Hay jinetes de luz en la hora oscura
Javier Pérez Castells | 27 de agosto de 2020
Nada de lo que le ocurre a la madre pasa desapercibido para el niño cuya vida sigue la pauta de los latidos del corazón materno, de sus pasos, de su voz y cualquier otra vivencia.
El cordón umbilical es una especie de avenida de intercambio de información de todo tipo entre la madre y el bebé. Cada vez se sabe más acerca de las células y las moléculas que viajan por el cordón, produciendo efectos muy interesantes y en algunos casos fenómenos enormemente sugerentes.
Por ejemplo, se ha especulado con la importancia especial que tienen las neuronas organizadas en ganglios que se sitúan en la zona del corazón cuando éste se forma. En la vida adulta estas neuronas parece que se ocupan de mantener el ritmo constante del corazón, sin que se deban hacer mayores especulaciones acerca de los sentimientos. Pero en la fase embrionaria podrían tener mayores funciones al establecer una interacción con el latido del corazón de la madre y transmitir información eléctrica y hormonal hacia los órganos que se están formando. El sistema nervioso central recibe esas ondas derivadas del latido del corazón, que a su vez está influenciado por el latido del de la madre.
Muy interesante es el concepto de microquimerismo, fenómeno por el cual las células de la madre y el feto viajan por el cordón umbilical para alojarse en el cuerpo del otro. En el caso de las células embrionarias, cuando llegan a la madre, son células con gran potencia, es decir, tienen una alta capacidad de especializarse. Se llama quimerismo al fenómeno por el cual podemos contener en nuestro cuerpo células con distinto material genético. Una mujer incorpora células de todos los embarazos que ha tenido en su vida aunque en un número reducido. Estas células terminan en diferentes órganos como los pulmones, el tiroides, el hígado, los riñones, la piel y diversos músculos incluido el corazón. Se han encontrado circulando en la sangre de la madre a razón de 2-4 por mililitro de sangre.
Tras el viaje, se incorporan al tejido de la madre, por ejemplo pasando a formar parte de las válvulas del corazón. Sin duda este último hallazgo, encontrado en estudios con ratones, hace volar nuestra imaginación románticamente al evidenciar cómo todos los hijos gestados por una madre dejan su pequeña huella en su corazón.
En un estudio se observó que las células fetales de una rata con el corazón dañado acudían hasta el órgano y se diferenciaban en células cardíacas para ayudar a reparar el daño. Parece pues que las células embrionarias pueden colaborar con las células madre de la progenitora en funciones de regeneración del cuerpo. Más recientemente se ha podido comprobar que las células fetales atraviesan la barrera hematoencefálica, llegando a situarse en el cerebro de la madre donde se incorporarán al mismo con funciones no esclarecidas.
Todos los hijos gestados por una madre dejan su pequeña huella en su corazón
Visto lo que sucede con el corazón, se ha especulado con el posible efecto el microquimerismo en las enfermedades neurodegenerativas. Se sabe que el Alzheimer es más común en mujeres que han tenido múltiples embarazos, por lo que se sospechó que las células fetales tendrían un efecto negativo. Sin embargo, en las mujeres con Alzheimer se encontraron menos células derivadas del feto que en mujeres sanas. ¿Será que las mujeres cuya barrera hematoencefálica no deja pasar las células del feto no cuentan con un posible efecto protector de ellas? No está nada claro aún, pero lo que sí sabemos es que en el cuerpo de una mujer podríamos encontrar células de su madre que le llegaron durante la gestación y de todos los hijos que haya gestado. Esclarecer la acción de estas células nos dará información muy relevante respecto a la relación madre-hijo.
Cuestión aparte es la transmisión de hormonas y otras moléculas a través de la unión placentaria. Es muy sabido que el cerebro de una mujer cambia mucho durante el tiempo del embarazo, segregando numerosas hormonas, en especial las que tienen que ver con el apego como son la oxitocina y la vasopresina. Hechos cotidianos como el movimiento del feto y la apreciación de sus típicas pataditas provocan la activación del circuito de recompensa en la madre y la segregación de estas hormonas que llegarán al feto provocando una respuesta emocional en ambos.
No se ha aclarado como se producen los cambios estructurales y funcionales del cerebro de la madre pero sin duda las señales que recibe del feto tienen que ser en parte causantes del mismo. Si las cosas siguen el camino deseable la madre trasmitirá sus sensaciones de afecto, esperanza y felicidad al feto. Se estima un mecanismo basado en la congruencia de los latidos del corazón de ambos que, a su vez, determina la actividad de la amígdala cerebral, donde se segregan neuropéptidos y neurotrasmisores relacionados con el apego y la recompensa. Preocupa el efecto pernicioso que tendría sobre el bebé en desarrollo la aparición de sentimientos de rechazo y falta de aceptación del embarazo, como ocurre en algunos casos. La madre segregaría menos oxitocina dificultando la creación del vínculo con el feto.
El desarrollo de un nuevo ser humano ocurre en un entorno lleno de fuertes emociones que le llegan en forma de impulsos electromagnéticos, moléculas químicas y sensaciones sensuales diversas. Nada de lo que le ocurre a la madre pasa desapercibido para el niño cuya vida sigue la pauta de los latidos del corazón materno, de sus pasos, de su voz y cualquier otra vivencia. No sabemos aún hasta qué punto influirá en la futura vida en formación todo lo que perciba en ese importante período, estudios futuros nos lo irán aclarando.
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