Hay jinetes de luz en la hora oscura
Chema Rubio | 28 de octubre de 2020
Profesionales de la ciencia y de la medicina se pronuncian sobre la verdadera necesidad de una vacuna contra la COVID-19 y analizan la celeridad con la que se están realizando las pruebas.
Quizá no sea necesaria una vacuna contra el coronavirus. Quizá el virus haya mutado para ser menos letal a cambio de convivir entre nosotros más tiempo. Quizá la carrera contrarreloj por tener una vacuna ponga en peligro muchas vidas a largo plazo.
El mundo mira con lupa cada fase de cada farmacéutica en su loca carrera por poner a la venta una vacuna que inmunice a la población contra la COVID-19. Según los datos del último barómetro del CIS en su encuesta de octubre de 2020, el 43,8% de la población española no estaría dispuesta a ponerse la vacuna nada más salir. Si en septiembre de 2020 el 44% de los españoles se vacunaría en cuanto fuera accesible el antídoto y el 40% no lo haría, un mes después tan solo el 40,2% se inyectaría el fármaco. En un mes la opinión de los españoles ha cambiado radicalmente.
Una vacuna sólida, segura y eficaz es un valor para garantizar la estabilidad de nuestra sociedadEstanislao Nistal
Llega el momento de preguntar abiertamente a los profesionales de la medicina y a los científicos sobre la necesidad de la vacuna. Estanislao Nistal es virólogo y profesor de Microbiología de la Universidad CEU San Pablo. Lleva meses apareciendo en los medios de comunicación para poner luz sobre las noticias de la COVID-19 que aparecen. La primera pregunta es directa: ¿es necesaria una vacuna contra el coronavirus? Y la respuesta, también: «Sí, dada la mortalidad y el grado de penetración a escala mundial del virus. Existe un riesgo alto de volver a tener cifras muy elevadas de fallecidos y saturación de los sistemas de salud, una vacuna sólida, segura y eficaz es un valor para garantizar la estabilidad de nuestra sociedad».
Javier Pérez Castells es doctor en Química Orgánica en la Universidad CEU San Pablo. Sus vídeos en YouTube analizando el coronavirus se han hecho virales. Responde a la misma pregunta con otro enfoque. «Para superar la pandemia actual no es imprescindible que se desarrolle una vacuna y, aunque se desarrolle, tampoco eso supone necesariamente asegurarse terminar con ella. Sin embargo, sería enormemente útil y conveniente que logremos, no una, sino varias vacunas. Sin vacuna, la pandemia se podría terminar porque el virus se volviera menos letal o menos contagioso por sí solo, o porque alcanzáramos la inmunidad de rebaño. Y la vacuna tampoco asegura el final, porque la inmunidad puede ser pasajera». El profesor Castells avisa de que «el virus podría reaparecer al cabo de un tiempo con modificaciones que convirtieran a la vacuna en ineficaz. Pero, dado el inmenso problema en el que estamos, cualquier herramienta posible debe ser explorada».
Para superar la pandemia actual no es imprescindible que se desarrolle una vacuna y, aunque se desarrolle, tampoco eso necesariamente supone asegurarse terminar con ellaJavier Pérez Castells
Una vacuna suele estar disponible y ser segura para la población tras un periodo no inferior a seis años. Ahora todos los laboratorios han focalizado sus esfuerzos en luchar contra el coronavirus. Incluso han dejado de lado otras vacunas para frenar la pandemia intentando inmunizar a la población. España suma más de 50.000 muertos por coronavirus; mientras se escribe este reportaje, la enfermedad se extiende por todos los rincones del planeta.
¿Llegará a tiempo la vacuna para modificar el transcurso de la enfermedad? El profesor Nistal asegura que «al ritmo de la evolución de la pandemia es probable que, en ausencia de vacuna, sean necesarios varios años hasta que se vuelva a la normalidad, y la muerte de un número muy alto de personas (la mortalidad real del virus podría estar entre el 0,6 y el 1% de las personas infectadas) para llegar a tener un grado de inmunidad suficiente como para prevenir la enfermedad grave en aquellas personas que se infecten». La reinfección ya se ha dado en personas que habían pasado la enfermedad, pero el problema es la gravedad de los síntomas. Nistal asegura que «es probable que aquellas personas que se hayan infectado, pasado el tiempo, se vuelvan a infectar nuevamente de forma más leve. Una vacuna que previniera una enfermedad grave y la muerte cuando nos enfrentásemos al virus va a permitir no tener que esperar a que el virus llegue a muchas personas que aún no se han infectado de manera natural».
Es probable que aquellas personas que se hayan infectado, pasado el tiempo, se vuelvan a infectar nuevamente de forma más leveEstanislao Nistal
Pérez Castells se muestra sorprendido por el trabajo de los laboratorios, «la velocidad de desarrollo de las vacunas para la COVID-19 está siendo sencillamente espectacular. Actualmente, el virus nos está enseñando que es bastante estable, que no le afectan las ciclos atmosféricos y que no parece haber perdido letalidad en este tiempo, e incluso posiblemente haya aumentado su capacidad de contagio. Así que, desgraciadamente, seguiremos inmersos en el problema cuando aparezcan en el mercado las primeras vacunas. Es muy difícil decir cuándo va a ser eso, porque hasta dentro de las propias empresas que las desarrollan hay grandes diferencias de criterio».
Las fechas confunden a los Gobiernos y a los ciudadanos. Los primeros, porque quieren hacer política de ellas, y los segundos, porque necesitan certezas tras meses de inseguridades. Castells se pronuncia sobre este asunto: «Algunos políticos e incluso algunos representantes de las farmacéuticas hablan de que podría haber vacunas experimentales para algunos grupos de población a finales de este año. Otros, también dentro de las farmacéuticas, son más cautos y prefieren hablar de mediados del año que viene o incluso de otoño de 2021, al menos para la producción masiva y la disposición de millones de dosis. Luego está la OMS, que suele dar los criterios más pesimistas, porque a veces parece que su función en todo esto es agobiar y presionar al ciudadano. Sus dirigentes se van hasta el año 2022».
Si la vacuna no se concreta, toca pensar en la COVID-19 como un virus más. Aprender a convivir con él y esperar que su letalidad siga bajando. Javier Pérez Castells explica el desarrollo del virus: «La pérdida de letalidad es un comportamiento esperable y relativamente habitual en los virus que prefieren convivir con su hospedador, para tener más posibilidades de transmitirse, que matarlo demasiado pronto y morir con él». «Hasta hace poco, estábamos bastante esperanzados con que el virus tuviera esa evolución. O bien que desapareciera, como sucedió con el SARS de 2002, que posiblemente se hizo incompatible con el ser humano o muy poco contagioso y desapareció. Este coronavirus, no obstante, tiene un sistema de reparación del ARN, que no es frecuente en virus, que lo hace ser bastante estable».
La pérdida de letalidad es un comportamiento esperable y relativamente habitual en los virus que prefieren convivir con su hospedador para tener más posibilidades de transmitirseJavier Pérez Castells
El profesor Nistal aclara que «no sabemos aún, al no haber ninguna vacuna anterior frente a coronavirus humanos, si la vacuna va a ser capaz de acabar completamente con el virus circulante en el mundo. Es probable que el virus se quede y que la primera inmunización que consigamos haga que el virus sea menos letal frente a infecciones futuras, llegando a ser el SARS-CoV-2 uno más de los distintos virus respiratorios que nos afectan cada año, produciendo infecciones respiratorias leves en la mayor parte de las personas afectadas».
Desde el Gobierno de España siguen anunciando la vacuna como una de las soluciones. Una esperanza ante los próximos meses de estado de alarma y de toque de queda que le aguardan a España. Nuestro país tiene asegurados casi 15 millones de dosis desde Europa. Diciembre era el mes esperado. Incluso Donald Trump anunció la vacuna para finales del año 2020. Asumiremos riesgos importantes por desarrollar una vacuna a esta velocidad. Estanislao Nistal explica que «los ensayos clínicos en fase III se realizan en grupos de población de decenas de miles de personas. Puede que no detecten efectos adversos que causen complicaciones, por ejemplo, en 1 de cada 100.000 personas. A pesar de eso tenemos que estimar el riesgo/beneficio. La vacuna debe pensarse inicialmente para tratar de salvar vidas, especialmente en poblaciones de alto riesgo de complicaciones por la COVID-19. En personas de más de 80 años ese riesgo es muy alto, uno de cada seis puede desarrollar síntomas severos y morir. Efectos secundarios leves y transitorios asociados a la vacuna deberían ser aceptados como un mal menor». Pero puede haber consecuencias graves que se descubran a medio o largo plazo, «los riesgos serios con secuelas graves que deberíamos asumir con las vacunas frente al SARS-CoV-2 deberían de ser nulos o muy bajos (casos esporádicos a nivel centenas de miles de personas). Es posible que no sean detectados ahora, sino a medida que transcurran los meses o los años. A pesar de que se espera que sean mínimos, para mí es uno de los mayores interrogantes derivados de la inmediatez con la que se están afrontando los tiempos de aprobación de las vacunas frente a este virus».
De la ciencia a la medicina. El hospital Gregorio Marañón de Madrid fue uno de los epicentros del coronavirus en la capital. Sus casi ocho mil profesionales se convirtieron en pocos días en soldados que acudían al frente contra la COVID-19 sin apenas protección. Un centro que atiende anualmente cerca de 50.000 ingresos hospitalarios, 250.000 urgencias, 900.000 consultas externas y 40.000 intervenciones y procedimientos quirúrgicos que se vieron suspendidas Javier Aranda es médico especialista en gastroenterología. Desde marzo han asumido el papel más básico del juramento hipocrático. «Soy especialista en Medicina de Aparato Digestivo y subespecializado en endoscopia terapéutica y oncológica avanzadas. Todos los compañeros de especialidades médicas, nos hemos tenido que reciclar y reinventar para sostener el envite sin precedentes que se produjo en marzo y abril, aunque bajo las mismas directrices humanistas y finalidad: el cuidado del enfermo, en esta ocasión modulado por un miedo a enfermar o hacer enfermar a los nuestros fruto del ámbito de trabajo, nunca vivido por la inmensa mayoría de nosotros. Hemos hecho guardias de urgencia, cuidado de pacientes COVID con patología respiratoria, realizado interminables días de consulta telefónica intentando localizar a todos los pacientes, citados muchos de ellos desde 2019, para asegurar que no quedaran dolencias, hallazgos relevantes en un prueba o problemas graves sin ver. Revisión de interminables listas de procedimientos, en mi caso endoscopias, no realizados por la pandemia, decidiendo si pueden ser demorados, sustituidos por otra prueba o no».
Todos los compañeros de especialidades médicas, nos hemos tenido que reciclar y reinventar para sostener el envite sin precedentes que se produjo en marzo y abril, aunque bajo las mismas directrices humanistas Javier Aranda
Esa respuesta abre una nueva vía de investigación. Hay una cara B de la pandemia en la medicina que no estamos viendo. Situaciones que llegan a medio o largo plazo por los desajustes desde el mes de marzo. El doctor Aranda tiene claro que algo va a pasar, «los programas de cribado de cáncer autonómicos se han detenido, quirófanos y cirugías no urgentes o semiurgentes canceladas, endoscopias, resonancias, escáneres, etcétera. Todo se ha visto afectado por la incursión de esta pandemia que implica un consumo extra de recursos del sistema sanitario además de poner en riesgo a cualquiera que necesite trabajar o ser atenido en un centro hospitalario. En marzo y abril el consumo de recursos, unido a la falta de conocimiento sobre COVID-19, hizo que mucha gente aguantara dolencias graves en su domicilio».
Y qué opina un médico sobre la necesidad de la vacuna. «Es necesario disponer de «algo». Ahora no tenemos nada que nos proteja o disminuya la letalidad del virus, bien sea una vacuna, un tratamiento específico o ambos. A día de hoy la única vacuna de la que disponemos es la distancia física y social».
Los beneficios serían importantes para la salud primaria, «la vacuna tendría una doble ventaja, pues tiene un impacto tanto a nivel del individuo vacunado, haciendo imposible la infección o haciendo que se padezca una enfermedad leve, y con ello sobre el resto de la población. Un individuo vacunado será un vector menos de contagio. No es lo mismo que en España, con casi 47 millones de habitantes, todos los individuos podamos padecer una enfermedad y contagiarla, a que sean, por ejemplo, 10 millones. A esto es a lo que se conoce como inmunidad de rebaño, para fortuna de los antivacunas que gracias a ello no son capaces de ver “las orejas al lobo” en un país con índices de vacunación infantil como los de España».
«Entre las pocas cosas que podrían cambiar la necesidad de una vacuna estaría el disponer de un tratamiento específico. Tampoco disponemos de ninguno. A pesar de haberse probado numerosos tratamientos en el inicio de esta locura, cada vez tenemos más información y podemos apuntar que lo único útil de lo que disponemos es de un par de medicaciones con efecto antiinflamatorio y que disminuyen algo la mortalidad en pacientes graves».