Hay jinetes de luz en la hora oscura
Carmen Sánchez Maillo | 19 de octubre de 2017
Los convulsos momentos que España atraviesa ofrecen imágenes que nos permiten pararnos a reflexionar sobre cuestiones profundas que afectan a toda familia. Resulta difícil de olvidar la grabación difundida en diversos medios de un padre que, con su hijo de entre seis y ocho años sentado en sus hombros, se acerca, el pasado 1 de octubre en Sant Julià de Ramis (Gerona), a un colegio electoral clausurado por orden judicial. Un guardia civil lo intercepta y, con profesionalidad y templanza, lo aparta del lugar de choque con los independentistas que protestan. religiosidad
Resulta legítimo pensar e imaginar por qué un padre que, sin duda, quiere a su hijo (pensar otra cosa sería un ejercicio maniqueo y simplista), cancela la naturalísima conciencia del peligro al que expone a su hijo, olvida el probable consejo de una madre o abuela prudente que le desaconseja acercarse con el niño y obvia el miedo que el rostro del niño no oculta al exponerlo a la tensión de la protesta contra la Policía. Todo esto, para hacerle partícipe de un hito en el proceso a la independencia, para poder decirle, yo te lleve allí, tú estuviste conmigo… Arriesgar la integridad física de un niño, la confortable y necesaria candidez de la infancia para hacerle consciente de la lucha por la supuesta libertad de Cataluña produce indignación, miedo y tristeza.
Indignación porque el uso de niños en una situación de violencia y tensión generada por adultos produce un natural rechazo, nunca es ese su lugar. Miedo, ya que desde el momento en que se pierde ese sentido común hacia lo propio cabe preguntarse qué no puede hacer ese padre contra el vecino o compañero de trabajo reticente al proceso de independencia. Tristeza, pues es evidente que la religiosidad cristiana que fue seña de identidad del pueblo catalán ha sido sustituida en una parte de su población por el credo nacionalista, que no duda en utilizar, una y otra vez, a los niños como peones de choque o materia de adoctrinamiento. Esta sustitución no es gratuita e indolora, el Cristianismo no exige, ni justifica, como los antiguos y nuevos dioses paganos, sacrificios de sangre. Esta nueva fe se apoya en la inconsciencia del fanatismo y la temeridad de quien se ve respaldado por una masa, que es el resultado final de la manipulación de la educación durante décadas, junto con el riego continuo de dinero público siempre en la dirección nacionalista.
#Directo | Los inspectores de Educación de Barcelona niegan el adoctrinamiento en las escuelas https://t.co/hnIBeG6ORM
— Vozpópuli (@voz_populi) October 18, 2017
Todo lo anterior nos interroga sobre cómo transmitir en familia las ideas políticas. En primer lugar, es evidente que la transmisión de ideas es algo natural y continuo en el quehacer de los padres, cada decisión y manera de estar de una familia ya transmite una comprensión del mundo. Cuestión distinta es el adoctrinamiento ideológico, esto es, que la transmisión de ideas resulte una explicación totalizante, cerrada y única de la realidad. La transmisión de la fe cristiana y de un estilo de vida inspirado en ella, el propio de cada familia, es un ejercicio de amor y paciencia, en el que se transmite una experiencia, se expone un modo de ser y un misterio ante el que el hijo, progresivamente, debe buscar su lugar, porque la educación siempre es una invitación a la libertad y la respuesta del hijo no se presume, solo se espera.
El profesor Emili Boronat, @UAOCEU, da soluciones para el #adoctrinamiento nacionalista. #educacion #db https://t.co/iRDlqYe4ky pic.twitter.com/plCa1FHixH
— El Debate de Hoy (@eldebatedehoy) October 13, 2017
Dentro del camino de la educación, es natural que los padres enseñen a sus hijos a amar la historia, la tradición, la lengua y la propia configuración geográfica del lugar en el que viven. San Juan Pablo II definió el patriotismo en su libro “Memoria e Identidad” (2005) como: “El conjunto de bienes que hemos recibido como herencia de nuestros antepasados” y subrayó “que hay una relación entre patria y paternidad.” En el cuarto mandamiento encuentra encaje el patriotismo, dijo San Juan Pablo II, insistiendo en su carácter integrador, en un amor ordenado a una realidad natural, contraponiendo el patriotismo al nacionalismo al advertir que: “Se debe evitar absolutamente un peligro: que la función insustituible de la nación degenere en nacionalismo”.
En este sentido, el Papa polaco señala el antídoto al problema nacionalista: “¿Cómo se puede evitar este riesgo? Pienso que un modo apropiado es el patriotismo. En efecto, el nacionalismo se caracteriza porque reconoce y pretende únicamente el bien de su propia nación, sin contar con los derechos de los demás. Por el contrario, el patriotismo, en cuanto amor a la patria, reconoce a todas las otras naciones los mismos derechos que reclama para la propia y, por tanto, es una forma de amor social ordenado”. Estas palabras del pontífice polaco, aquilatadas por su sabiduría y experiencia personal, nos recuerdan cómo el amor desordenado a una tierra (nacionalismos étnicos), a una raza (nacionalsocialismo alemán) o a una idea (el comunismo) fue fuente destrucción y aniquilamiento para millones de personas durante el siglo XX.