Hay jinetes de luz en la hora oscura
Javier Morillas | 26 de diciembre de 2019
Frente al empalagoso «gretismo» de turno, hay que insistir en el reequilibro territorial y medioambiental como clave para la sostenibilidad de la España «vaciada».
En la Unión Europea, todavía de los 28 países, hay 10 millones de hectáreas de regadío, destacando España, Italia y Francia con el 29,1, 28,7 y 14,3%, respectivamente. «Regad los campos si queréis dejar rastro de vuestro paso por el poder», escribió Joaquín Costa en su «Exhortación a los partidos políticos» (1910), insistiendo en que, mientras en España no se represara agua, construyeran embalses y canalizaciones, no tendríamos ciudades dignas de tal nombre, ni agricultura capaz de autoalimentar a sus ciudadanos. Y, tras alentar las expediciones africanistas al Sáhara Occidental o Guinea, pedía concentrarse en la «Escuela y despensa».
Hoy nuestro regadío genera el 65% de la producción vegetal, siendo pilar fundamental del sector agroalimentario: 12% de la economía española. Uno de los cinco grandes sectores exportadores, junto a automoción, química, maquinaria y turismo. Lo que no está mal, tras 500 años expulsando población sistemáticamente por la dificultad de alimentarla.
Finalizamos 2018 con 3.774.286 hectáreas de regadío, 399.654 más que hace una década, con consumos hídricos decrecientes. Una de cada dos hectáreas se riega por goteo: segundos en el mundo tras Israel. Entre 2008 y 2012, el volumen consumido por los agricultores alcanzaba los 16.000 hectómetros cúbicos; ahora es menos de 15.000 (Datos INE).
En 2002, la agricultura representaba el 80% del agua total consumida en España, destinándose el resto al consumo industrial y urbano. Hoy ha caído al 65%. El «regado a manta» ha disminuido en 174.529 hectáreas, hasta las 908.075. Mientras, los sistemas automotriz y de aspersión del cultivo extensivo -apenas con pérdidas del 17%- han crecido en 60.000 y 90.000 hectáreas, respectivamente. Así, la modernización de regadíos llega al 75,9% de la superficie, muy superior a la media comunitaria. Y es clave para la sostenibilidad económica de la España «vaciada». Un hecho que no se ha puesto suficientemente de manifiesto en la COP-25 (Cumbre del Clima).
Reequilibro territorial y medioambiental real frente al ya empalagoso «gretismo» de turno. Y aprovechar también el «clima mediático» creado en torno a la Cumbre del Clima -valga el juego de palabras- de Madrid para insistir en una renovada obligación y necesidad de plantar árboles.
Llamar a la repoblación forestal, también desde el punto de vista del empleo y la inversión, en la España vaciada es una tarea colectiva y gubernamental que deja mucho margen para la aportación individual, incluso familiar. Aunque deba ser liderada e impulsada por las instituciones.
El fenómeno Greta Thunberg se les ha empezado a ir de las manos. Son cada vez más numerosas las voces que denuncian esta fanática idolatría cuyo profeta es la adolescente noruega.
Greta Thunberg ha conseguido elevar el tema del cambio climático a rivalidad política internacional y generacional. Lo ha hecho por ser niña, no por ser científica, debido a su capacidad para contagiar, con la suya, la emotividad de millones de adolescentes del mundo.