Hay jinetes de luz en la hora oscura
Jorge del Corral | 19 de marzo de 2018
Algunos se han mantenido firmes y no han sucumbido al morbo de la desaparición y asesinato del niño Gabriel Cruz, alimentado con fruición por las televisiones públicas y privadas. Han sido pocos, pero han sido. Han resistido no encendiendo la televisión o silenciándola cuando en el informativo empezaba el largo, repetitivo y amarillista bloque sobre el suceso. Los otros, la inmensa mayoría, esa colosal plaza pública, han consumido con delectación el bochornoso espectáculo producido en sesión continua por las televisiones, alguna radio, varios diarios digitales y numerosas redes sociales. En el altar de la audiencia, su único dios, se han incinerado otra vez el rigor, la mesura, el respeto, la templanza, el pudor. Han brillado la hipocresía y la avaricia.
Nada nuevo, por otro lado, desde el ya lejano caso de las niñas de Alcásser (13-XI-1992), en el que el secuestro, violación, tortura y asesinato de Míriam, Toñi y Desirée, jóvenes de 14 y 15 años, alimentó hasta el paroxismo el sensacionalismo y la falta de escrúpulos de la televisión y de algunas y algunos periodistas, hoy quizás arrepentidos de tanto vómito. Muchos se rasgaron las vestiduras ante lo visto, algunos entonaron el mea culpa, las asociaciones de la prensa difundieron los consabidos comunicados de condena por la falta de ética periodística, por la ausencia de recato ante el dolor de los próximos y por el blablablá. Pero todo -algo dicho con buena intención y el resto con fariseísmo- pasó pronto al olvido para renacer en la siguiente oportunidad con más virulencia y descaro. ¡Es el circo! ¡Y que no se pare porque la pista es cada vez mayor!
Cuenta la Guardia Civil que los periodistas que seguían a Ana Julia pusieron en riesgo el operativo. Alguien, en alguna redacción, debería sentarse dos minutos a pensar en esto.
— Antonio Martínez Ron (@aberron) March 15, 2018
Pretender que en nuestra sociedad consumista y materialista se respeten unos límites es como poner puertas al campo. La mayoría de los medios de comunicación, y sobre todo las televisiones, cuya audiencia se mide minuto a minuto y en tiempo real, lo que persiguen como el vellocino de oro es al consumidor, llámese espectador, oyente o lector. Lo demás no importa, porque solo él les da el sustento diario para pagar las nóminas y generar beneficios económicos. Para no quebrar. Lo triste, lo bochornoso, es que las televisiones públicas, las que no deberían vivir de la audiencia porque para eso las sufraga el contribuyente con sus impuestos, hagan lo mismo y se suban al carro en cuantas oportunidades tienen, excepto en una: en Informe Semanal, de La 1 de TVE, cuyo reportaje fue, como siempre, periodístico, riguroso, medido y pegado a la actualidad.
El consumidor tipo lo que quiere a borbotones es basura, cuanta más mejor, porque así podrá regurgitarla con sus amistades en la compra, en el bar, en el restaurante, en la peluquería, en el paseo, en el parque, en el gimnasio. Y si encima acude a las concentraciones para salir en directo en cualquier pantalla y que lo reconozcan entre tantos, dicha inmensa y felicidad eterna: “Yo estuve allí, pobre criatura, angelito, cómo me acuerdo”. “Sí lloré, claro que lloré, ¡pero cómo no iba a llorar si hasta los periodistas lloraban a moco tendido!” ¿Y qué decir del proceder de muchos políticos ante sucesos tan mediáticos? Siempre atentos a que los vean en la procesión y repicando, porque el que no salga en la foto con cara compungida y mirada perdida, repartiendo abrazos y soltando frases previamente recitadas, que se prepare. Luego se olvidarán de las víctimas, del dolor del cercano por el ausente y de las promesas que les hicieron ante los focos, pero su jefe de comunicación le dirá satisfecho: “¡Muy bien, eso es lo que hay que hacer para conseguir votos y que estés en el candelero!”, qué digo en el candelero: ¡en el candelabro de esta sociedad de la imagen!
Aún hay almas cándidas que claman indignadas que no todo vale. Angelitos, ¡qué sabrán ellos! Por la audiencia vale todo. Como por la pasta. El día que un asesino llame a una tele para que le retransmitan en directo el asesinato, allí que irán raudas las cámaras para retransmitirlo con todo lujo de detalles porque es el reality tv show. Y por el reality y por el show… Y, si no, que se lo digan a las responsables de Viva la vida, Sálvame, El programa de Ana Rosa, La mañana, Amigas y conocidas, Espejo Público, Las mañanas de cuatro, Al rojo vivo, todos con sus conexiones a cuatro, cinco y seis bandas; sus enviados especiales aquí, allí y acullá; sus análisis, sus teorías, sus hipótesis, su verdad; sus expertos en criminalística y en otras ciencias de investigación; sus psicólogos, sus forenses, sus defensores del menor. Todos muy afligidos y batiendo récord de audiencia y puntas de share nunca alcanzadas, porque a todos esos comunicadores (hace tiempo que dejaron de ser periodistas) les interesa un caso Gabriel, o Ana Quer, o Yéremi Vargas, o Mari Luz Cortés, o Marta del Castillo. Pero eso sí, no más de uno al mes para retener bien a la audiencia y no fatigarla ni desorientarla con varios casos a la vez. Uno detrás de otro y por su orden.
Hoy el programa va por Gabriel. Bienvenidas y bienvenidos. #niñogabriel #yoveosálvame @fabricatele pic.twitter.com/OXP7Oo56Lo
— Sálvame Oficial (@salvameoficial) March 12, 2018
Lejos, muy lejos queda el periodista que permanece en un segundo plano y tiene sentido de la medida y del código deontológico; que guarda respeto por el dolor de los familiares; que es pudoroso en su cometido y humilde en su proceder; que deja constancia de que en la sociedad sigue habiendo mentes perversas que merecen otro tipo de condena; que consigna que el mal existe y los padres deben velar por el cuidado y el bienestar de sus hijos, sin fiarlo todo a la suerte o a las instituciones, siempre imperfectas, siempre insuficientes, siempre desbordadas.
Estos días no ha habido imagen más dura, más inhumana, más desoladora que ver el pasado jueves 15 de marzo, en la tribuna de invitados del Congreso, a las madres y padres de Ana, de Yéremi, de Mari Luz, de Gabriel, de Marta, impotentes y asombrados ante los discursos y argumentos de los portavoces de PNV, PSOE, Podemos, ERC, PDeCAT, Compromís, Bildu y Nueva Canaria, para rechazar la enmienda a la totalidad del PP y Ciudadanos que pedía no derogar la prisión permanente revisable que instauró Mariano Rajoy en la X Legislatura y que ahora quiere suprimir el PNV mediante una propuesta de clarísimas y torticeras intenciones pro etarras que apoyan todos los demás grupos parlamentarios, con la abstención de Coalición Canaria. Prisión permanente revisable que solo cumple un preso en España (David Oubel, el parricida que para vengarse de su exmujer asesinó a sus dos hijos, de cuatro y nueve años, el 31 de julio de 2015, y después los troceó con una sierra radial) y cuya derogación continuará su curso en el trámite de discusión de enmiendas particulares. Figura penal que existe en la mayoría de los países europeos y que en alguno escandinavo se conoce bajo la sibilina denominación de Custodia, o dicho a la pata la llana: en la cárcel, custodiado por el Estado hasta que el preso demuestre fehacientemente su rehabilitación. Ellos, los escandinavos y germanos, luteranos inventores de la propaganda y de la difusión masiva de la mentira (Leyenda negra contra España), siempre son más listos. ¿Cuándo aprenderemos y dejaremos de ser más papistas que el Papa?