Hay jinetes de luz en la hora oscura
Jaime García-Máiquez | 17 de abril de 2020
Con las entrevistas a Jorge Luis Borges se podría articular un gran libro único, donde toda la increíble información que albergan se condensara literariamente en un solo diálogo brillante y mágico.
El aislamiento al que estamos sometidos tiene también algo literario, borgiano. Miles de millones de personas ahora mismo están recluidas en casa, en sus particulares «galerías hexagonales» de esa gran biblioteca de Babel que es el mundo… No hay que olvidar que la biblioteca que formamos juntos deja analfabeta la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos con sus escasos 34 millones de volúmenes (o, dicho humildemente, libros) y 70 millones de manuscritos. Vamos, eso lo tenemos solo en Madrid Centro.
Esta situación no es aquella en la que teníamos que decidir qué libro de tu biblioteca te llevarías a una isla desierta, sino una nueva en la que tu biblioteca es la isla. Yo he aprovechado para ordenar la mía, que, como decía Borges, «es ejercer, de un modo modesto y silencioso, el arte de la crítica». En mi caso ha sido más bien un modo doméstico de ejercer el arte de la criba: he ordenado, sí, pero también he regalado, he empaquetado libros para “otras islas”, he tirado a la basura unos, he quemado en la chimenea otros (los grandes maestros de las bibliotecas exigen a veces esos pequeños holocaustos luminosos) y, sobre todo, he ojeado y hojeado muchos libros.
A Jorge Luis Borges (1899-1986) le he dedicado un solo estante, pero a cambio muchos instantes de este tiempo envasado al vacío. Uno se pone borgiano con el solo hecho de pensar en su mundo cercado de libros, espejos y laberintos. Lo tiene todo para ser un “maestro” perfecto: un talento genial, imaginación, inteligencia y misterio, erudición y humor, melancolía y épica… Y el necesario éxito (al que trataba con elegante cinismo) o el fracaso (de no haber sido feliz: ciertamente el más inepto «de los pecados/ que un hombre puede cometer»), y la Tragedia («esa magnífica ironía» del ávido lector entre millones de libros que su ceguera no le deja ver).
Borges lo sabía todo de la Literatura. Siempre alecciona y divierte su infalibilidad de juicio. Incitaba a leer con una nueva luz, enriqueciendo cada libro, ‘borgianizándolo’
Borges lo sabía todo de la Literatura. Siempre alecciona y divierte su infalibilidad de juicio. Incitaba a leer con una nueva luz, enriqueciendo cada libro, borgianizándolo. Conocía con precisión de francotirador qué le había faltado a no sé qué literato para no ser considerado un genio, del otro las torpezas por las que no tuvo más lectores, del de más allá por qué, a pesar de ser mediocre, lo aman los manuales de literatura. Él lo sopesaba todo en la concavidad infinita de su memoria, y tomaba buena nota con aquella letra morse de hormiga que tenía, ordenada y caótica.
Para un cristiano viejo como es uno, la fabulosa erudición de Borges le parece un magnífico juego riguroso, un símbolo de un símbolo íntimamente suyo, La Biblioteca de Babel, donde por la mera existencia de «todos los libros […] el universo estaba justificado». El sentido común acabó imponiéndose incluso en la misma mecánica de aquel cuento disparatado, y «por una línea razonable o una recta noticia hay lenguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias», donde «buscar sentido en los libros» era una «supersticiosa y vana costumbre». Conocimiento e ignorancia van unidos en la gran biblioteca de Babel como en el propio Borges, cuya realidad vital –por destino familiar, vocación personal y acaso también por su ceguera física- no trascendió nunca los límites de la Biblioteca.
La fabulosa erudición de Borges parece un magnífico juego riguroso, un símbolo de un símbolo íntimamente suyo, La Biblioteca de Babel, donde por la mera existencia de «todos los libros (…) el universo estaba justificado»
Tras el justo éxito mundial que le proporcionaron sus cuentos (El jardín de los senderos que se bifurcan. 1941, Ficciones. 1944 y El Aleph. 1949), Borges quizá percibió –así lo propone Eduardo García de Enterría en su Fervor de Borges (Ed. Trotta 1999)- que el frágil andamiaje de toda esa perfección estéril no soportaría por sí mismo el paso (y peso) de la posteridad, y volvió a la Poesía. Es verdad que no abandonó la escritura de cuentos pero… «el verso/ que es la única memoria» (Espadas, en La rosa profunda) le otorgaba también aquel destino que de alguna forma le exigían sus ancestros militares: «El hexámetro dura más que el fuerte/ fragor de los metales de la muerte» (Las guerras, en Textos recobrados).
El Borges poeta es aún más fantástico que el de sus cuentos. La ficción tiene… algo banal, no sé, de entretenimiento, mientras que la poesía (o el ensayo) es la transmisión de una emoción (o conocimiento) realizada con elevadas dosis de honestidad. Y entonces sucedió que toda aquella maquinaria se puso en funcionamiento al servicio de la narratividad como recurso lírico, de la contundencia del endecasílabo, de escudriñar la palabra justa para definir un vago sentimiento pasajero, del rigor constructivo de poemas memorables. En fin, un milagro.
Martín Arias en Borges, profesor (Emecé 2002, p.18) divide las distintas facetas de Borges en tres bloques: la vinculada al Texto literario, a las Conferencias y a la Entrevista. La primera está encarnada evidentemente en sus libros publicados y, la segunda, en obras transcritas que han pasado a formar parte ya de sus Obras completas, como Autobiografía (1970), Borges oral (1979) y Siete noches (1980); o Arte poética (Universidad de Harvard. 1967-1968), la ya citada de Borges, profesor (2000, en la edición argentina), El aprendizaje del escritor (2014) y El tango. Cuatro conferencias (2016). Solo quedaría, por tanto, vincular la Obra de Borges a la última faceta de la Entrevista.
Las entrevistas están extensamente publicadas; yo mismo tengo unas cinco, de las que podría citar ahora la famosa con Richard Burgin; las divertidas de Osvaldo Ferrari; las siete conversaciones de Sorrentino; la que titularon ingeniosamente Borges, el memorioso (no recuerdo con quién, curiosamente); la sostenida con Sábato o las mantenidas con Susan Sontag y Reina Roffé. Hay muchas más publicadas.
Lo esencial de este artículo es evidenciar que con ese rico material de entrevistas se podría articular un gran libro único, donde toda la increíble información que albergan se condensara literariamente en un solo diálogo brillante y mágico, digno no ya del Borges oral sino de una de sus obras maestras.
Con el rico material de entrevistas borgianas se podría articular un gran libro único, donde toda la increíble información que albergan se condensara literariamente en un solo diálogo brillante y mágico, digno no ya del Borges oral sino de una de sus obras maestras
A nuestro escritor le gustaba más dar clases que conferencias, pues allí tenía la certeza de que iban «quienes les interesa el contenido de la clase (…) y no [como en las conferencias] mi forma de hablar, mis gestos, el color de mi corbata o el corte de mi pelo». Y lo interesante es que para seguir elogiando su preferencia por las clases acaba por decir: «De este modo [en clase] uno puede mantener un diálogo pleno».
Precisamente el diálogo es la culminación de un precioso proceso –cito al propio Borges- «de investigación compartida», que naciendo en la Grecia clásica ha alcanzado en nuestro tiempo tecnológico una precisión inédita: «Pasé muchas horas de desocupada conversación con Richard Burgin. Me pareció que [la conversación] no tenía un eje particular sobre el cual girar. Tampoco había nada didáctico». Por encima del escaparate de una conferencia o de una clase supeditada al aprendizaje, resplandece la amistosa pureza del diálogo.
Termino citando de nuevo al propio Borges: «Uno de los muchos placeres que los hados me han proporcionado ha sido el diálogo literario y metafísico. Releyendo estas páginas [Conversaciones con R.B] creo haberme expresado, e incluso confesado, mejor que en aquellas escritas en soledad con excesivo cuidado y atención». Tras escuchar este épater sobre el diálogo que supera al texto literario en expresión y confesión (¿Qué es la literatura sino esto), no hay más que “dialogar”, me parece a mí.
Primer programa de «La fortaleza Bastiani», el nuevo pódcast de eldebatedehoy.es centrando en el mundo de las Letras.
Es imposible pensar que no se seguirá escribiendo Poesía en el futuro. Se escribirá y leerá más, porque probablemente será más necesaria aún que ahora.