Hay jinetes de luz en la hora oscura
César Cervera | 14 de noviembre de 2018
El alcalde de Los Ángeles ha retirado la estatua de Colón alegando una defensa de los derechos indígenas y un supuesto desagravio por el «genocidio» llevado a cabo por los españoles durante la conquista de América.
Estados Unidos, un país de profundas raíces anglosajonas, tiene todavía muchos trapos sucios que lavar de su historia. Entre otros, por qué la población nativa americana fue borrada del mapa en fechas tan tardías como fue a finales del siglo XIX, por qué un Estado que se presumía de derecho incumplió una y otra vez tratados firmados con tribus o por qué uno de los presidentes más emblemáticos y homenajeados del país, Andrew Jackson, defendió ideas genocidas a través de su Ley de desplazamiento forzoso (1830) y de otros proyectos. Por no hablar de que Thomas Jefferson, uno de los padres fundadores, trataba a varios de sus hijos como poco más que perros por ser de raza negra (el 13% de la población actual). estatua de Colón
Lejos de abordar sus vergüenzas, las élites anglosajonas lidian las acometidas del indigenismo radical en los últimos años trasladando la pelota al enemigo clásico, el que saben que no va a defenderse: el mundo hispánico. De ahí que presidentes considerados racistas incluso en el periodo en el que les tocó vivir mantengan sus estatuas, mientras la estatua de Colón fue retirada hace unos días en Los Ángeles por un concejal apellidado O’Farrell. O que el misionero Fray Junípero Serra, incansable defensor de los indios de California, haya sido desterrado de la Universidad de Stanford, fundada por uno de los anglosajones que contribuyó con su fiebre del oro a la desaparición de la población indígena en este estado.
Franceses, ingleses, alemanes, belgas, holandeses… Todos invocan cada cierto tiempo el supuesto genocidio en América por parte de los españoles, para evitar reconocer crímenes más recientes y bien documentados. Del brutal colonialismo europeo en África se habla de refilón, a pesar de haber ocurrido ayer en términos históricos, porque resulta más conveniente remover lo que hicieron Colón, Hernán Cortés y compañía hace 500 años. No solo pueden así estos europeos seguir mirando a los españoles con superioridad moral, sino alimentar la desunión de los pueblos de Hispanoamérica. Prefieren a los hispanos desamparados culturalmente, enfrentados a los hombres que dieron forma a su mundo.
A la llegada de Cristóbal Colón a lo que él pensaba que eran las Indias, en verdad una isla del Caribe, no existía la ONU, ni protocolos para saber cómo proceder en el mayor encuentro entre civilizaciones de la historia. Tampoco existía la opción de que América hubiera permanecido virgen durante más siglos, pues lo único que cabía determinar es qué europeos iban a llegar antes. Para fortuna de la población local, los primeros fueron los españoles, cuya voluntad mayoritaria fue la asimilación de aquella civilización dentro del cristianismo, y no una simple operación de conquista.
En fechas muy tempranas, Isabel la Católica advirtió en la real provisión del 20 de diciembre de 1503 contra los posibles excesos de los conquistadores: «No consintáis ni deis lugar a que ninguna persona les haga mal a los indios ni ningún daño u otro desaguisado alguno». También muy pronto, en varias universidades castellanas surgió un debate inédito en el siglo XVI: ¿tienen derecho los pueblos más poderosos a conquistar y tutelar a otros? Las reflexiones, planteadas por Francisco de Vitoria y otros clérigos españoles, están consideradas el origen del Derecho Internacional.
Inglaterra ni se preguntó algo así, ni se molestó en asimilar al que tenía un color de piel diferente. Se limitó a encerrarse en sus colonias y a importar esclavos africanos en cantidades industriales para realizar las tareas más ingratas. Aquella cerrazón, y la idea de que las colonias existen solo para alimentar a la metrópoli, condujo a los norteamericanos a rebelarse para no morir asfixiados. Solo tras su independencia respecto a Inglaterra, las 13 colonias lograron despegar económica y demográficamente.
El Imperio español aportó allí por donde fue a la población local su religión, su lengua, sus conocimientos, su cultura y, en definitiva, su forma de comprender el mundo. Frente a la incapacidad anglosajona para colaborar con el otro, España implicó a los lugareños en la creación y defensa de un imperio que aguantó intacto más de tres siglos. Frente a unas colonias inglesas raquíticas antes de 1783, el Imperio español levantó algunas de las ciudades, de plano humanista, más prósperas de todo su territorio, sin nada que envidiar a las existentes en la península ibérica. Fundó desde el principio universidades, hospitales y trazó caminos por todo el continente. Entendió que no estaban allí para exprimir los recursos y luego marcharse, sino para replicar España. Entenderse con la gente fue imprescindible. Frente a una cultura anglosajona que hasta avanzado el siglo XX no se interesó a nivel universitario por las lenguas nativas, en la América española se creó la primera cátedra para fomentar su estudio en 1580.
La leyenda negra sigue alimentada por esa envidia anglosajona ante lo que fue un éxito civilizador y, también, por una cuestión de cuidada ignorancia. Todos los estudios científicos han demostrado que, si bien es imposible determinar la población de América antes de la llegada de Colón, el llamado genocidio fue, en realidad, un derrumbe demográfico que no se sostiene en razones militares o en un plan político. Como explica el ecólogo Jared Diamond, los habitantes de América habían permanecido aislados del resto del mundo y pagaron a un alto precio el choque biológico. Cuando las enfermedades traídas desde Europa, que habían evolucionado durante miles de años de humanidad, entraron en contacto con el Nuevo Mundo, causaron una catástrofe frente a la fragilidad biológica de sus pobladores. El resultado fue la muerte de un porcentaje estimado del 95% de la población nativa americana existente a la llegada de Colón debido, sobre todo, a estas enfermedades.
Claro que a la leyenda negra le dan igual los hechos, los datos y los argumentos. Como a todo movimiento racista y excluyente, a los perpetuadores de tópicos y prejuicios hispanofóbicos las razones les dan completamente igual. Tal vez tengan que pasar mil años, como con otros grandes imperios, hasta que se despeje la niebla sobre lo que hizo o dejó de hacer Colón.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.