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Familia

Del aborto al alquiler, todo es posible cuando el vientre materno se desacraliza

Carmen Sánchez Maillo | 17 de octubre de 2018

Familia

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El argumento que esgrime hoy el feminismo en el debate sobre los vientres de alquiler es incoherente. Rota la conexión del derecho con la naturaleza humana y con la dignidad de la persona, no queda nada «indisponible» a la voluntad del hombre.

Un conocido político socialista afirmó con rotundidad hace ya unos cuantos años como argumento legitimador del matrimonio entre personas del mismo sexo que: “Un derecho es un deseo que alcanza consenso social”. Si esto fuera así, todo sería posible y, de hecho, desgraciadamente, así ha sido en no pocas ocasiones. La izquierda posmoderna y nihilista promueve la tesis del deseo convertido en derecho, pero esta pretensión es tan amorfa, ambigua y contradictoria que unas veces se convierte en derecho, por ejemplo, para la adopción por parte de parejas del mismo sexo, y en otras se censura el deseo, como en el caso de los muy bien llamados vientres de alquiler. El deseo es caprichoso y arbitrario, sentimental y emotivo, por eso tal falacia revela en sí misma su incoherencia interna.

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— Papa Francisco (@Pontifex_es) March 27, 2017

No deja de ser sorprendente el argumento que esgrime hoy el feminismo en el debate sobre los vientres de alquiler, ahora dicen: “Los deseos no son derechos”. Comparto con ese sector del feminismo tal negación, no suscribo sus porqués, pero sí su rechazo a la mercantilización del cuerpo de la mujer y a la afirmación de la dignidad del cuerpo femenino, que no admite precio ni transacción.

No, ciertamente no, el derecho no es un deseo que encuentra consenso social, pues si hay un orden lógico, razonable y digno para el ser humano, este sería aplicable a todo, pues, de no ser así, ¿cuál es la frontera para cualquier acuerdo o pacto entre personas por más obsceno, errático o aberrante que sea? ¿Quién determina qué es lo admisible? Una vez en marcha el rodillo de la autonomía personal, ¿dónde está su límite?, ¿en la sacralidad de la vida humana? No, aquí tenemos ya el aborto y la eutanasia. ¿En el comercio del cuerpo?, ahí está la legalización de la prostitución en Alemania. ¿En alquilar el vientre materno? En ello estamos ahora en España, pese a las imágenes de las granjas de mujeres en la India o en Ucrania; pero, si es un deseo, ¿por qué impedirlo?

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No hay que olvidar nunca que envolviendo la cuestión determinante para toda sociedad de cómo se conceptúa y trata la vida, con el aborto, la fecundación artificial y los vientres de alquiler, no solo hay carencia de fundamento, errores antropológicos y una visión nihilista del hombre, sino que también en los márgenes que la falta de protección a la vida produce el mundo moderno emergen una falta gigantesca de escrúpulos, pues más allá de los deseos de las personas hay enormes intereses económicos en juego.

Las incongruencias del feminismo sobre los vientres de alquiler

Se ponen así de manifiesto las incongruencias del feminismo, pues para el aborto sí hay autonomía personal, pero para alquilar el vientre, tal autonomía es percibida como inadecuada, escasa para defender a la mujer. Estamos de acuerdo otra vez. El panorama político se nos presenta errático y deforme: para Ciudadanos, todo lo factible es posible; PSOE y Podemos se encuentran inconexos en sus juicios: sí al aborto, no al alquiler de vientres, según entienda la autonomía personal ese día; y el PP, de perfil en lo esencial, lo sensato es variable, estos son sus principios, pero si no te gustan pueden ser otros.

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Y es que, rota la conexión del derecho con la naturaleza humana y con la dignidad de la persona, no queda nada «indisponible» a la voluntad del hombre: ni los órganos, ni el cuerpo, ni las criaturas que van a nacer. Todo es posible para el legislador, deviene en omnipotente, no tiene nada que respetar o proteger, todo se puede enajenar, comprar, vender o eliminar. Solo hace falta desear, publicitar y presionar, para al final regular, los deseos son órdenes para la ley, ellos mandan. Y el deseo, ya sabemos… es caprichoso, hoy no, pero mañana tal vez sí.

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