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Historia

La corrupción en Francia y la virtud republicana . Historias sin nada de idealización

Antonio Martín Puerta | 03 de mayo de 2017

Historia

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En un tiempo en el que la corrupción se sitúa entre las principales preocupaciones de los españoles, la historia nos recuerda otros periodos y países que también han sufrido esta problemática. 

Si en estos momentos hay un asunto que unánimemente repugna es el de la corrupción. Algo que no pocos juzgan como de dimensión única por lo que se refiere a nuestro país. Pero es característica común entre españoles idealizar las cualidades de naciones a las que por alguna causa consideran como modelos, incluso hasta niveles que ni a los propios ciudadanos del admirado lugar se les pasaría por la cabeza. Precisamente, y dado el grave nivel de corrupción que España padece, se suele infravalorar lo que en tal sentido sucede en otros espacios, siendo la realidad bien distinta, por ejemplo, en Francia. De hecho, es unánime la interpretación acerca de que la III República –vigente entre 1870 y 1940-, de la que derivan directamente las dos siguientes, implicó un estrecho pacto de la izquierda con los grandes negocios, con más que notables abusos y escándalos que de vez en cuando incorporaban algún que otro cadáver, para dar mayor sabor al asunto. Tradición republicana mantenida sin graves problemas durante ya casi siglo y medio.

La decepción como hábito

operación LezoLos últimos acontecimientos en torno al Partido Popular han provocado un socavón en la confianza de los electores en torno a la formación que encabeza Mariano Rajoy. Es necesario cerrar los casos en firme. 

Ya en 1887 tuvo lugar el asunto del tráfico de condecoraciones de la Legión de Honor, un reconocimiento que se podía conseguir pagando entre veinticinco mil y cincuenta mil francos, según fuera el demandante, lo que no fue sino un antecedente. No muchos conocen que en febrero de 1893 el famoso arquitecto Gustave Eiffel fue inicialmente condenado a dos años de prisión y a una multa de veinte mil francos como consecuencia del escándalo del canal de Panamá, aunque luego fuera absuelto, un asunto que se generó a partir de un presupuesto alegremente calculado ignorando los informes técnicos. En 1880, tuvo lugar una emisión de títulos para obtener cuatrocientos millones de francos-oro, lo que resultó tan insuficiente que entre 1882 y 1888 hubo que acudir a otras seis emisiones. El 4 de febrero de 1889, la compañía titular quiebra ante el recelo de los compradores de títulos, que ya ni de lejos confiaban en ellos. Entre el 18 y el 20 de noviembre, aparece el cuerpo del baron Reinach, inculpado, con un frasco de veneno al lado. Se descubre que, para calmar a los diputados, se habían distribuido más de tres millones de francos entre ciento cincuenta de ellos. A las acusaciones de desaparición de fondos acompañó un duelo entre dos diputados, Deroulede y Clemenceau: se disparan seis veces sin que ninguna bala dé en el blanco. Otro implicado que resulta absuelto también aparece muerto junto a un recipiente de cianuro. Pero la República prosigue impoluta, escenificaciones aparte.

Es característica común entre españoles idealizar las cualidades de naciones a las que por alguna causa consideran como modelos, incluso hasta niveles que ni a los propios ciudadanos del admirado lugar se les pasaría por la cabeza

En 1928, con la complicidad de varios parlamentarios, tuvo lugar la estafa conocida como de La Gazette du Franc, publicación teóricamente creada para sostener la moneda nacional y que orientará la dirección de los inversores, llegando un momento en que los resultados son penosos. Sobre la promotora, Marta Hanau, recayeron dos años de presidio por una estafa de más de ciento cincuenta millones de francos. Pero, por supuesto, ninguna responsabilidad sobre los políticos radicales avalistas de la autora del fraude. En 1930, las estafas de Albert Oustric, con complicidades entre altos miembros de la administración y parlamentarios, tienen como toda consecuencia el cese de un alto funcionario, tras una benévola investigación parlamentaria. Un procedimiento, por cierto, ya asumido como formato común.

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El asunto Stavisky, en 1934, remata una época de tensiones con intento de asalto a la Asamblea Nacional, el 6 de febrero de ese año. Resultado inmediato: diecisiete muertos por heridas de bala –incluido algún gendarme-, a los que se añadirán cerca de veinte más en días siguientes, y más de dos mil trescientos heridos. El estafador, que había actuado con la complicidad de dos ministros, había aparecido suicidado el 8 de enero. La prensa informó del siguiente modo: “Stavisky se suicida de un disparo efectuado a tres metros”. El asunto había saltado en diciembre de 1933, tras la actuación del Crédit municipal de Bayonne, apareciendo en ese momento en escena Alexandre Stavisky, estafador conectado con diversos parlamentarios radicales. Entre ellos se encuentra un ministro del Gobierno, el también radical Camille Chautemps. Alexandre Stavisky había logrado diecinueve aplazamientos de juicio, siendo responsable último el cuñado de Chautemps. Resultado final: dimisión del Chautemps y de un ministro y dos años de prisión para un implicado, además de los serios disturbios de la Plaza de la Concordia. La República prosigue, pese a todos, sin más contratiempos.

Se asume lo que hay: una oligarquía históricamente beneficiaria de su imbricación con lo político a la que prácticamente resulta imposible descabalgar, con perfecta capacidad de adaptación a los cambios

Las siguientes repúblicas heredan el formato. En 1949, el diputado gaullista Antoine de Recy perpetra el robo conocido como de los vinos de Arras, sobre el que recaerán diez años de trabajos forzados. En 1959, François Miterrand se autoorganiza un falso atentado, recibiendo siete disparos, ninguno de los cuales alcanza al político socialista. La supuesta víctima aparece engrandecida con una aureola de fervor por la causa de la República, hasta que se descubre el fraude. En 1971, surgen nuevos escándalos en torno al comportamiento de instituciones hipotecarias en relación con directivos de sociedades inmobiliarias, que afectan a dos diputados gaullistas. Finalmente, conllevan penas de cárcel y la dimisión de uno de los diputados. En 1974 y 1976, la empresa aeronáutica Marcel Dassault sale a primera página ante acusaciones de privilegios y desvío de fondos públicos. En diciembre de 1976, aparece asesinado el príncipe de Broglie, amigo del presidente Giscard d’Estaing y antiguo ministro gaullista, entre constataciones de oscuros negocios financieros. En 1979, tiene lugar el llamado “escándalo de los diamantes” regalados por el “emperador” Bokassa al presidente Giscard d’Estaing y algún que otro colega. Y, por supuesto, los escándalos se han reproducido hasta hoy.

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Es decir, que se asume lo que hay: una oligarquía históricamente beneficiaria de su imbricación con lo político a la que prácticamente resulta imposible descabalgar, con perfecta capacidad de adaptación a los cambios. Sobreviviendo en medio del favor y, si llega el caso, acudiendo a procedimientos más drásticos, de los que sobran ejemplos y sobre los que todo el mundo ha tomado nota. Ello en medio de un elegante “aquí no ha pasado nada” y sin levantarse demasiado la voz, salvo alguna chirriante publicación que aprovecha el caso para vender unos cuantos ejemplares más. Pero sin mayores consecuencias. Y sin que, desde las más elevadas instancias del régimen, falte también de vez en cuando alguna alusión de tono jacobino a “la virtud republicana”, que es algo que dignifica mucho las cosas y otorga un inefable tono de elegancia y, por supuesto, de advertencia.

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