Hay jinetes de luz en la hora oscura
Álvaro de Diego | 13 de noviembre de 2018
Las amapolas recuerdan a la guerra y sus héroes desde la era napoleónica, pues un escritor reparó en que los campos de batalla se cubren de estas flores en primavera. Años después, durante la Primera Guerra Mundial, inmortalizaría la imagen el médico militar John McRae en su poema En los campos de Flandes. A las once horas del día once del undécimo mes de 1918, enmudecieron los cañones. El Imperio alemán solicitó la paz y concluyó la Gran Guerra. Por eso, cada 11 de noviembre los británicos empezaron a honrar a sus caídos de la Gran Guerra, en la que la neutral España protagonizó una encomiable labor humanitaria. No mucho después, el Remembrance Day se hizo extensivo a todos los súbditos de la Commonwealth, orgullosos de haber servido a la corona y haber participado en todas sus guerras.
España no cuenta, ni mucho menos, con una fecha semejante. No la favorecen la politización habitual del pasado, que utiliza la historia como arma arrojadiza, la ignorancia de un pasado en el que también figuran héroes o la mera despreocupación de los españoles por su propia cultura. Si el fraile español Junípero Serra es borrado del campus de la Universidad de Stanford como culpable de perseguir a los indios, que es precisamente lo contrario de lo que hizo, ¿cómo esperar que un pueblo masoquista como el nuestro se enorgullezca de sus mejores soldados?
Cien años del final de la Primera Guerra Mundial. La contienda que desgarró Europa
La Guerra Civil española, última de nuestras contiendas fratricidas, está hoy omnipresente en los medios; como el franquismo que originó. Sin embargo, esa fijación por el cainismo no puede ocultar cuatrocientos años de un imperio en el que no se ponía el sol y que arrojó innumerables momentos de gloria y heroísmo que enhebran el sutil hilo de cuanto los españoles hicimos juntos. Para comprender nuestras raíces, se pueden espigar innumerables proezas. El genio militar de don Gonzalo Fernández de Córdoba revolucionó el arte de la guerra en el sur de Italia. Licenció la pesada caballería medieval, dando origen a la guerra de movimientos protagonizada por la infantería. El héroe de Ceriñola, el virrey de Nápoles, murió en España sin recuperar el afecto del Rey Católico. El Gran Capitán fue hijo predilecto de esa estirpe de guerreros que, al decir de Calderón, «todo lo sufren en cualquier asalto. Sólo no sufren que les hablen alto».
Otro tanto puede decirse de Hernán Cortés, conquistador del Imperio azteca con una partida de apenas quinientos desharrapados. Marqués del Valle de Oaxaca, pero nunca -como hubiese querido- virrey de Mexico, el vencedor de Otumba murió en medio de parecida amargura en Castilleja de la Cuesta. ¿Y qué decir del bastardo don Juan de Austria, señor de Lepanto en «la más alta ocasión que vieron» Cervantes y «los siglos»? ¿Acaso muchos imperios disponen de un marino como don Blas de Lezo, el irreductible defensor de Cartagena de Indias frente a la poderosa Armada de Inglaterra?
Spain-U.S. ???? relations go back a long way! Bernardo de Gálvez, governor of the then-Spanish province of "Luisiana" was granted honorary U.S. citizenship in 2014 for the extensive military support he provided in the U.S. Revolutionary War #DidYouKnow #SpainInTheUSA pic.twitter.com/SXY5IwiAaj
— Embassy of Spain USA (@SpainInTheUSA) August 3, 2018
Nadie prácticamente aquí lo recuerda, pero figura un retrato de Bernardo de Gálvez en el Capitolio como reconocimiento a su destacada participación en la guerra norteamericana de Independencia. Este malagueño, que cabalgó junto a George Washington en el desfile de la victoria, recibió de Carlos III un condado que en su escudo de armas incluía el lema: «Yo solo, en reconocimiento por la toma de Pensacola». Había penetrado en la bahía del mismo nombre, a bordo de su bergatín, encabezando la flota.
Todos estos son ejemplos de un pasado glorioso que, a juicio del catalán Augusto Ferrer-Dalmau, debería servir para que los españoles recuperasen el orgullo de serlo. El conocido como «el pintor de batallas» así lo indica en el prólogo al libro Cuando éramos invencibles, una de las últimas tentativas de enterrar el sectarismo y lograr que España deje de ser ingrata con sus héroes.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.