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Sofía Casanova, periodista en la Revolución Rusa . La española que entrevistó a Trotsky

Cristina Barreiro | 10 de marzo de 2017

Historia

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El periodismo español se volcó en la información sobre la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa, de la que se cumplen 100 años. Entre los corresponsales destaca la figura de Sofía Casanova, la mujer que entrevistó a Trotsky. 

Fue mujer. Y gallega. Sofía Casanova cubrió el proceso revolucionario que derrumbó la monarquía zarista y llevó al país hacia la deriva comunista.

El inicio de la Gran Guerra sorprendió a Sofía Casanova en Drozdowo, cuando visitaba a su hija en la hacienda que su familia política poseía cerca de Varsovia, entonces bajo la egida rusa. Había llegado a suelo polaco casi dos décadas atrás, a raíz de su matrimonio con el filósofo Wincenty Lutoslawski. Pero el rápido avance de los alemanes al poco de iniciarse el conflicto la obligó a desplazarse a la capital donde, como tantas otras mujeres, se alistó en los servicios de la Cruz Roja, en el hospital de urgencia que se había habilitado en las dependencias de la estación de ferrocarril. Allí se atendía a los soldados que, en trenes militares, eran evacuados del frente. Heridos, mutilados… un espectáculo de muerte que causó profunda impresión en los 54 años de existencia que, por entonces, contaba Sofía Casanova.

La esperanza inicial que Sofía Casanova había manifestado en la revolución trocó en antibolchevismo. Aquello era un engaño. La nueva Rusia ya no tenía cabida en su sensibilidad conservadora, católica y pacifista

Persona instruida, con formación cultural y sensibilidad literaria, poetisa, era reconocida en los círculos intelectuales madrileños y colaboraba en revistas y periódicos como El Liberal, todavía bajo la dirección de su paisano y buen amigo Alfredo Vicenti. Por ello, parecía la candidata perfecta para cubrir como reportera, desde el frente oriental, los sucesos de una hecatombe que iba a transformar el mundo.

Porque, a pesar de la neutralidad española decretada por Eduardo Dato en agosto de 1914, la guerra despertó un interés extraordinario entre los españoles. Los diarios hicieron un despliegue de medios hasta entonces inusual y se lanzaron a la caza de corresponsales en Europa. La Vanguardia fue el pionero con la serie que Agustí Calvet, Gaziel, envió desde septiembre de 1914 como Diario de un estudiante en París. La ya “veterana” Carmen de Burgos, Colombine –primera corresponsal de guerra por su cobertura de la guerra de Melilla en agosto de 1909 para Heraldo de Madrid– publicará, desde Londres, su rocambolesca experiencia en la frontera alemana y posterior huida a Inglaterra en un mercante español, en los primeros días de la guerra.

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Julio Camba, corresponsal de ABC en Berlín, se trasladó a Zurich en vista de la incomunicación de Alemania por la severa fiscalización ejercida sobre el telégrafo y las dificultades para la correspondencia postal. Sin embargo, no dejó de ejercitar su afilada pluma con magistrales descripciones, como la que hace del general Hindemburg: “Con cabeza cuadrada, cuello ancho, bigotes enormes, mirada terrible” (ABC, 20 enero 1915).

Las crónicas de José Juan Cádena, Danubio, José Pla, Alberto Insúa, Juan Pujol o Corpus Barga se hicieron familiares para los lectores españoles que, ávidos de noticias, esperaban con interés los mapas sobre las operaciones bélicas con los que El Debate ilustraba las informaciones de Armando Guerra, pseudónimo bajo el que se escondía el militar del Alto Estado Mayor Francisco Martín Llorente. Y en la delgada línea que, en ocasiones, separa el periodismo de la literatura, también Blasco Ibáñez, Valle-Inclán, Azorín, Ramón Pérez de Ayala o José María Salaverría publicaron sus particulares impresiones de un conflicto que iba a ser atroz.

Testigo de la Revolución Bolchevique

Desde el momento en que se inicia la invasión alemana de Rusia, Sofía Casanova envía cartas a El Liberal relatando lo que ocurre. Fue entonces cuando Luca de Tena pensó en ella como corresponsal permanente en el Este, escenario de la pugna entre el ejército del zar, aliado, y el enemigo e invasor germano. Comenzaba así, en abril de 1915, una colaboración con ABC que durará hasta 1944. Pero Casanova iba a ser una víctima más de la tragedia; de los bombardeos sobre una ciudad a punto de ser tomada, del fango y la crueldad de la batalla; del pánico en las cuevas “largas y hondas, sin más luz que un boquete de entrada” que eran las trincheras. Y del éxodo. Porque, cuando las autoridades dieron orden de evacuar Varsovia, se sumó al penoso exilio familiar de una multitud que huía en retirada forzosa hacia el interior del Imperio. Atravesó Bielorrusia y llegó a Moscú en el invierno de 1915.

Sofía Casanova

Portada de El Debate del 16 de marzo de 1917 en la que se hace referencia a la situación en rusia

Las crónicas de su periplo jamás llegaron a Madrid. Pero sí las que muestran la neurosis de la población y el pánico ante la campaña del general Brusilov, el adiestramiento de reclutas, el hambre y la escasez de agua potable. Sus crónicas nos adentran en los efectos de la devastación y están plagadas de testimonio. En octubre de 1916, Sofía Casanova llega a San Petersburgo para convertirse en testigo de la revolución: en las altas esferas del Gobierno, el caos era insostenible. Casanova comentó las tempestades políticas, la desesperación de una población agotada y narró la muerte de Rasputín. Sus crónicas se hicieron entonces intolerables para las autoridades rusas.

A pesar de la neutralidad española, la guerra despertó un interés extraordinario entre los españoles. Los diarios hicieron un despliegue de medios hasta entonces inusual y se lanzaron a la caza de corresponsales

El 5 de marzo de 1917 (21 de febrero, según el calendario ortodoxo), comienza una serie de huelgas, resultado del desabastecimiento de las ciudades por la negativa de los campesinos a aportar alimentos ante el reducido valor del rublo y el descontento por la marcha de la guerra. La Duma tuvo que reconocer que la situación escapaba al control del gobierno. El viernes 16 de marzo, el aristocrático La Época abría su edición con la noticia de la abdicación del zar y, solo un día después, La Correspondencia de España dedicaba su portada a los sucesos de Petrogrado (así llamada entre 1914 y 1924), con un titular que rezaba “Ha triunfado en Rusia el partido de la Guerra”. Lo que había comenzado como un intento de cambio de gobierno en beneficio de la Duma, terminaba en un nuevo régimen. Pero las crónicas de Sofía Casanova, escritas en presente, sufrieron los rigores de la censura y las dificultades de comunicación: no se publicaron hasta el 10 de mayo, cuando los periódicos españoles ofrecían ya informaciones sin contrastar. El desconcierto era general.

Sofía Casanova

portada de abc del 11 de mayo de 1917 con la crónica de sofía casanova sobre la situación en la revolución

Sorprende comprobar cómo Casanova muestra un optimismo inicial: el entusiasmo de los soldados, el comportamiento civilizado de los revolucionarios y la alegría de un pueblo durante años humillado y hambriento. Porque, en línea con el fuerte “nacionalismo” que había ido desarrollando por influencia familiar, culpaba al zarismo autocrático del sometimiento de su tierra de adopción. Sofía Casanova todavía pensaba que era posible la evolución hacia una república de corte liberal-democrático. No iba a ser así. Confiaba, como tantos otros, en el Gobierno Provisional de Liov, pero pronto vio cómo la realidad avanzaba más rápido de lo imaginable. La alegría se tornó en desencanto cuando, en el mes de julio, obreros, soldados y marinos exigieron la dimisión del Gobierno y la entrega del poder político a los soviets. Los mismos rusos –escribe– “que hicieron la revolución libertadora, se han ametrallado en las calles” (ABC, 17 agosto 1917). El golpe de estado del partido bolchevique de Lenin estaba en marcha: era el “levantamiento maximalista”, como lo llamaron los periodistas de la época. Y, aunque todavía es capaz de ilusionarse con aquel espejismo de justicia y paz, ya percibe sobresaltada “grupos armados, gritos, tiros, sirenas…” (ABC, 19 enero 1918).

Los mejores libros para el centenario de la Revolución Rusa

revolución rusaCarlos Gregorio Hernández repasa la bibliografía en torno a este suceso histórico y recuerda que la llegada del comunismo solo trajo muerte a Rusia y Europa. 

En este clima de excitación, su vocación de periodista se impone a sus propios convencionalismos: habla con todo tipo de gentes, nos lleva por calles lóbregas y recorre el interior de los, hasta ayer, suntuosos palacios imperiales. Movida por la curiosidad personal, se dispuso a mantener una reunión con el entonces ministro de Negocios Extranjeros. Por eso, es ella “la gallega” que entrevistó a Trotsky. Lo hizo en diciembre de 1917, en el Instituto Smolny, cuando una nevada “densa y callada” caía sobre San Petersburgo. Con el significativo antetítulo “En el antro de las fieras”, su crónica se publicó el 2 de marzo de 1918 con un impacto sensacional. Habla de “foco de anarquía”, “ensañamiento demoledor” y de la “ignorancia y el odio de los antiguos esclavos a todas las clases sociales”. Y describe, como “pinceladas mefistofélicas”, las cejas negras que cubren el “rostro cetrino de tipo israelita” del líder revolucionario. Horrorizada ante aquellos políticos populistas dispuestos a eliminar cualquier atisbo de oposición democrática, se siente frustrada por la ola de represiones generalizadas que se había iniciado, también contra su familia.

La esperanza inicial que Sofía Casanova había manifestado en la revolución trocó en un antibolchevismo militante. Aquello era un engaño. La nueva Rusia ya no tenía cabida en su sensibilidad conservadora, católica y pacifista. Abandonó San Petersburgo en septiembre de 1918, gracias a las gestiones de los representantes del gobierno de España. Después de un viaje angustioso en tren de ganado, llegó con sus hijas y nietos a una Varsovia convulsa. Todavía tendría que cubrir la información de otras guerras que sufriría Polonia para asentar sus fronteras y, ya con más de ochenta años, padecer la Segunda Guerra Mundial. No existe una recopilación de las crónicas publicadas por Sofía Casanova. Su experiencia en Rusia pervive en el libro La Revolución Bolchevista. Diario de un testigo, publicado por la editorial Akrón (2008).

 Foto de portada: La periodista Sofía Casanova en 1934. Agencia EFE.
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