Hay jinetes de luz en la hora oscura
Manuel Llamas | 14 de diciembre de 2020
Algunos de los países más productivos de Europa ya optan voluntariamente por empleos a tiempo parcial. Si lo que pretende el Gobierno es imponer la semana laboral de 4 días por decreto, el resultado será menos sueldo y mucho más paro.
La izquierda radical española se ha vuelto a descolgar en los últimos días con una propuesta que ya se ha convertido en un verdadero clásico dentro de su particular programa económico: la semana laboral de cuatro días o, lo que es lo mismo, reducir las horas de trabajo de 40 a 32 horas semanales.
El líder de Más País, Íñigo Errejón, aprovechó el debate de los presupuestos generales del Estado para plantear esta posibilidad y, si bien su enmienda fue rechazada en el Congreso, sus antiguos compañeros de partido no dudaron en recoger el guante desde el Gobierno para tratar de apuntarse el tanto. El vicepresidente Pablo Iglesias avanzó que «explora» recortar la jornada laboral y la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, confirmó que la medida en cuestión se estudiará próximamente con patronal y sindicatos, bajo la creencia de que su implantación contribuirá a generar empleo.
Lo primero que debería llamar la atención es la profunda ignorancia económica de la que hacen gala sus precursores. No en vano, Errejón, ni corto ni perezoso, llegó a afirmar que Venezuela sufre desde hace años kilométricas colas para comprar comida porque «hay más dinero disponible» y, por tanto, «la gente puede consumir más». Asimismo, que Podemos, artífice y colaborador necesario de uno de los mayores procesos de empobrecimiento de la historia de la humanidad, por obra y gracia del chavismo, se atreva a dar lecciones de economía resulta, sencillamente, dantesco.
Pero es que, además, por si fuera poco, esta idea no es nueva. La izquierda francesa puso en marcha un proyecto similar a principios del presente siglo, tras bajar la semana laboral de 39 a 35 horas, y el fracaso fue tan rotundo que los sucesivos Gobiernos no han dejado de parchearlo a fin de minorar sus perniciosos efectos, desde destrucción de empleo y aumento de la precariedad a menor competitividad empresarial y mayor déficit público.
Y el hecho de plantearlo justo en este momento, en medio de la mayor recesión desde la Guerra Civil, con casi 4 millones de parados registrados en el antiguo Inem y otros 750.000 trabajadores en ERTE, junto con la intención de subir el salario mínimo a 1.000 euros al mes, evidencia el absoluto desprecio que profesa el comunismo patrio hacia el bienestar y la calidad de vida de los españoles.
La única forma de reducir las horas de trabajo sin recortar sueldos consiste en producir más con menos, es decir, elevando la productividad. En caso contrario, cualquier elevación de los costes laborales se traducirá de una u otra forma en destrucción de empleo, especialmente ahora que los beneficios de las empresas brillan por su ausencia como consecuencia de la crisis del coronavirus.
Pasar de 40 a 32 horas de trabajo semanales sin tocar salarios implicaría disparar la productividad un mínimo del 25%, y eso, en un país como España, cuya productividad laboral se sitúa por debajo de la media europea, es una utopía
Pasar de 40 a 32 horas de trabajo semanales sin tocar salarios implicaría disparar la productividad un mínimo del 25%, y eso, en un país como España, cuya productividad laboral se sitúa por debajo de la media europea, es una utopía. Tanto es así que hasta el propio Errejón plantea subvencionar a las empresas que recorten jornada para compensar las pérdidas y, de este modo, evitar despidos mediante la creación de un fondo dotado inicialmente con 50 millones de euros.
El nuevo despropósito de Podemos y Más País, sin embargo, no está reñido con que trabajar cuatro días por semana se convierta en una realidad al alcance de una creciente parte de la población. De hecho, en algunos de los países más productivos de Europa, como es el caso de Holanda o Suiza, entre el 40% y el 50% de sus trabajadores ya opta voluntariamente por empleos a tiempo parcial, que implican necesariamente una reducción de jornada a cambio de cobrar algo menos. Y es que su elevada productividad les garantiza un nivel retributivo más alto sin necesidad de trabajar tantas horas. Algo similar sucede en las empresas de alto valor añadido, como las tecnológicas y algunas multinacionales, donde el trabajo por objetivos, sin importar tanto el horario, es la norma, otorgando así a sus empleados una mayor libertad a la hora de organizar su tiempo.
El secreto, en todo caso, no es otro que la productividad. La jornada de 8 horas o el fin del trabajo infantil no es obra del sindicalismo ni del socialismo, sino fruto de los constantes avances que ha traído consigo el surgimiento y el desarrollo del capitalismo tras la Revolución Industrial. No por casualidad, a mediados del siglo XIX la semana laboral rondaba las 70 horas, mientras que hoy se sitúa en torno a las 40.
Y no por casualidad los países más productivos ofrecen mejores sueldos, de modo que sus respectivas poblaciones pueden ganar más trabajando menos. El problema es que para lograr esa mayor productividad se necesita propiedad privada, seguridad jurídica y libertad económica, que es justo lo que aborrecen Iglesias y compañía. Si lo que pretende el Gobierno es imponer la semana laboral de 4 días por decreto, el resultado será menos sueldo y mucho más paro.
PSOE y Podemos pretenden gastar más por puro electoralismo. Cuanto más grande se haga el problema, más difícil será para la Unión Europea esquivar el rescate incondicional de España.
Podemos ha aprovechado la pandemia para aprobar el grueso de su programa en materia de vivienda, que constituye una abierta declaración de guerra a la propiedad privada y que tendrá consecuencias muy negativas en forma de inseguridad jurídica, aumento de precios y mercado negro.