Hay jinetes de luz en la hora oscura
María Solano | 19 de junio de 2018
Tienda de muebles. 11 de la mañana de un sábado. Un niño de siete años elige su nuevo escritorio. Se fija en una silla negra y roja con ruedas. “Mamá, quiero esa. Es de gamer”. ¿Por qué un niño tan pequeño sabe lo que es un gamer cuando sus padres a duras penas pueden definir el concepto? ¿Cómo es posible que confunda una silla de estudio con una destinada a jugar, de manera casi profesional, a la consola, grabarlo y transmitirlo en un entorno ilimitado? ¿Qué conexiones cerebrales le han llevado a pensar que los youtubers se hacen ricos bajo la premisa de la ley del mínimo esfuerzo?
Internet funciona de una forma parecida al proceso de ósmosis: sencillamente, se enteran de que existen estos canales, los ven, les atraen, les interesan, se habla de ello en el patio y se convierte en una realidad que quieren emular. Y no cabe duda de que hay una parte de realidad en ello. Hace solo unos días, una de las personas que ponen en contacto a las empresas con los influencers para dar a conocer marcas en las redes abría un interesante hilo en Twitter en el que explicaba cómo algunos de sus clientes, menores de edad, se alzaban con sumas mensuales que superaban con creces el sueldo de sus padres sin que ellos se enteraran de nada.
Voy a compartir historias de mi trabajo que suelen gustar sobre cómo es trabajar con Influencers. Si gusta haré otros hilos con lo más curioso que me ha pasado en 10 años trabajando con ellos. Empieza el primero, yo lo llamo “el próximo Amancio Ortega”
— Alex (@marasfero) June 9, 2018
Y ahí está buena parte del problema: el deslumbrante triunfo de unos pocos, sus increíbles hazañas en el mundo digital, con millones de vídeos visualizados y una larga lista de espera de empresas dispuestas a pagar por un minuto de gloria, hace creer a la juventud que este es el camino hacia el éxito. El youtuber ha venido a sustituir a la estrella del fútbol. Porque para ser una estrella del fútbol se le presume, al menos, la capacidad de manejar bien el balón, un cierto esfuerzo y sacrificio. Pero para ser un influencer parece que solo hay que jugar, molar y mantener contentos a los followers (seguidores), al tiempo que se ignora a los haters (detractores).
Desde la perspectiva de la familia, hay dos grandes problemas que se esconden detrás de esta realidad. El primero es si estamos transmitiendo los adecuados valores en los hogares respecto al verdadero sentido del éxito. Si nuestros hijos aspiran a un dinero fácil, rápido y sin esfuerzo, puede que tengamos que hacer cierto examen de conciencia respecto a qué tipo de comentarios lanzamos en nuestra vida cotidiana para dar un valor adecuado al trabajo. ¿Repetimos en demasiadas ocasiones «lo poco» que ganamos? ¿Nos quejamos constantemente porque consideramos que otros viven mejor? ¿Mostramos cierto grado de envidia ante la vida aparentemente insuperable de los modelos del consumismo? ¿Hemos utilizado el argumento de que tienen que estudiar para ganar «más» dinero y tener un «mejor» trabajo?
Ser o no ser un ‘youtuber’: cuando mantener la fama se convierte en una forma de trabajar
El segundo es que no se muestra -o se olvida demasiado pronto- la cara oculta de la realidad de los youtubers triunfadores, esa que nos muestra que se sienten solos y presionados, que tienen una especie de esquizofrenia vital entre lo que realmente les ocurre y lo que muestran en las redes, que acaban sucumbiendo ante el empuje constante de la opinión de los demás, la buena y la mala, y que los que son astutos se retiran a tiempo, y los que no lo son tanto pueden acabar por perder la perspectiva, víctimas del suicido.
El niño aprendió aquel día que la silla con ruedas servía para trabajar y que el trabajo digno y hecho con amor, entrega, generosidad y sacrificio es el que realmente engrandece al hombre.