Hay jinetes de luz en la hora oscura
César Cervera | 20 de febrero de 2021
Desvelamos el significado de expresiones populares que están presentes en nuestro día a día y que ponen de manifiesto cómo España puso los cimientos para que su idioma lo hablen hoy casi 600 millones de personas.
El Siglo de Oro supuso la plenitud de las artes y las letras españolas en un momento en el que el castellano se extendía, como un maremoto, por el planeta. España no solo demostró la redondez del mundo en esas fechas, y con ello inició realmente la globalización, sino que puso los cimientos para que su idioma lo hablen hoy casi 600 millones de personas. Garcilaso de la Vega, Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Francisco de Quevedo, Tirso de Molina o Luis de Góngora, por mencionar solo a un puñado, estiraron la lengua hasta la genialidad y legaron, junto a tantos anónimos, una cantidad gigante de expresiones, refranes e imágenes que perduran hasta hoy.
«Tanto monta» fue el lema personal de Fernando el Católico, asumido posteriormente en el escudo de los Reyes Católicos, cuyo significado está vinculado al mito del nudo gordiano que Alejandro Magno cortó en su viaje hacia el corazón del Imperio persa, en el 333 a. C. Según el mito, Alejandro solucionó la prueba de un enmarañado nudo en Frigia (la actual Anatolia, Turquía) cortándolo con su espada. Esa noche, una tormenta de rayos azotó la ciudad, un augurio que Alejandro interpretó como que Zeus estaba de acuerdo con la solución, y dijo: «Tanto monta cortar como desatar» («da lo mismo cortarlo que desatarlo»).
Alude a las tan discutidas cuentas millonarias que Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, presentó a los Reyes Católicos después de haber conquistado para ellos el reino de Nápoles en 1504. La expresión y la respuesta dada por el general al rey Fernando se utiliza actualmente para ridiculizar una relación poco pormenorizada o para negar una explicación pedida por algo a la que no se tiene derecho.
La definición de esta expresión es la de «cosa que aparenta tener mucha dificultad pero resulta ser fácil al conocer su artificio». Es una expresión que surgió por una reunión legendaria en la que algunos cortesanos le dijeron a Cristóbal Colón que su Descubrimiento no tenía nada de particular y tarde o temprano hubiera ocurrido. Para demostrarles su error, Colón les invitó a que pusiesen derecho un huevo cocido. Todos dijeron que aquello era imposible, y él, entonces, dando al huevo un pequeño golpe contra la mesa, lo colocó de pie por efecto de la abolladura del cascarón. Protestaron diciendo que aquello era muy fácil, pero a ninguno de ellos se le había ocurrido hacerlo…
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Se trata de una interjección para expresar un desacuerdo con alguien. El «carajo» era el nombre que recibía el lugar situado en lo alto del palo mayor de las antiguas carabelas españolas. Servía como puesto de observación desde el que los vigías oteaban el horizonte en busca de naves enemigas o lugares a donde querían llegar, por ejemplo, América en 1492. Cuando un marinero cometía una falta se le mandaba al carajo en señal de castigo, estando obligado a permanecer allí como vigía.
Esta expresión es sinónimo hoy de algo sumamente dificultoso o costoso, refiriéndose a los gastos y esfuerzos que suponía el envío de los Tercios a Flandes durante los siglos XVI y XVII. Cervantes usó varias expresiones similares en El Quijote: el personaje de Sancho Panza afirma en un momento dado que «si yo veo otro diablo y oigo otro cuerno como el pasado, así esperaré yo aquí como en Flandes», lo que equivale a decir en cualquier parte.
El sargento mayor de cada Tercio de Flandes, la unidad de élite de los ejércitos Habsburgo en el siglo XVI y XVII, dirigía los compases de sus hombres moviendo un gran garrote, una especie de antecedente de la batuta de orquesta que recibía el explícito nombre de porra. Cuando una columna en marcha hacía un alto prolongado, el sargento mayor hincaba en el suelo el extremo inferior de su porra distintiva para simbolizar la parada. Los soldados arrestados debían permanecer sentados en torno a la porra que el sargento había clavado al principio. Eso equivalía, por tanto, a «enviar a alguien a la porra» como sinónimo de arrestarlo.
El pífano o el «pito» era el chico que tocaba tal instrumento en el ejército. Su paga era muy baja. La expresión actual «me importa un pito» da a entender que un asunto tiene escaso valor.
La frase equivale a algo sumamente fácil de llevar a cabo o de escaso valor. Su origen está en la batalla librada el 27 de abril de 1522 en la localidad de La Bicocca, población cercana a Monza, en el antiguo condado de Milán, donde un ejército francohelvético fue diezmado sin que hubiera casi ninguna baja entre los españoles.
Alude directamente a la batalla que tuvo lugar el día de San Lorenzo, el 10 de agosto de 1557, entre las armas españolas de Felipe II y las francesas de Enrique III, y en la que los Tercios estuvieron dirigidos por Manuel Filiberto, duque de Saboya. La importancia del combate y el gran número de efectivos desplegados hace que la expresión sea equivalente a decir que ocurre algo de suma importancia.
Precisamente la victoria en San Quintín fue la excusa esgrimida por Felipe II para construir su gran sueño arquitectónico: el Real Monasterio del Escorial. La expresión «dura más que la obra del Escorial» se emplea hoy para definir una empresa interminable, que se alarga más de lo esperado. Injusta referencia a las obras que el Rey Prudente ordenó y supervisó en cada uno de sus detalles para levantar «la octava maravilla del mundo». La realidad es que uno de los mayores edificios de su tiempo fue completado en solo 35 años, para gran asombro de los viajeros europeos. El embajador veneciano lo definió como «superior a cualquier otro edificio hoy existente en el mundo», mientras que el embajador de Lucca lo definió como «la fábrica mayor y mejor dispuesta de Europa».
Cuando alguien se refiere a «disparar (o tirar) con pólvora del Rey», una expresión muy utilizada en el ámbito político, quiere decir que se utilizan alegremente recursos ajenos. El origen de esta frase hecha, según distintos historiadores, está también en en los Tercios españoles. Durante sus campañas militares, cada soldado recibía una paga, en la cual se contemplaban sus necesidades pero no todos los gastos militares. La pólvora la pagaba el soldado de su propio bolsillo, de modo que todos los arcabuceros se cuidaban mucho de disparar sin tener un objetivo seguro. Solo en ocasiones muy señaladas, como en caso de asedios, se podía obtener pólvora de almacenes o polvorines de artillería procedentes de las arcas reales. La conocida como «pólvora del Rey» se disparaba más alegremente.
En su viaje al corazón del Imperio inca, el conquistador Francisco Pizarro dio con una ciudad llamada Jauja, cuya fama de oasis en medio de las adversidades que sufrían en ese momento los españoles terminó evolucionando en el sinónimo de un lugar idílico y paradisiaco, donde no faltaba de nada y todo eran placeres. Lope de Rueda escribió, en 1547, el paso titulado La tierra de Jauja y fabuló que allí las calles estaban empedradas con piñones y por ellas corrían arroyos de leche y miel. Así pues, el dicho «¡esto es Jauja!» se suele pronunciar para expresar abundancia en un sentido irónico.
Potosí significa hoy «riqueza extraordinaria», por lo que valer algo un Potosí equivale a ser algo de mucho precio o estimación. En las asombrosas minas de plata que los españoles encontraron en Potosí está el origen de la expresión.
Esta expresión, que significa unidad frente a la opresión y el atropello, procede de la obra de teatro de Lope de Vega Fuenteovejuna, publicada en Madrid en 1619. La trama de la obra está basada en un hecho histórico ocurrido en el pueblo cordobés de Fuente Obejuna y narra cómo todos los habitantes se conjuran para dar muerte a Hernán Pérez de Guzmán, comendador mayor de Calatrava, por los muchos agravios que pretendían hacerles. Cuando se investiga el asesinato, por mucho que preguntan a sus habitantes, la respuesta que obtienen es siempre la misma:
—¿Quién mató al Comendador?
—Fuenteovejuna, Señor.
—¿Quién es Fuenteovejuna?
—Todo el pueblo, a una.
Pablo Sánchez Garrido es profesor de la Universidad CEU San Pablo y director de la investigación que localiza los restos mortales de Calderón de la Barca, ahora en proceso de búsqueda con georradar.
Sociedades tan duras como la del siglo XVI se enfrentaron a virus más letales sin pestañear, asumiendo que una parte de ella habría de enfermar y que nada se podía hacer para evitarlo. Una «estrategia» inasumible en nuestros días.