Hay jinetes de luz en la hora oscura
Luis Gaspar | 10 de marzo de 2021
Algo que no vemos (la cultura que cuida de la vida hasta el último momento) nos protege de algo que no conocemos (los efectos indeseables que genera la ley de eutanasia). Con la nueva norma, la estructura se verá interrumpida y el caos que evitaba volverá.
En la sociedad se enfrentan dos maneras opuestas de ver el mundo. Por un lado, pensar que el pasado está configurado por la lógica del más fuerte, y lo que prevalece es herencia de una opresión. Por el otro lado, considerar que nuestros antepasados nos han dejado un legado para no caer en los mismos errores que ellos, una idea que Jordan Peterson resume de esta manera: «Algo que no podemos ver nos protege de algo que no entendemos. Lo que no podemos ver es la cultura. […] Lo que no entendemos es el caos que dio origen a la cultura. Si la estructura de la cultura se ve interrumpida, sin darnos cuenta, el caos vuelve».
Con la legalización de la eutanasia ocurre lo mismo, si consideramos que la prohibición fue fruto de un oscuro pasado en el que se negaban las libertades, llegaremos a la conclusión de que su legalización es una conquista. Ahora bien, ¿y si la prohibición escondía algo más? ¿Y si no estamos propiamente ante una victoria de la libertad, sino que hemos derribado un muro de contención, que impedía que se desatara un caos que ya vivieron nuestros antepasados?
Para determinar los efectos indeseables de la eutanasia, es preciso analizar la nueva ley a la luz de otras experiencias, en concreto la de Holanda. Cabe centrarse en tres aspectos: 1) ausencia de debate; 2) pendiente resbaladiza; y 3) métodos paliativos.
En el preámbulo de la proposición de ley de la eutanasia se afirma que «pretende dar una respuesta jurídica, sistemática, equilibrada y garantista, a una demanda sostenida de la sociedad actual como es la eutanasia». El proceso actual de legalización empieza en 2019, cuando las cámaras de televisión de La Sexta grabaron el envenenamiento de María José Carrasco, enferma de esclerosis múltiple, por parte de su marido. No fue una demanda de la sociedad, al contrario, los engranajes mediáticos orquestaron una campaña en favor de la eutanasia, donde el debate no tuvo cabida. La eutanasia se reducía a un «acto de amor», o a un «deja que cada uno haga lo que quiera». Y los intentos de argumentar se cerraban con un «¿quieres que sufran los enfermos?» o «¿por qué no dejas que la gente haga lo que quiera?».
No fue así en 1999, cuando se constituyó una «Comisión Especial de Estudio sobre la Eutanasia» en el Senado. Fruto del diálogo, se acabó determinando que no había una verdadera demanda de la eutanasia, sino que el gran reto era invertir más en cuidados paliativos. Visto que el debate supuso un obstáculo para la legalización, esta vez se ha evitado.
En el «Informe sobre la eutanasia y la ayuda al suicidio» (2006) en el que se fundamenta la ley, el Dr. Joan Vidal-Bota hace un voto particular: «El texto olvida el «principio de realidad». Datos recientes holandeses ponen de manifiesto cómo la eutanasia supone la pérdida de la tutela legal efectiva sobre los más débiles: más de la tercera parte de los casos de eutanasia se hacen sin consentimiento y los médicos no notifican a las autoridades más que el 54% de los casos. El Comité de Derechos Humanos de la ONU se ha quejado a las autoridades holandesas por la ineficacia del comité de revisión de casos: solo se rechazaron tres de los 2.000 casos examinados en un año».
De esto trata precisamente Herbert Hendin, catedrático de Psiquiatría en el New York Medical College y una autoridad en la prevención del suicidio, en su obra Seducidos por la muerte, de 1998, donde relata los efectos de la eutanasia recientemente aprobada en Holanda. Su experiencia con enfermos graves que padecen tendencias suicidas le hacía temer que se pudieran convertir en víctimas en una situación en la que el suicidio asistido y la eutanasia fueran legales; lo que vio en Holanda le confirmó que el temor estaba justificado.
Los métodos paliativos se suelen presentar como la alternativa a la eutanasia; la nueva ley, sin embargo, los encuadra como parte del proceso. Se ha de certificar que existe la posibilidad de acceder a los métodos paliativos para poder recibir la eutanasia. Lo que contrasta con los datos que proporciona el Atlas de cuidados paliativos en Europa, que reflejan que cada año mueren 80.000 personas sin acceder a los cuidados paliativos, añadiendo que es una prestación que necesitará el 50% de las personas. Esta situación debería potenciar una ley de cuidados paliativos. No obstante, la experiencia holandesa, relatada por Herbert Hendin, nos muestra justo lo contrario, se acaban descuidando: «La eutanasia, que se había propuesto como solución necesaria para unos pocos casos extremos, se había convertido en una manera casi rutinaria de tratar la ansiedad, la depresión y el dolor en pacientes graves o terminales».
A modo de conclusión, acudiendo a la frase de Jordan Peterson que rubrica el comienzo del artículo: algo que no vemos (la cultura que cuida de la vida hasta el último momento) nos protege de algo que no conocemos (los efectos indeseables que genera la ley de la eutanasia). Con la nueva ley, la estructura se verá interrumpida y el caos que evitaba volverá: desprotección de los más débiles, eutanasias involuntarias, inseguridad en los hospitales, pendientes resbaladizas, falta de cuidados paliativos, perversión de la relación médico y paciente, etc.
El director del Servicio de Medicina Paliativa de la Clínica Universidad de Navarra siente que el proceso de la ley de eutanasia es como un mal sueño y apela a la comprensión hacia el paciente: «Lo primero que debo hacer cuando alguien quiere morir es sentarme junto a él y pedirle que me exponga sus razones».
El presidente del Comité de Bioética de España define la ley de eutanasia como torpe, innecesaria y carente de garantías. «Existe el riesgo de que el Estado se transforme en una especie de árbitro de la vida de los ciudadanos», alerta.