Hay jinetes de luz en la hora oscura
Antonio Miguel Jiménez | 10 de agosto de 2019
Drácula, el personaje creado por Bram Stoker, está inspirado en un príncipe de Valaquia que sufrió la manipulación histórica de sus enemigos.
Los historiadores romanos comenzaban muchas veces sus narraciones con el íncipit Dicitur («se dice»). La razón era que no estaban seguros de la procedencia de una determinada información o tradición. De hecho, es muy posible que ni siquiera estuvieran seguros de que aquella hubiera tenido lugar.
En muchas ocasiones, ese dicitur no era sino un eufemismo de leyenda o cuento popular. En otras, puede que fuera incluso la forma de insertar información inventada por los autores mismos. Es la más ardua e infausta tarea del historiador: intentar encontrar una aguja de verdad en un pajar de información.
Si además esa reprobable información se ha tomado como inspiración para la creación artística, dando lugar a algo tan grande que oscurece totalmente la propia inspiración y hace desaparecer los escasos restos de realidad que quedaban, pueden darse casos como el de Drácula, personaje creado por el escritor irlandés Bram Stoker a finales del siglo XIX.
Las ahora llamadas ‘fake news’ se han utilizado a lo largo de los siglos con la finalidad de acabar con el prestigio de determinados personajes
El personaje nacido de la pluma de Stoker es una magnífica mezcla de mitología de Europa Oriental, fake news sobre Vlad III de Valaquia y la condesa Erzsébet Báthory, con un aliño de terror gótico propio de finales del siglo XIX. Lo que tienen en común tanto Vlad III como la condesa Báthory es que fueron perdedores en la pugna política que les tocó vivir.
En la historia de España, es claro el caso del rey Pedro I de Castilla (1334-1369), llamado el Cruel por la cronística de su enemigo Enrique Trastámara.
Las ahora llamadas fake news se han utilizado a lo largo de los siglos con la finalidad de acabar con el prestigio, e incluso con la memoria, de determinados personajes. En ciertas épocas, la manera más efectiva de desprestigiar, incluso de acabar con alguien era recurrir a la acusación de brujería y cuantos actos tuvieran que ver con ella.
Es paradigmático, en este sentido, el caso de la aldea de Salem (Massachusetts), donde debido únicamente a malintencionadas acusaciones, entre 1692 y 1693 fueron condenadas 29 personas por brujería, de las que 26 murieron ahorcadas. Y no menos paradigmática es la acusación de herejía, sodomía e idolatría a los templarios en 1306 por el rey Felipe IV de Francia, muy interesado en el control del Temple y sus posesiones.
En el caso de Vlad Draculea, apodado el Empalador (Tepes) más de 50 años después de su muerte, las acusaciones de crueldad y salvajismo fueron motivadas por una estrategia propagandística húngara para justificar las acciones militares contra el transilvano. Rodeada de enemigos, a mediados del siglo XV Valaquia intentaba sobrevivir como poder político autónomo entre húngaros y otomanos, apoyándose a veces en unos, otras veces en otros.
Drácula
Bram Stoker
Austral
576 págs.
11,95€
Es posible que la determinación de Vlad III por mantener una autonomía real ya desde su coronación como príncipe en 1448, no supeditada a poderes superiores, le ocasionara una campaña de desprestigio que lo representaba almorzando satisfecho en medio de un campo de hombres empalados.
Y en este marco se sitúa el famoso dicitur sobre Vlad III, en el que este, como respuesta a la queja de un oficial por el hedor que desprendían los empalados, decidió dar el mismo suplicio al citado oficial, pero mediante una pica mucho más alta, para que el olor dejara de molestar al oficial. No cabe duda de que esto es una hipérbole, e incluso es muy probable que los mismos empalamientos fueran mera invención.
Pero la historia de la condesa Erzsébet Báthory, apodada la condesa sangrienta, superó con creces la de Vlad III. El apoyo a su primo Gábor Báthory en la lucha por el principado transilvano frente al candidato húngaro entre 1606 y 1608, y la posterior derrota de este, le ocasionó que fuera acusada, juzgada y condenada por asesinar a no menos de 650 jóvenes para, según la acusación, bañarse en su sangre (e incluso beberla), con el objetivo de mantener su belleza y juventud.
Se organizó toda una investigación, dirigida por un enemigo político de la condesa, que curiosamente encontró todo lujo de pruebas de las macabras acciones, asesinatos y torturas de la condesa a las muchachas. La condena conllevó la requisa de las tierras y los bienes de esta gran noble, descendiente de una de las dinastías (Báthory) aspirantes al trono de Transilvania. Pues bien, es esta truculenta fake news la que Stoker recogió para terminar de engalanar la figura del ficticio conde Drácula: la adquisición de jóvenes muchachas para beber su sangre.
En definitiva, está claro que la información, verdadera o falsa, juega un papel fundamental en nuestra percepción de los personajes y los hechos históricos. Aun así, no deja de fascinar que unas fake news húngaras de en torno al siglo XVI fueran la semilla para uno de los personajes más icónicos de la cultura popular de nuestro tiempo. ¿O acaso no es asombroso pensar que muestras de esa cultura popular actual, como las películas de Hotel Transilvania, son, en último término, debidas a dichas fake news?
Las últimas «fake news» sobre el Vaticano y el Papa pretenden englobar un relato que trata de enfatizar que Francisco no sigue la doctrina tradicional, algo que es falso.