se dedicó al tráfico de esclavos. Resulta asimismo irónico que sir Francis Pirata Drake dé nombre al único centro comercial de la ciudad de Plymouth, donde él y el resto de la flota inglesa estuvieron muy cerca de ser aniquilados por la Gran Armada si no llega a ser por el exceso de obediencia al Rey por parte del duque de Medina Sidonia (quien, por otro lado, no tenía mayor mérito que su linaje para liderar la empresa, puesto que no sabía nada del mar ni del arte de la guerra).
Por último, otro de los sitios emblemáticos de esta olvidada ciudad de provincias es la inscripción grabada en piedra en la zona del puerto, la cual señala que de allí salió el Mayflower, el primer barco que zarpó con peregrinos hasta Estados Unidos. Nadie recuerda ya que ese viaje fue fruto de la intolerancia religiosa hacia los puritanos, y se pasa de puntillas por el hecho de que en EE.UU. todo aquel que se precie (y que pueda demostrarlo) presume de que sus antepasados se remontan a los pasajeros de este barco, la versión anglo de la presunción de ser «cristiano viejo» en la oscura y retrógrada España.
Ahora bien, ¿quién sabe de la Contraarmada, de la Invencible inglesa? Los ingleses definitivamente no, pero ¿y los españoles? Tampoco. Y es un hecho a destacar, quizá no tanto por las consecuencias que tuvo –son más significativas las que evitó-, sino para contrarrestar el autobombo inglés, y recordar a los hijos del Reino de España de qué tipo de estirpe descienden.
Aprovechando el estado en que había quedado la flota española tras la derrota entre las costas inglesas e irlandesas, se organizó una Contraarmada –liderada por Drake- con tres objetivos ambiciosos: en primer lugar, acabar de destruir los restos de la Armada Española. Segundo, conquistar Lisboa, poniendo en el trono de Portugal a Antonio de Crato, quien habría pagado a la corona de Inglaterra una generosa suma y la promesa de mantener una guarnición inglesa en Lisboa y el acceso a Brasil y a todas las colonias portuguesas, de modo que nuestro vecino luso acabaría siendo en la práctica un vasallo inglés.
El tercer objetivo era el más ambicioso: tomar las Azores, capturando la Flota de Indias y obteniendo así una base desde la que atacar con facilidad a los convoyes restantes provenientes de América, con la intención a largo plazo de arrebatarle a España todas sus colonias. De haber concluido con éxito estos tres objetivos, muy probablemente todo el continente americano sería hoy anglo parlante.
A Drake se le indicó con claridad que debía dirigirse desde Plymouth hacia Santander, donde se hallaba el grueso de nuestra malograda flota siendo reparado. Pero un corsario no es lo mismo que un Duque, y desobedeció las órdenes recibidas (ojalá en esto se hubiera parecido el de Medina Sidonia a sir Corsario, quien acabó dirigiéndose hacia La Coruña, sin que se sepa a día de hoy con qué intención). Lo cierto es que dicho puerto se encontraba muy pobremente protegido: la flota era muy escasa, así como la cantidad de soldados disponible, que no llegaba a los 1.500.
A los ingleses les resultó muy sencillo desembarcar 8.000 efectivos y controlar la parte baja de la ciudad, matando a una cantidad ingente de personas, tanto soldados como civiles. Quienes no cayeron en esta primera escaramuza corrieron a refugiarse a la parte alta de la ciudad, donde se encontraban las murallas. Estas últimas, unidas a la valentía y arrojo de la población civil, incluyendo mujeres y niños, resultaron clave a la hora de rechazar al enemigo.
Como ejemplo concreto de la valentía mostrada por la población civil suele nombrarse a María Pita, heroína popular de la ciudad y de esta historia: tras atravesar con una pica a un alférez inglés que arengaba a sus soldados, y arrebatarle posteriormente el estandarte, contribuyó a acabar de girar las tornas hacia el lado español.
Una sola baja en combate no determina una batalla, pero un alférez caído fulminantemente a manos de una mujer, más la pérdida del estandarte, acabaron por minar los ánimos del grueso de los soldados ingleses: estos contemplaban impotentes cómo sus intentos de conquistar la parta alta de la ciudad eran vanos. 1.500 de ellos muertos en batalla y otros muchos enfermando a causa de las epidemias contribuyeron a que la moral de los atacantes fuera otra más de las bajas caídas en esta particular batalla, de forma que la mayoría de los soldados que quedaban acabaron por desertar y escaparon hacia Inglaterra en las naves que no habían conseguido derribar los españoles.
La Contraarmada inglesa cayó de forma más humillante todavía que la Española, evitando que el curso de la historia de España –y, por tanto, de la historia mundial- llegara a ser muy diferente. Lo que nos toca ahora es aprender a salir airosos en la batalla por antonomasia en el siglo XXI, la de las ideas y la cultura.
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