Hay jinetes de luz en la hora oscura
Esperanza Ruiz | 03 de enero de 2021
La decisión más radical a la que puede aspirar un ser humano -aceptar la esperanza o rechazarla- queda resuelta en la primera obra teatral de Jean-Paul Sartre.
Solo en lo que voy a contar ahora, ojo. No voy a hacer apología de ideas perversas et al. a estas alturas.
Jean-Paul Sartre (París, 1905-1980), símbolo del existencialismo en la década de los 30, cae prisionero de los alemanes en Padoux siendo oficial del ejército francés durante la II Guerra Mundial. Después es llevado a Nancy y de ahí al Stalag 12D en Tréveris (Alemania). Un poco como Steve McQueen en La Gran Evasión, pero en feo y sin Bud Ekins saltando alambres de espino en una Triumph tuneada.
En la Nochebuena de 1940, Sartre ya había entablado amistad con un grupo de sacerdotes que le dan a conocer el Diario de un cura rural del escritor católico -y Camelot du Roi- Georges Bernanos. Cuando Sartre se entera de que han conseguido autorización para celebrar la Nochebuena y la Misa de Gallo, se decide a escribir una pequeña obra de teatro como preludio y para dar esperanza a sus compatriotas presos. Después se ha sabido que su participación en la Navidad no se limitó a la representación, puesto que asistió con el coro a la misa.
Barioná, el hijo del trueno
Jean-Paul Sartre
Voz de Papel
200 págs.
12€
A modo de versión moderna de los autos medievales de Navidad, Sartre compone una pieza dividida en siete actos, correspondientes a siete cuadros que sirven a la vez de contexto y escenario. Se trata de una obra con cierta carga poética y toques filosóficos algo complejos para el tono popular que requería un público culturalmente heterogéneo de numerosísimos reclusos, pero la narración es sólida y tiene la fuerza de quien conoce el Misterio aunque no lo haya hecho suyo.
Cuando escribió Barioná, el hijo del trueno, en el campo de prisioneros del III Reich, hacía ya algunos años que Sartre había publicado La náusea, novela paradigma del nihilismo y reflejo de sus postulados herederos del existencialismo de Heidegger y antes de su giro marxista. Era un ateo militante.
Barioná es el gobernador zelote de Bethaur (Bethsur en la tradición cristiana), una población cercana a Belén, que soporta la opresión y dominación romana hasta la extenuación. Tras su último despacho acerca de la dependencia del Imperio con Lelius, un superintendente romano, Barioná adopta una decisión drástica: pide a su pueblo que se extinga. Que no tengan más hijos como método de rebelarse al sometimiento.
Ese mismo día su mujer le dice que está embarazada. Y que «allí hay una mujer feliz y plena -refiriéndose a María- una madre que ha dado a luz por todas las madres». El texto del ángel también sobrecogió a propios y extraños al escuchar que un ángel pálido como la muerte tirita de frío, porque «hay en el cielo un gran vacío y una gran espera […] En estos momentos, en un establo, hay una mujer acostada sobre la paja. Guardad silencio porque el cielo se ha vaciado entero como un gran agujero, está desierto y los ángeles tienen frío».
Barioná es el álter ego de Sartre; ante el sufrimiento se vuelve escéptico y niega la vida. Sartre es el rey Baltasar; participa en la obra encarnando al contrapunto del gobernador, abierto a la esperanza y considerando que el judío se convierte en el primer discípulo de Cristo cuando mira al Niño. Barioná acaba abrazando la Gracia, dotando de sentido al sufrimiento y ayudando a la Sagrada Familia a huir de Herodes.
La decisión más radical a la que puede aspirar un ser humano- aceptar la esperanza o rechazarla- queda, pues, resuelta en la primera obra teatral de Sartre.
En Barioná, el hijo del trueno, Sartre instituye a Cristo como punto de referencia de la libertad auténtica.
Tras ser liberado por mala salud y volver a su antiguo trabajo como profesor de Filosofía de liceo, Sartre reniega de la obra durante mucho tiempo. No es hasta los años 60 cuando permite la publicación de 500 ejemplares, siempre y cuando vayan acompañados de una nota aclaratoria en la que reafirma su ateísmo. Admite que su primera obra teatral había sido una experiencia afortunada y le había hecho comprender que el teatro tenía que ser un gran fenómeno colectivo y religioso, pero, a pesar de ello, él mismo censura algunos párrafos.
Biógrafos, estudiosos y la Fundación Sartre omiten Barioná, el hijo del trueno en el corpus literario del escritor. Sin embargo, hay dos cosas ciertas: una carta que Sartre escribe a Simone de Beauvoir confirmándole que «seguramente tenga talento como autor dramático. He escrito una escena del ángel que anuncia a los pastores el nacimiento de Cristo que ha dejado a todos sin respiración […]», y el texto completo de la obra. En efecto, la viuda de uno de los soldados prisioneros de Stalag 12D, que participó en la representación -el filósofo y activista político escribió papeles para unos veintitrés personajes-, legó su biblioteca personal a la Biblioteca Nacional francesa en 1998. Entre las obras se encontraba el libreto con el texto original. En español ha sido recuperado en 2006 por la editorial Voz de Papel.
De este modo, siempre es bueno recordar, aunque sea por enésima vez, que la Navidad para los católicos no es magia, es esperanza. No son selfis con gorros de Papá Noel acompañados de frases motivacionales que harían sonrojar a un entrenador de crossfit. No es el «overeating» y el «season’s greetings» del villancico de centro comercial de Frank Sinatra. No es el «spiced pumpkin latte con vainilla de Madagascar y virutas de turrón de comercio justo» del café gentrificado de la esquina. Tampoco es una fiesta del afecto o la exaltación del amor y la paciencia con tus propincuos. La Navidad no son chimeneas encendidas o concursos de jerséis de renos en la comida del despacho o la consultora que te explota ni, por supuesto, Mariah Carey dando la turra desde 1994.
Y, por favor, en España los regalos los traen los Reyes Magos. De siempre. Eso de que en sus versiones cristianas los traiga san Nicolás o el Niño Jesús «para que puedan jugar», me parece un coladero, como el 4º supuesto del aborto. Un padre romano, si no aceptaba o reconocía al hijo -tomándolo y levantándolo por encima de su cabeza-, lo dejaba en el suelo a la intemperie para que lo recogiera quien quisiese, así que los vuestros pueden esperar al día 6 de enero, os lo aseguro. Haced niños estoicos, los vamos a necesitar. Que yo sepa, en el portal de Belén no había ningún fenotipo pícnico vestido de rojo con tendencia a la botella.
He escrito una escena del ángel que anuncia a los pastores el nacimiento de Cristo que ha dejado a todos sin respiraciónJean-Paul Sartre
La Navidad, para nosotros, es admiración del Misterio de Belén y recuerdo del compromiso salvífico de Cristo. Si no crees y no puedes, como Sartre, escribir una pieza que acerque al Nacimiento de Dios, no pretendas venderme tus solsticios. Si no crees y no puedes, como Brahms, componer el Réquiem Alemán, no me hagas comprar tu interpretación de estas «fiestas». Si no crees y eres el director del Reina Sofía*, me autocensuro, como Sartre, lo que deberías hacer.
Así pues, celebren la Navidad como quieran, pero es mejor que algunos molesten lo menos posible. Y es que una está muy cansada de que le propongan gato cuando sabe que lo bueno es la liebre.
El disidente de la Navidad lucha contra ella desde dentro, pues lo crucial en su empresa es que se note que no considera la Navidad, y esto tiene que llevarse a cabo, naturalmente, en Navidad.
Estas fechas van a ser muy distintas para todos. Resultará complicado para la gran mayoría evitar sentir tristeza y nostalgia. Por eso me he animado a contarles una historia de Navidad, por si pudiera arrancar a alguno una sonrisa.