Hay jinetes de luz en la hora oscura
Javier Pérez Castells | 24 de marzo de 2021
Esta decisión del presidente americano entra de lleno en un caso de conflicto de derechos: por un lado, el de las mujeres que disputen esas pruebas atléticas a no ser perjudicadas por las mejores dotes físicas de los competidores transgénero; por otro, el de los transgénero a ver colmada su aspiración a competir bajo el género de su elección.
Entre las muchas disposiciones que firmó el presidente Joe Biden en su primer día de mandato se encontraban varias encaminadas a limitar la discriminación por causa de género. Una de ellas ha levantado mucha polémica: a partir de ahora, todos los institutos y colleges (con alumnos en edad universitaria) con financiación pública no podrán discriminar a los atletas que deseen participar en las competiciones del género con el que se identifican. Esto significa que un chico que se haya declarado transgénero no podrá ser discriminado y será admitido a competir en las pruebas atléticas con las chicas.
Es evidente que estamos ante un caso de conflicto de derechos: por un lado, el de las mujeres que disputen esas pruebas atléticas a no ser perjudicadas por las mejores dotes físicas de los competidores transgénero; por otro, el de los transgénero a ver colmada su aspiración a competir bajo el género de su elección. Los defensores de la directiva de Biden dicen que la situación actual de discriminación afecta psicológicamente a los atletas transgénero, aunque sí pudieran competir en las pruebas de su sexo. ¿Se trata de hacer justicia y evitar discriminaciones, o es una forma de discriminación positiva que perjudica a otros, creando más problemas de los que resuelve? La respuesta es, ciertamente, muy compleja.
Un transgénero es una persona que se percibe como perteneciente a un género diferente de su sexo biológico o asignado al nacer (esto último ocurre cuando hay variantes biológicas de tipo sexual). No hace falta más, pero generalmente estas personas, una vez que se declaran transgénero, reciben tratamientos hormonales y pueden terminar en procedimientos quirúrgicos que los conviertan en lo que denominamos transexuales.
La directiva de Biden se refiere a institutos y universidades y la primera pregunta es cuántos transgéneros hay de edades tempranas. Según una encuesta reciente, en Estados Unidos, aproximadamente el 0,7% de la población menor de 25 años se declara transgénero. Muchos de ellos siguen tratamientos. En un artículo reciente, comentamos que la madurez del cerebro se alcanza a edades mucho más tardías de lo que se pensaba antes, incluso bordeando los 30 años. Sorprende que se permita iniciar tratamientos, que en algunos casos tienen resultados irreversibles, a edades tan tempranas como los 13 años. Pero esa es otra discusión diferente a la que nos trae hoy aquí. Para formarnos una opinión sobre esta decisión del Gobierno americano, podemos hacer referencia a los problemas aparecidos en el atletismo de élite con personas intersexuales, porque han motivado una amplia investigación científica que nos puede arrojar algo de luz.
Recordemos el caso de la atleta española María José Martínez Patiño, que fue expulsada de los campeonatos de Kobe en 1985 por descubrirse la presencia en sus genes del cromosoma Y masculino. A Martínez Patiño se la expulsó pensando que se trataba de un fraude, un transexual que utilizaba su masculinidad para competir con ventaja contra mujeres. Hoy sabemos que se trataba de un caso de intersexualidad, debido a una variabilidad genética que entonces era desconocida para la propia interesada. Martínez Patiño perdió su licencia, fue denostada y apartada de su vocación, teniendo incluso que soportar la publicación de todos los detalles de su caso en la prensa. Pasado el tiempo, se ha convertido en una experta en tema de las variaciones sexuales, es profesora de universidad e imparte conferencias sobre estos temas.
Martínez Patiño fue expulsada de los campeonatos de Kobe en 1985 por descubrirse la presencia en sus genes del cromosoma Y masculino. A Martínez Patiño se la expulsó pensando que se trataba de un fraude, un transexual que utilizaba su masculinidad para competir con ventaja contra mujeres
Las variabilidades de tipo sexual afectan a alrededor del 0.05 % de los nacidos. Una de ellas ocurre hacia las 7 semanas de desarrollo embrionario, cuando embriones masculinos ponen en marcha una proteína codificada por el gen SRY que transforma las gónadas en testículos, los cuales empiezan a producir testosterona. Si algo está mal y esta hormona no conecta con los receptores que ponen en marcha el desarrollo de los caracteres sexuales masculinos, estamos ante un síndrome de insensibilidad a los andrógenos. El bebé nace con aspecto de niña, pero carece de parte de los órganos sexuales femeninos y tiene testículos no descendidos.
Otro caso reciente de este tipo ha sido el de Caster Semenya, que en 2009 ganó la medalla de oro en los 800 metros, en el campeonato mundial de atletismo celebrado en Berlín. Sorprendidos por el increíble resultado logrado en la prueba, dos segundos de ventaja respecto a la segunda clasificada, y a partir de informaciones aparecidas en alguna publicación de su país, la asociación internacional de federaciones de atletismo (IAAF) inició una investigación. Nunca se han hecho públicos los resultados de la misma, pero hubo filtraciones en las que se hablaba de que la atleta era hermafrodita, no teniendo ni útero ni ovarios y sí testículos internos. La asociación finalmente aceptó que continuara compitiendo con normalidad. Ya en 2018 se cambió el criterio, que pasó a estar basado en los niveles de testosterona. Se limitó a 5 nanomoles por litro de sangre (nm/L) para poder competir en las pruebas femeninas.
Los niveles habituales de testosterona en mujeres no suelen superar los 2,8 nm/L y son, como poco, de 6,9 en hombres, pudiendo llegar a alcanzar los 34,7. Semenya superaba el límite y fue invitada a dejar la competición o bien a someterse a un tratamiento hormonal para rebajar el nivel de testosterona. Aunque el criterio de la testosterona parece objetivo, resulta difícil establecer las condiciones que pueden iniciar un procedimiento de investigación. Hasta ahora, a veces han sido la rumorología o las noticias de sospechas publicadas en los medios. Y resulta un poco chocante que en medio de la lucha contra el dopaje se le exija a una atleta tomar sustancias para cambiar su situación fisiológica.
Es obvio que existe una zona borrosa entre los dos sexos. También parece claro que la presencia de atletas femeninas que presentan este tipo de situaciones sexuales poco determinadas, por ejemplo, alteraciones cromosómicas, es mucho mayor que en la población en general. Esto significa que suponen una ventaja competitiva para ellas, que puede ser injusta hacia las demás. El hombre tiene una ventaja física que se sitúa en torno al 11-12%, si hacemos la media de las diferencias entre los récords mundiales de distintas especialidades. En el deporte de alta competición una ventaja de solo un 1% es más que suficiente para que sea rechazable, pues las diferencias que deciden una final son mínimas. La tarea de determinar dónde está el límite de la condición de una persona para dejarla fuera es complicadísima.
Por supuesto, estos casos son una cuestión médica y biológica y no tienen que ver con los casos de los que han decidido cambiar de género voluntaria y libremente, pero nos permiten aprender sobre lo que hace a los hombres superiores a las mujeres en muchas pruebas de atletismo y algunos otros deportes. El argumento del Gobierno americano es que en las pruebas de instituto no se compite para ganar sino para participar. Y que diferencias de 1 o 2% en la condición física de salida no suelen ser determinantes en esos niveles (esa sería la diferencia que tendría un transgénero tratado hormonalmente para reducir su nivel de testosterona). Pero no se dice nada del impacto psicológico que puede tener para las demás participantes el que un transgénero compita con ellas. También el hecho de que en esos casos no se hacen comprobaciones exactas sobre los niveles de testosterona, que muchas veces pueden ser elevados, ya que no necesariamente han tenido que seguir un tratamiento.
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El alumni CEU Benjamín Gómez es el fundador y presidente de la Asociación Española del Síndrome de Klinefelter. «He venido a este mundo para ayudar a la gente con mi enfermedad a afrontarla mejor, mediante mi testimonio y experiencia», afirma.