Hay jinetes de luz en la hora oscura
Fernando Bonete | 21 de enero de 2021
Pablo Sánchez Garrido es profesor de la Universidad CEU San Pablo y director de la investigación que localiza los restos mortales de Calderón de la Barca, ahora en proceso de búsqueda con georradar.
A lo largo de dos siglos y medio, la ciudad de Madrid ha visto desfilar los restos del máximo virtuoso del teatro español hasta en seis ocasiones. En 1681, tras su fallecimiento y sepultura en la iglesia del Salvador, lugar señalado por su testamento. En 1840, en su traslado al cementerio de San Nicolás por riesgo de derrumbamiento. Durante el Sexenio Revolucionario, hacia la iglesia de San Francisco el Grande, con el proyecto gubernamental de que acabaran descansando en el Panteón de los Hombres Ilustres. En 1874, de vuelta a San Nicolás tras descartarse el proyecto. En 1880, cuando la Congregación de San Pedro reclamó los restos y fueron conducidos a la capilla de su sede, en la calle Torrecilla del Leal. Y en 1902, a la nueva sede de la Congregación, la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores.
Al parecer, sus restos nunca llegaron a descansar en el mausoleo habilitado al efecto en el templo. La hipótesis manejada señala que, por seguridad, fueron enterrados en otro emplazamiento menos expuesto al público. Esta eventualidad los habría salvado de su quema en 1936, cuando las milicias republicanas incendiaron el templo. Dicho emplazamiento, de existir, nunca llegó a conocerse. El testimonio que avala la hipótesis procede de un sacerdote y testigo ocular de la inhumación. Lo reveló al capellán mayor de la Congregación de San Pedro, quien a su vez lo plasmó en su historia oficial de la congregación, de 1964.
85 años después de su aparente desaparición, un equipo de investigación liderado por el doctor Pablo Sánchez Garrido, profesor de la Universidad CEU San Pablo, acomete la búsqueda de sus restos. Tras un pormenorizado estudio histórico y de documentación de más de dos años, se ha desplegado el dispositivo tecnológico y búsqueda por georradar. En el momento de realizar esta entrevista, aguardamos los resultados de un procedimiento que podría alargarse durante meses.
Pregunta: La fase de búsqueda mediante georradar comenzó en los días previos a la Navidad. ¿En qué momento se encuentra ahora esta localización sobre el terreno?
Respuesta: Seguimos avanzando en la búsqueda tecnológica mediante georradar dentro de la iglesia, suelo y paredes. En estos momentos está detenida, dado el temporal de nieve y las heladas que han atravesado Madrid. Además, tenemos que sumar a esto la constante del coronavirus. Una parte del edificio de la iglesia solo es accesible a través de la congregación, del hospital y la residencia de ancianos, y no nos está permitida de momento la entrada por razones sanitarias lógicas.
P.: ¿Pero se barajan ya posibles localizaciones para los restos?
R.: Hasta este momento el especialista en georradar, Luis Avial, ha hecho sondeos de una buena parte de la iglesia. Quedan todavía numerosos datos por procesar, pero sí, se han encontrado algunas posibles ubicaciones, en concreto una que ha dado mayores indicios. Pero todas tienen que ser valoradas por el equipo de arqueólogos antes de proceder con una posible apertura, y quedan por revisar esas ubicaciones compartidas con la congregación y el hospital, que formarían parte de una segunda fase de búsqueda con georradar.
P.: Entiendo entonces que se trata de un proceso a largo plazo…
R.: Claro, hablamos de meses hasta que hayamos podido peinar todo el enclave. Y siempre digo que podemos encontrar los restos, o no encontrarlos. En cualquier caso, se trata de documentar una cosa o la otra. Si no están, la investigación no habrá sido en balde, porque podremos demostrar científicamente, al menos con los medios de los que disponemos actualmente, que los restos no están en la iglesia.
P.: En cualquier caso, ya ha aparecido un cofre con la llave de la arqueta funeraria y un retrato de Calderón desconocido hasta la fecha.
R.: Sí, el cofre es de madera noble, de dimensiones pequeñas, unos cuarenta centímetros, coronado con la cruz de la Orden de Santiago a la que perteneció Calderón. Son los mismos materiales que la urna que se está buscando. La llave que contiene abriría la arqueta funeraria. En el lateral presenta unas inscripciones prácticamente ilegibles que aludirían al primer traslado de los restos. La arqueta fue entregada a la familia durante alguno de los actos de exhumación y traslado de los restos, probablemente en el primero de los traslados, en 1841, ya que alude a un conde del Asalto que falleció siete años después.
El nuevo retrato de Calderón era desconocido para la crítica hasta el momento. Es importante, dado que la auténtica apariencia de Calderón todavía es objeto de debate. No puedo añadir más, todavía estamos en proceso de identificación y datación, aunque sería muy interesante que fuera el retrato que hizo Antonio de Pereda en el siglo XVII. Se sabe que estaba en propiedad particular. Podría ser también una de las copias de finales del XIX.
Tanto la arqueta como el retrato fueron robados durante la Guerra Civil y reintegrados a sus propietarios en 1939. Son propiedad de la familia de Calderón, que amablemente los han prestado al equipo científico de la Universidad CEU San Pablo. Es la primera vez que el público puede verlos.
P.: Volviendo a los restos, la hipótesis que asegura su supervivencia se remonta a los años sesenta. Han pasado décadas desde entonces. ¿Cayeron en el olvido?
R.: El tema no estaba para nada olvidado. La propia congregación tenía este dato. No olvidemos que ese testimonio aparece publicado en la historia de la Congregación de San Pedro, a la que perteneció el propio Calderón de la Barca, de la que fue capellán mayor, y a la que hizo heredera universal según testamento que redactó él mismo. De ahí que la Congregación de San Pedro sea la propietaria de sus restos, además de que fue la congregación la que operó los cambios de emplazamiento para su salvaguarda en esta iglesia en 1902.
A principios de los sesenta, el capellán mayor anotó el testimonio de un sacerdote en su lecho de muerte, indicando que los restos nunca llegaron a estar en la arqueta de mármol que estaba a la vista del público. A la vista, e incluso al alcance de la mano del público. De modo que la arqueta quedó tan solo como elemento simbólico, y los restos pasaron a un lugar más seguro. Lugar que desconocemos, porque el sacerdote no se recuperó de su enfermedad y finalmente falleció sin poder señalar el emplazamiento.
Desde entonces la congregación ha hecho sus búsquedas, pero catas aleatorias, porque no tenían la tecnología necesaria para hacer una búsqueda científica. El padre Pilón, algo así como el Iker Jiménez de los ochenta, también lo intentó, pero claro, no iba con un georradar. El uso arqueológico o civil del georradar es relativamente reciente.
P.: Y entonces llega esta investigación, ¿cuál es su génesis?
R.: Hay dos factores. El primero es personal. Yo conozco mucho esa iglesia. Allí hicieron la comunión mis hijas, tengo cierta vinculación con la parroquia y con el párroco, Jesús Arribas, y soy postulador de la causa de beatificación de Alfonso Santamaría, párroco en el año 1936, cuando fue fusilado. Cada vez que entraba y veía la lápida, diciendo que los restos de Calderón estuvieron allí, que se perdieron… sentía una espina clavada. Y fue buscando información acerca de Santamaría como encontré esta pista que comentábamos acerca de los restos. Si había, como la hay, una hipótesis seria de que los restos pudieran estar en los muros de la iglesia, había que despejarla. La congregación, como titular de los restos e iglesia, y el CEU, como entidad académica y financiadora, han puesto todo de su parte, sin olvidar el equipo de técnicos, profesores y arqueólogos del CEU que colaboran en el proyecto, Hipólito Sanchiz, Antonio Malalana, Cristina Rodríguez Luque, Eva Rodríguez Casares, María Ángeles Varela, y de otras instituciones, Jorge Morín, Jesús Folgado, Esther Borrego.
P.: Estamos en un momento en el que damos gran valor a la «virtualización». No cabe pensar en nada más contrario a esta idea que la búsqueda de unos restos mortales. ¿Qué aporta esta búsqueda?
R.: De entrada, es un deber cultural, patriótico y religioso. Calderón es una gloria nacional. Debemos recuperar y dignificar sus restos. Lo que nos lleva a una cierta recuperación de su figura. Incluso en nuestra cultura hipertecnológica, en la que se desprecia lo humanístico, la repercusión que ha alcanzado la iniciativa en los medios de comunicación ha sido sorprendente, y ha hecho que Calderón esté mucho más vivo de lo que pudiera parecer.
P.: Necesitamos recuperar a Calderón.
R.: Necesitamos recuperarlo a varios niveles. A nivel físico, la búsqueda de sus restos, que como digo, es un deber. A nivel cultural, recuperar su obra, leerlo, releerlo y representarlo mucho más. A nivel conceptual y cívico, es un autor que canta a la libertad y entronca con la tradición hispana de reivindicación de la libertad humana y política, como se refleja en La vida es sueño. Y además, a nivel de justicia social, como se refleja en El Alcalde de Zalamea. Calderón fue un factor de unión para la sociedad española de su tiempo. Encandiló a todas las clases sociales, tanto a reyes y nobles como al pueblo más llano, a través de los ideales universales que laten en sus obras.
Y añadiría que también podríamos recuperar el ejemplo de su propia vida, una vida romántica, perfectamente dramatizable en una de sus propias obras, como afirmó Percy Shelley. De joven fue algo pendenciero, jugador y mujeriego, y llegó a ser excomulgado. Hacia su madurez participó con los bravos Tercios, o en la guerra de Cataluña. En la cincuentena ingresó en los terciarios franciscanos y finalmente se hizo sacerdote, y un sacerdote ejemplar, que siguió escribiendo autos sacramentales hasta morir casi pluma en mano. Todo ello en una vida de ciertas estrecheces económicas, a la vez que colaboraba con la caritativa Hermandad del Refugio. Creo que incluso la Iglesia podría plantearse su proceso de beatificación, como reclamaba alguna publicación del XIX.
P.: En la misma situación de incertidumbre se hallan los restos de Tirso, Velázquez, Murillo, Lope de Vega y muchas otras grandes figuras. ¿Despreocupación y desinterés por nuestra propia cultura?
R.: En esto España ha incurrido en un agravio comparativo frente a otros países de su entorno, y tiene una gran asignatura pendiente, hacer justicia a nuestras glorias nacionales. Recientemente se han podido hacer investigaciones sobre Cervantes o Quevedo, pero hay otros muchos restos, como los que has indicado, que siguen perdidos o en paradero impreciso. Los de Lope se sabe que están en la iglesia de San Sebastián, y hubo intentos de encontrar sus restos, pero finalmente la operación de búsqueda se complicó en una fosa común. Queda pendiente emprender una alianza público-privada, no solo para buscar estos restos de nuestra tradición cultural, sino también para potenciar el conocimiento de su verdadero legado, que son sus obras, así como para encontrar sus obras perdidas. Solo de Calderón, que se sepa, hay al menos una docena de obras no encontradas, como la dedicada a Nuestra Señora de la Almudena, o al Quijote.
Para acercarnos a Calderón de la Barca necesitamos interiorizar los sentimientos de sus personajes y descubrir la intensidad poética. Difícil tarea en estos tiempos de rápidas lecturas.
Casos tan flagrantes como la pintada de una estatua de Cervantes en San Francisco sirven para despertar a la opinión pública y visualizar la ignorancia que hay detrás de estos ataques.