Hay jinetes de luz en la hora oscura
José María Sánchez Galera | 16 de noviembre de 2020
Javier Fernández Aguado, director de la Cátedra de Management Fundación La Caixa en el Instituto de Empresa (ahora más conocido como IE Business School), plantea cómo entiende la gestión de las organizaciones: «Pretendo desempolvar el liderazgo de servicio; liderar es lograr que la gente quiera hacer lo que tiene que hacer».
En España existe una gran concentración —quizá la mayor del mundo— de centros especializados en estudios financieros y empresariales. Lugares como el IESE, el IE, ESADE, la EOI y otras tantas siglas. Se imparten cursos sobre gestión, sobre liderazgo, sobre motivar a los trabajadores, generar confianza en socios, mejorar las cadenas de distribución, renegociar deudas y buscar nuevos mercados. Incluso cuentan con programas adaptados a políticos, aunque, observando la situación actual del país, parece que los títulos universitarios de que presumen los líderes de nuestros partidos no se ajustan a este nivel, o que se saltaron alguna que otra clase. Frente a esta realidad, cabe resignarse, indignarse o afrontar una alternativa con optimismo. Esta ha sido la opción, desde siempre, de Javier Fernández Aguado (Madrid, 1961), profesor, escritor, conferenciante, socio director de la consultora MindValue y director de investigación en la escuela de negocios EUCIM. Quienes más lo conocen saben que obtuvo el reconocimiento «J. A. Artigas» a la mejor tesis doctoral en Ciencias Sociales, y que ha merecido premios como el de Mejor Asesor de Alta Dirección y Conferenciante (Grupo Ejecutivos), Micro de Oro a mejor ponente de Economía y Empresa (ECOFIN), Faro de Líderes «José María López Puertas» (CEDERED), o «Peter Drucker» a la Innovación en Management (EEUU, 2008). Pero cualquiera que lo conozca lo suficiente, o un poquito, sabrá que la característica que mejor lo define es otra: su sonrisa y su mirada humanística. Citar a Bernardo de Claraval, Tomás de Aquino o Aristóteles como grandes maestros para nuestros días, y criticar con un chiste la deriva de ignorancia social e institucional.
Fernández Aguado ha asesorado a más de quinientas organizaciones en medio centenar de países y escrito tres docenas de libros, tales como La felicidad posible (2000), Liderar en tiempos de incertidumbre (2005), Patologías en las organizaciones (2007), Roma, Escuela de directivos (2012), El management del III Reich (2015), ¡Camaradas! De Lenin a hoy (2017). Y recién salido del horno, 2000 años liderando equipos, en el que describe cómo lo que hoy se consideran grandes innovaciones en dirección de empresas e instituciones no son sino un retorno a lo que la Iglesia, de una manera u otra, ha llevado a cabo a lo largo de más de veinte siglos. Su fértil producción, tanto oral como escrita, le ha valido convertirse en el único profesional citado en todos los estudios que se han escrito sobre referentes de habla hispana en estudios de gestión organizativa. En el libro Pensadores españoles universales (2015), se lo coloca al nivel de autores como María Zambrano, Julián Marías o Laín Entralgo; y, en 2010 y 2019, se celebraron sendos simposios internacionales dedicados a analizar su obra, con la asistencia de setecientos profesionales procedentes de quince países. Todo aquel que haya tenido la oportunidad de escucharlo entenderá por qué se le brinda esta valoración. Una valoración que se queda en la superficie, que no descubre la simpatía, la contundencia flexible y el realismo de un hombre con mirada amplia y, a pesar de sus gafas, nítida.
Pregunta: Usted habla mucho de organizaciones y de gestión de lo imperfecto, pero siempre está de buen humor.
Respuesta: ¡Ojalá fuese así! Procuro contemplar la realidad desde el ángulo más positivo. Detenerse en lo negativo es espontáneo, pero conduce al reconcomio. La vida presente es un casting para la eternidad y sería un error ensayar con faz mustia.
Pregunta: Le he escuchado decir: «Ante la realidad no es bueno enfadarse».
Respuesta: Hay personas que viven enfurruñadas, porque las cosas no marchan como a ellas les gustaría. Si alguien espera alcanzar la alegría cuando todo vaya bien, sufrirá mucho e inútilmente. Hace años, reflejé en Hablemos sobre felicidad que la felicidad no es una meta, es el modo en el que caminamos.
Si alguien espera alcanzar la alegría cuando todo vaya bien, sufrirá mucho e inútilmenteJavier Fernández Aguado
P.: Alguno podría pensar que usted, además de pensador y asesor, es psicólogo.
R.: No son realidades contrapuestas. La psicología, ciencia de la psique, es imprescindible. Sin conocerla, es inviable entender al ser humano. El management —gobierno de personas y organizaciones— reclama el conocimiento de las reglas de funcionamiento del ser humano. Muchas quedan explicadas por la psicología.
P.: Según usted, Aristóteles fue el coach de Alejandro de Macedonia.
R.: Alejandro Magno tuvo un entrenador personal —Lisímaco— y un coach intelectual: Aristóteles. Durante años, Alejandro Magno aprendió del estagirita. Posteriormente, sin embargo, no acabaron bien, porque el poder es un afrodisiaco que, si no se controla, conduce a la jactancia, a la ofuscación intelectual, a considerarse por encima de todo y de todos. Le sucedió a Alejandro Magno y a otros que no le llegan ni a la suela del zapato y sufrimos en las noticias del telediario cada día.
P.: Cuando usted dice que Haníbal —perdón, Aníbal— recurría al benchmarketing, ¿hay algo de provocación o de chiste, o forma parte de su modo de entender el liderazgo y la gestión?
R.: Muchos presentan como novedosos comportamientos y metodologías que son tan antiguos como el hombre mismo. Sobre Aníbal Barca escribí en Roma, escuela de directivos. Si hubiera contado con un buen coach, le habría ido mejor. Con alta probabilidad le hubiera aconsejado culminar el trabajo dirigiéndose a Roma tras la batalla de Cannas, en vez de marear la perdiz por la península itálica.
La felicidad no es una meta; es el modo en el que caminamosJavier Fernández Aguado
P.: En el mundo anglosajón se concede mucha importancia a las humanidades, al conocimiento de los clásicos. En España parece que preferimos que las empresas las gestionen ingenieros.
R.: En las tres décadas que vengo asesorando a equipos directivos, he encontrado en España numerosos ingenieros, pero también filósofos, historiadores o filólogos en puestos de alta dirección. Por lo que se refiere al mundo anglosajón, donde también he trabajado en múltiples ocasiones, es más bien ficción que realidad que se valore en alto grado la preparación en humanidades.
P.: Aunque ya vemos cómo nos va con un ministro de Sanidad que se define como filósofo.
R.: Hablamos más bien de un individuo que cursó la carrera de Filosofía. Si dispusiera de un nivel elemental de pudor, habría dejado ese puesto tiempo atrás para dar paso a alguien solvente. Se cumple una y otra vez que los dioses condenan a la ceguera, la hýbris señalada por los griegos, a quienes no bracean por alcanzar un mínimo grado de humildad y sentido común.
P.: En España hemos tenido una larga tradición de médicos humanistas.
R.: Tradición que se prolonga. Me enorgullezco de contar con buenos amigos galenos que, además de esmerada preparación técnica, disponen de un alto conocimiento de filosofía e historia: José de los Ríos, en Vigo; Javier Gaudó o José Ignacio Jalón, en Madrid; el andaluz, ya fallecido, Aurelio Chamorro, y tantos más.
El poder es un afrodisiaco que, si no se controla, conduce a la jactancia, a la ofuscación intelectualJavier Fernández Aguado
P.: Aseguran que Emilio Botín (q.e.p.d.) tenía El arte de la guerra, de Sun-Zi, como libro de cabecera.
R.: Yo recomendaría: Pensamientos, de Joseph Joubert; Educación del príncipe cristiano, de Erasmo; o Ética a Nicómaco, de Aristóteles (si es en la edición que preparé para la editorial LID, mucho mejor).
P.: ¿Hasta qué punto las humanidades pueden convertirse en mera curiosidad de Trivial, o en mero utilitarismo táctico?
R.: Lo sublime y lo ridículo son paredaños; lo mismo que la genialidad y la locura; el patriotismo y el nacionalismo; la felicidad y el placer; la studiositas y la curiositas; etc.
P.: ¿Cuántos chicos —perdón, y chicas— obtienen el título de bachiller o de graduado sin haber leído un párrafo de Cicerón o de Séneca?
R.: ¡Demasiados! Y cuando pretenden que se transite a un curso superior sin aprobar las materias correspondientes, se certifica que estamos en manos de obtusos; perdón, obtusas.
Alejandro Magno tuvo un coach intelectual: AristótelesJavier Fernández Aguado
P.: Sin embargo, el Gobierno está muy orgulloso de que nuestros chicos —perdón, y chicas— son de los mejores alumnos en ciertas «habilidades» y en «lenguaje inclusivo», o eso parece.
R.: Tomo de Agustín de Hipona (s. V) una pregunta tan pertinente como actual y aplicable a no pocos países: remota itaque iustitia, quid sunt regna nisi magna latrotinia? «Si eliminamos la justicia (la ética), ¿en qué se diferencia un Gobierno de una banda de ladrones?». No es preciso añadir más.
P.: Frente a este tipo de situaciones, usted propone un nuevo modo de liderazgo.
R.: Más bien, desempolvar el liderazgo de servicio. Liderar, me gusta repetir, es lograr que la gente quiera hacer lo que tiene que hacer. Eso no lo logran los jactanciosos, ni los protervos, ni los nescientes.
P.: Ese liderazgo implica manejar una especie de «idioma propio». ¿Cuáles serían las principales palabras de este diccionario?
R.: Son más de 250 palabras y comportamientos que desgrané en El idioma del liderazgo. Entre otras: optimismo, esfuerzo, ejemplaridad, humildad, sentido común, trabajo, coherencia, empatía, austeridad, sinceridad…
Muchos presentan como novedosos comportamientos y metodologías que son tan antiguos como el hombre mismoJavier Fernández Aguado
P.: En su libro más reciente, 2000 años liderando equipos, explica cómo la Iglesia es un modelo de gestión a lo largo de los siglos.
R.: Aprender de los aciertos y yerros del pasado es la forma más segura para ajustar el timón en el presente. Algunos creen equivocadamente que el mundo arrancó cuando ellos nacieron y desaparecerá cuando ellos fallezcan. Ignorar el pasado implica condenarnos a reiterar errores que podrían ser soslayados.
P.: Desde León Magno o Alejandro VI (Rodrigo de Borja) hasta Benedicto XVI o Francisco.
R.: En el libro señalo el ranking de los tres Papas más lamentables de la historia —Benedicto IX, Juan XII y Alejandro VI—, pero también detallo comportamientos ejemplares de múltiples CEO de la Iglesia católica: desde san Pedro a León I, Gregorio I, Gregorio VII, Juan XXIII, Pablo VI o Juan Pablo II, por mencionar solo a unos pocos.
P.: Si Francisco lo contratara como asesor, ¿qué le diría?
R.: Recomendaban los sabios griegos no juzgar a nadie antes de que hubiera muerto y pasaran bastantes años. He escuchado afirmaciones extremas sobre el actual romano pontífice que van desde la acrítica exaltación zalamera hasta señalar que la sobrenaturalidad de la Iglesia se manifiesta en que ni siquiera un argentino está siendo capaz de hundir la barca de Pedro. Por mi parte, prefiero esperar antes de emitir un juicio. Quiero pensar que algunas de sus incomprensibles decisiones proceden de una visión estratégica de la que numerosos mortales carecemos. El tiempo permitirá emitir afirmaciones ponderadas, como ha sucedido con personajes tan controvertidos en su tiempo como Celestino V o Bonifacio VIII, de los que trato con detalle en 2000 años liderando equipos. En su época, levantaron ampollas. A más de siete siglos de distancia, podemos tratarlos con ecuanimidad.
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