Hay jinetes de luz en la hora oscura
José María Sánchez Galera | 13 de octubre de 2020
María Elena Higueruelo, ganadora del Premio Adonáis 2019, comenta cómo una nutrida asimilación de vida y lecturas engendra sus poemas: «He intentado contestar al mito romántico del poeta como profeta con una contrapropuesta: el poeta como madre».
Cuando este juntaletras estudiaba con fruición a Sartre y Nietzsche, y escandía hexámetros de Virgilio —aquel año de COU en la «academia de enfrente de tu casa» de que hablaba Luis Alberto de Cuenca—, ella vio la primera luz del día. En aquella tierra de comunes ancestros que llaman «el mar de olivos». Parece pequeña, colegiala atenta con ojos enormes y un pelo lacio como cortinas de casa solariega y meriendas con chocolate y granizado de limón. Pero no, hay una determinación, un convencimiento acuñado por ella misma que pulula dentro, y que escala sobre los ribetes de ligera timidez que la buena educación inculca. Su seguridad impacta, porque no es la de la juventud insolente, sino la de la maduración de la vida interior que no está encerrada. Su resolución tiene mucho de caricia —como el albaricoque que está repleto de sabor—, no de estampida de tren abarrotado. Porque María Elena Higueruelo es una poetisa que conoce lo suficiente de los matices de la vida, de la literatura, de la necesidad de volver a leer libros que nos resultaban extraños, e incluso de que Camelot pueda aproximar un mito griego con un personaje bíblico. Sabe incluso ser modesta y resta relevancia a los premios que ha logrado. Contempla la vida entera desde el primer otero que permite columbrar más allá del horizonte.
En 2015, Higueruelo publicó en Hiperión El agua y la sed, poemario con el que había ganado el certamen «Antonio Carvajal»; poco después, sus versos aparecieron en una antología editada por Renacimiento y luego en otra impresa en Oviedo. En 2019, consiguió el Premio Adonáis (Rialp) —en el jurado andaba Enrique García-Máiquez— con un libro titulado Los días eternos, palabras con las que concluye, precisamente, esta obra. Durante esa especie de disputa final, como de entrega de Óscar de Hollywood, en la que los finalistas declaman algunos de sus poemas, ella recitó uno que comenzaba así: «Yo aleúyo, tú aleúyas, él aleúya». Aquello sonaba tan antiguo como moderno, una estrofa de Safo ideada por Alberti y cantada por Antonio Vega. El poema seguía: «Has vuelto | a sentir la violencia del ojo–|bisturí; de la palabra ajena, | extraña sentencia pronunciada | como un susurro en altavoz». Era imposible pensar que otra persona pudiera llevarse el laurel. Casi como observar a Lukita Modrić o a Guti en un entreno.
Pregunta: Con un cuarto de siglo, usted ya ha publicado en Hiperión, Renacimiento y Adonáis (Rialp). Y ha ganado los dos premios de poesía quizá más importantes para autores jóvenes.
Respuesta: ¡Por favor, hábleme de tú! La verdad es que estoy siendo muy afortunada en este aspecto. Soy consciente de que, en lo que a premios se refiere, cuenta la calidad de tu trabajo, ¡eso es lo primero!, pero también es una cuestión de perseverar hasta estar presente en el momento adecuado. No me gusta ver los premios como una competición por una porción de prestigio; por suerte, el valor de los libros no se puede cuantificar (por algo odio Goodreads), por eso no me permito olvidar el componente azaroso del gusto. Lo bonito de los premios es que siempre sacan a la luz libros buenos que permanecían inéditos, y suponen un voto de confianza por parte de un jurado y una editorial. Publicar en la colección Adonáis o en Hiperión es siempre, y sobre todo para quienes estamos empezando, un lujo y un aliciente pero, en respuesta a las suspicacias de quienes recelan del sistema de premios, les consolaré diciendo que tampoco creo que esto baste para hacer canon.
En lo que a premios se refiere, cuenta la calidad de tu trabajo, pero también es una cuestión de perseverar hasta estar presente en el momento adecuadoMaría Elena Higueruela, poeta
Pregunta: ¿Hay alguien que, coronada de laurel y oro en tu carro triunfal, te susurre: «Recuerda que sólo eres un mortal»?
Respuesta: Bueno, yo no tengo laurel ni oro ni carro, pero sin duda esa vocecita no es otra que la mía.
P.: En este mundo es muy fácil dejar de ser persona y convertirse en personaje. No quiero decir nombres.
R.: Creo que todos tenemos una parte de personaje. No por nada, sino por el hecho natural de estar escindidos entre nuestra parte pública y nuestra parte privada. Lo que ocurre es que hay personajes más simpáticos y verosímiles que otros. Sin embargo, pienso que las fronteras entre ambas parcelas de nuestra personalidad siempre son porosas, por eso no me cabe duda de que quien gusta de interpretar un papel antipático al final se acaba convirtiendo (si es que no lo es ya) en eso que cree fingir.
P.: En Los días eternos, planteas un recorrido, de la mano de Platón, para salir de la caverna.
R.: Supongo que es una lectura personal, no necesariamente original, del mito de Platón. Creo que los grandes textos destacan por su versatilidad. Esto no significa que se les pueda hacer decir cualquier cosa a nuestra conveniencia, sino que pueden funcionar en contextos distintos. La preocupación de Platón en La República es el gobierno de la polis; en cambio, creo que está claro que mi poemario no persigue una preocupación política explícita en este caso. En un determinado momento, me pareció que el mito de la caverna también funcionaba perfectamente como alegoría de algo tan íntimo como el crecimiento personal, el paso de un estado de inconsciencia a otro de lucidez respecto al mundo, la posibilidad de interpretarlo. Al fin y al cabo, hacerse adulto es lidiar con nuestro propio paso de lo mítico a lo lógico, aunque a este respecto es donde el poemario juega a la misma trampa que Platón, y es que para habitar el logos nunca deja de servirse del mito.
Todos tenemos una parte de personaje, por estar escindidos entre nuestra parte pública y nuestra parte privadaMaría Elena Higueruela, poeta
P.: ¿En qué caverna estamos encerrados? ¿Nos atan otros, o nos atamos nosotros, en esos personajes que nos construimos?
R.: Como decía, siguiendo esta lectura, la caverna sería algo así como la infancia-primera adolescencia. Sobre si nos atan los demás o nosotros mismos, quizá ni una cosa ni la otra. Es simplemente que este primer momento vital es, según lo interpreto yo, todo confusión y desorientación: estamos invadidos por emociones y sentimientos que no sabemos explicarnos y, en consecuencia, nos construimos una imagen del mundo mucho más simple, porque no tenemos herramientas para separar lo literal de lo simbólico. Creo que la caverna también puede ser el propio individuo, porque es todavía un ser cerrado en sí mismo que a veces no es capaz de ver más allá de sus propias narices. Por eso la segunda parte está dedicada al amor y el descubrimiento del otro.
P.: En esta huida de la caverna, o liberación, veo muchas alusiones y referencias, empezando por las bíblicas; citas del Qohelet (Eclesiastés), una Jerusalén que parece de la época de Cristo, Rut, Jonás…
R.: Escribí este poemario en unos años de descubrimiento radical de la literatura y creo que me pasé de entusiasta con las referencias, ¡pero es que no lo podía evitar! Todo lo que leía nuevo impregnaba lo que escribía. Los motivos bíblicos son un ejemplo de esto y creo que los asimilé con especial ilusión, precisamente por haber podido acercarme a la Biblia bajo una nueva luz. Recuerdo haber leído algunos pasajes en mis años de catequesis cuando era pequeña, pero entonces nada de aquello me llamaba la atención, y durante mucho tiempo pensé en la Biblia como algo muy aburrido que no podía decirme nada. En cambio, hace un par de años cursé una asignatura de Literatura Hebrea, y disfruté muchísimo de este segundo acercamiento a la Biblia siendo ya adulta, porque me encontré de pronto con todo un nuevo repertorio de mitos y material poético.
P.: Y, en un momento dado, te preguntas: ¿«Abraham o Medea»?
R.: Una de las líneas de reflexión que sigue el poemario es el tema de la creación literaria, el paso de la intuición a la verbalización. En varios momentos he intentado contestar al mito romántico del poeta como profeta con una contrapropuesta: el poeta como madre; el poema no como iluminación repentina, sino como gestación lenta. Después de esta humanización, Abraham y Medea: dos representaciones del infanticidio que tienen motivaciones y desenlaces distintos. Intentaba pensar en cómo se relaciona el poeta con lo que escribe y con lo que el poema representa.
Hacerse adulto es lidiar con nuestro propio paso de lo mítico a lo lógicoMaría Elena Higueruela, poeta
P.: También aparecen Narciso, Camelot, Cortázar… y una terraza de Benidorm.
R.: Llegados a este punto, creo que no es ningún secreto que para mí los mitos son un territorio para jugar. Me encanta trazar hilos imaginarios entre ellos. En Rut despierta me imagino a la dama de Shalott, un personaje que reaparece mucho en el libro, convertida en una Alicia que persigue al conejo blanco, que esta vez se dirige a Camelot, la ciudad soñada e inaccesible. Me hacía gracia la idea de que por el camino se encontrara a Narciso, ensimismado con su doble, también soñado e inaccesible. Ese poema sigue en cierto modo la lógica de un sueño, pero los motivos se repiten y se conectan. Ahora que lo pienso, el tema de lo onírico y los dobles también está muy presente en Cortázar, aunque reconozco que no escogí su cita pensando en eso, sino porque encajaba muy bien como cabecera para lo que quería contar en Doble stop. En fin, en este poemario he querido ser, sobre todo, agradecida, y por eso está lleno de referencias a las cosas y personas que me han hecho feliz o me han ayudado a pensar; de ahí también el guiño a esa terraza en Benidorm, sin la que no existiría El otro que yo soy.
P.: Si a eso le sumamos frases o palabras sueltas en inglés, el resultado tiene un aire muy luisalbertiano. Solo falta algo más de cómic y de Alejandría o Bizancio.
R.: Leí bastante a Luis Alberto de Cuenca hace ya algunos años, aunque no he vuelto a él últimamente. Creo que esto que señalas tiene más que ver con Eliot, que sí es un autor que me influyó mucho cuando estaba escribiendo este libro.
P.: ¿Alta cultura, baja cultura? ¿Mezcla? ¿Todo es cultura?
R.: ¡Uf! Este tema me parece un campo de minas del que es muy difícil escapar sin haber dicho una obviedad o una tontería. La distinción entre alta y baja cultura, sin duda, no, no la compro. Pero también me parece deshonesto medir con el mismo rasero todas las producciones culturales. La cultura es un lugar de encuentro e intercambio y creo que hay lugares donde es posible reunirse pero no intercambiar nada; no obstante, el límite entre unos y otros no está ni debe estar prefijado. Quiero pensar que el arte no necesita de abogados y que se defiende bastante bien por sí solito (y también se deja en evidencia por sí mismo cuando no está a la altura). Como comentaba antes, creo que el valor de una obra se demuestra por su propia versatilidad a la hora de pensar el mundo. A veces resulta que algo que alguien había dado en llamar «baja cultura» de pronto un día cae en manos de un intérprete original y sirve para decir algo nuevo; también estoy convencida de que en otros casos no hay nada que rascar. Por otro lado, me parece que hay más gente que quiere hacerse la original de la que realmente lo es, y a menudo se intenta elevar obras malas de un modo tan obsceno que al final resulta más clasista que integrador, porque resulta muy evidente cuando quien lo hace sí tiene en su mente esa distinción entre baja y alta cultura y cree estar transgrediendo esa línea.
Hace un par de años cursé una asignatura de Literatura Hebrea y disfruté muchísimo de este segundo acercamiento a la BibliaMaría Elena Higueruela, poeta
P.: Se nota otra preocupación, otro aspecto destacado en tus poemas: la infancia.
R.: Esto es algo que me asombró a mí misma, porque hasta hace poco mi interés en la infancia era nulo. Me gusta ser adulta, no recuerdo la niñez como un paraíso perdido, aunque a nivel material fuera muy plácida. Durante mucho tiempo no me llamó la atención, simplemente porque la recordaba como un período muy aburrido donde no había pasado nada y que pertenecía a otra persona que no era yo. Creo que por eso de pronto me empezó a interesar muchísimo: porque me di cuenta de que no era posible que no hubiera pasado nada. Así que, a partir de cierto momento, empecé a ver en la infancia muchos antitipos de la vida adulta, imágenes proféticas de lo que ahora soy (como ocurre con el Antiguo y el Nuevo Testamento), y me apeteció empezar a explorar esa etapa olvidada con ojos de adulta. Digamos que buscar a la adulta que se escondía en la niña me ha servido también para encontrar a la niña que hay en la adulta. La memoria es un juego de espejos.
P.: Tu poesía transita por toda la vida humana, por todas las etapas. Y, enmendando a Ausonio —y a todos los vitalistas de mercadillo que se quedaron en la interpretación banal del «carpe diem» horaciano—, hablando de la muerte sin mentarla, te fijas en Booz, el marido de Rut. «Dichoso aquel que no vivió | cada día como el último».
R.: Me gusta mucho la interpretación que hace Victor Hugo del mito de Booz en su poema Booz dormido; me parece muy esperanzador lo que significa ese hijo en la última etapa de la vida, teniendo en cuenta además esa relación filial con la escritura de la que te hablaba antes. Creo que me hallo en una etapa vital donde es natural sentir la urgencia de hacer ciertas cosas que piensas que en un futuro será tarde para llevar a cabo, y esto se exacerba cuando vives la muerte prematura de un ser querido, porque de pronto sientes el futuro como algo todavía más precario. Pero tomar conciencia de la fragilidad del futuro no debería convertirse en una renuncia del mismo. Vivir cada día como el último me parece una cosa muy pesimista; siempre hay que tener esperanza y la mejor forma de tener esperanza es vivir con la fe de que ese futuro habrá de existir, y cuidar el presente para que sea parte de algo que queramos recordar entonces. Ahora, cuando me agobio por no estar, en teoría, aprovechando el momento, me consuelo diciéndome que lo estoy cosechando. Como dice el Eclesiastés, «para todo hay un tiempo oportuno».
P.: Porque «los días eternos» son…
R.: Una ficción necesaria.
El columnista Hughes, con un formato de periodismo alejado de activismos partidistas y en el que salta con naturalidad del papel al blog, asegura: «Hemos de preguntarnos si la prensa sirve a la verdad o a la mentira».
Manuel Quijano publica Detrás de la letra, un libro en el que habla de la industria musical y de la historia de Café Quijano. Sobre el coronavirus y sus efectos, el cantante afirma: «Desearía que la mascarilla solo fuera una protección contra un virus, no contra el miedo».