Hay jinetes de luz en la hora oscura
Jon Juaristi | 01 de febrero de 2021
Durante mucho tiempo, pensé que el silencio de vencedores y vencidos sobre la Guerra Civil se debía a la vergüenza diferida de los primeros y a la humillación persistente de los segundos. Hoy creo que las cosas no son tan simples.
Afirma Marguerite Yourcenar, en su esbozo biográfico del novelista japonés Yukio Mishima, que a aquellos que conviven en su infancia con generaciones anteriores a la de sus padres se les regala un suplemento de memoria que les permite alcanzar un pasado inusualmente lejano. A veces, basta para ello haber convivido con familiares de la generación de los padres —principalmente con tíos— dotados de memorias personales excepcionalmente largas (con los que uno puede forjar lo que el crítico formalista ruso Viktor Sklovski llamaba «alianzas retrospectivas laterales»). Tal fue el caso, sin duda, de don Julio Caro Baroja, que afirmaba tener una relación más íntima, en su imaginario, con el siglo XIX que con el XX, en el que le tocó vivir. Yo mismo, que durante mi niñez pasé más tiempo con mis abuelos que con mis padres, tengo una imaginación anclada en el siglo anterior a aquel a comienzos de cuya segunda mitad nací, gracias, además, a una tía abuela casi centenaria que me contaba cómo había vivido ella el sitio de Bilbao por los carlistas en 1873-1874.
Sin embargo, los recuerdos que mis abuelos y mis padres me transmitieron de la Guerra Civil de 1936-1939 fueron mucho más débiles y desvaídos. Por ambas ramas, paterna y materna, vengo de familias del bando derrotado. Mis abuelos paternos pertenecían a la elite originaria del nacionalismo vasco; el materno, a una estirpe importante del republicanismo bilbaíno. Mi abuelo paterno fue uno de los fundadores de Juventud Vasca en 1904, por las mismas fechas en las que el hermano mayor de mi abuelo materno fundaba las Juventudes Republicanas de Bilbao. Siempre me resultó inexplicable su resistencia —y la de mis padres— a hablarme de la Guerra Civil.
Ahora bien, si se compara con la información de primera mano que recibieron sobre el mismo tema mis amigos coetáneos de familias de vencedores, la parquedad de la que yo obtuve era abundancia enciclopédica. A ellos no se les había contado prácticamente nada. Durante mucho tiempo, pensé que el silencio de vencedores y vencidos sobre la Guerra Civil se debía a la vergüenza diferida de los primeros y a la humillación persistente de los segundos. Hoy creo que las cosas no son tan simples.
Por ejemplo, mi abuelo paterno y sus hermanas cuasicentenarias (que, lejos de ser nacionalistas vascas, se confesaban alfonsinas de toda su larga vida) perdieron en la guerra dos hermanos, ya añosos, que fueron asesinados en zona republicana. El primero de ellos, en Garrucha (Almería), donde había sido director de las minas de hierro de los Chávarri y alcalde durante la Dictadura de Primo de Rivera. El segundo, abogado y veterano dirigente político del carlismo vizcaíno, fue linchado en su Bilbao natal durante el asalto a las cárceles, el 4 de enero de 1937. Este último, mi tío abuelo José María de Juaristi, fue detenido a comienzos de la guerra junto a su consuegro, Ignacio de Goicoechea, un militar de abolengo bilbaíno, abuelo de mi amigo Eugenio Nasarre. Un hijo de Ignacio y yerno de mi tío, el joven ingeniero Mariano de Goicoechea, detenido junto a su padre, escribió un impresionante diario de cautiverio en los pontones de la Ría de Bilbao, en el que relata con terribles pormenores las matanzas que llevaron a cabo en dichos barcos las milicias de izquierdas en el verano de 1936.
La verdad, como es sabido, suele ser la primera víctima de todas las guerras, civiles o no
Eugenio Nasarre, yo mismo y nuestro pariente común José Luis de la Peña Juaristi, nieto del abogado carlista asesinado, nos hemos propuesto editar el diario de Mariano junto con un informe extenso sobre los once meses de la guerra en Bilbao, escrito en 1937 por un joven sacerdote, mi tío Joseba, a petición de su antiguo profesor, el gran prehistoriador vasco José Miguel de Barandiarán. Mi tío cura simpatizaba inequívocamente con el nacionalismo vasco de sus padres y abuelos, lo que no le impidió reflejar en su memorial el terror rojo que se apoderó de Bilbao desde el primer verano de la Guerra Civil.
No son textos de ficción, precisamente, estos inéditos de Mariano Goicoechea y Joseba Juaristi. No somos novelistas como el magnífico narrador que es Pedro Corral, e intentaremos simplemente preparar su edición con el mayor rigor crítico que nos sea posible, para contribuir así, no tanto a la construcción de una memoria antagónica a la leyenda rosa de la izquierda que el frentepopulismo en el poder pretende imponer mediante la ley de «memoria democrática», sino a la verdad histórica, que es objeto hoy de persecución y lo será aún más en los tiempos que se avecinan. La verdad, como es sabido, suele ser la primera víctima de todas las guerras, civiles o no. El acoso al que está siendo hoy sometida, en su forma de verdad histórica —que designa no tanto un conocimiento indiscutible como un proyecto ético— no invita a presagiar nada bueno.
El historiador y periodista Pedro Corral repasa algunos de los libros más interesantes sobre la Guerra Civil y busca la manera de extraer alguna enseñanza del conflicto español.
Carlos Gregorio Hernández & David Sarias
Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa demuestran cómo la presión y el fraude fueron un factor fundamental para que el Frente Popular obtuviera el poder tras las elecciones republicanas de 1936.