Hay jinetes de luz en la hora oscura
María Solano | 18 de septiembre de 2017
Cuando se aborda la cuestión del divorcio, se suele hacer desde una perspectiva estrictamente estadística. El resultado es desolador porque las cifras no hacen sino aumentar, incluso cuando el número de matrimonios desciende significativamente. La otra perspectiva es la jurídica. Pasa por varias perspectivas: la de las leyes de divorcio y la de la más complicada amalgama de normativas sobre la custodia de los hijos.
Pero en pocas ocasiones nos paramos a pensar en el trasfondo del asunto. ¿Por qué hay tantos divorcios? ¿Por qué hay divorcios en parejas que parecen llevarse bien? En la base de una parte sustancial de los problemas esconde la idea -errónea- de que el amor puede acabarse así, sin más. Y la posmodernidad ha completado el esperpéntico escenario con la idea -también errónea- de que lo que no se siente, no merece la pena ser vivido.
Motivos por los que aumentan los #matrimonios que tras divorciarse se casan con su misma pareja https://t.co/ytT7EsOqou
— abc_familia (@abc_familia) September 16, 2017
Este emotivismo exagerado se ha trasladado a todas las áreas de la vida. Escuchamos a aquel que nos asegura que tuvo mucha fe pero que ya no siente nada al rezar y por eso hace años que no pisa una iglesia. O al que afirma que no va a visitar a su anciana tía en la residencia desde hace meses porque no se siente cómodo con esa ‘entorno de tristeza y de muerte’. Y hay quien engaña a su pareja porque siente un impulso que le dicta su parte más animal y no está de moda reprimir lo que se siente.
Al matrimonio le pasa lo mismo: hay días en los que uno siente un arrebato de amor y otros en los que el arrebato se acerca más al odio. Y los dos arrebatos se pueden producir, igualmente, por un detalle nimio. Desde un bonito gesto hasta un gesto nunca hecho que la otra parte se toma como una afrenta personal sin precendentes. Entonces, la pareja entra en la pendiente deslizante del ‘no siento’ y, como no sienten, se alejan, y como se alejan, es imposible que se hablen. Y si no se hablan, nadie más puede salvarlos del hundimiento.
Estadísticas del @INE_Chile : Aumentan familias pequeñas y divorciados que vuelven a casarse https://t.co/tlddfSQj2F pic.twitter.com/ZTSpDXh7mN
— El Mercurio (@ElMercurio_cl) September 12, 2017
El segundo motivo de fondo para que los matrimonios dejen de creer en ellos es la falta de capacidad de perdonar. No es que nos hayamos vuelto más duros de corazón en esta generación que en otras. Hay detrás otro pensamiento posmoderno que vincula –equivocadamente- perdonar con perder y la felicidad con salir triunfantes. Cuando una pareja discute, vemos cómo incluso el entorno cercano se toma la situación como un torneo de boxeo en el que lo importante es no ceder ni un palmo ante el adversario. Quizá los propios contrincantes, que tienen almacenadas toneladas de cariño mutuo, no quieran ver al otro sufrir, pero ahí estarán las familias políticas, los abogados con poca ética y los aduladores poco amigos echando más leña al fuego del desastre.
La tercera razón, y temo que la más peligrosa porque ya ha sido aceptada como válida, es que hemos dejado de creer que el amor pueda ser para siempre. Le escuché en una ocasión a María Álvarez de las Asturias, abogada, canonista, experta en matrimonio, madre y esposa, una frase que desde entonces me ha hecho meditar mucho: ¿Por qué hay quien duda de que el amor en pareja puede ser para siempre si no dudamos de que pueda ser eterno el amor entre padres e hijos e incluso el amor entre amigos?
En efecto, buena parte del problema el matrimonio es que hemos dejado de creer que pueda ser eterno. Cuando estaba aprendiendo a conducir, recuerdo que frenaba drásticamente ante de cada curva porque no veía toda la perspectiva de la carretera por delante. El profesor de autoescuela me dijo un día: tranquila, después de este tramo de carretera siempre hay otro tramo de carretera. Ningún ingeniero termina la carretera en un muro. Puede haber un bache, otra curva, pero siempre hay carretera. Esta filosofía de andar por casa es de aplicación al matrimonio. Siempre se puede seguir adelante. Pero si en cada curva, bache o cambio de rasante pensamos que ese puede ser el final, acabaremos por convencernos de que algún ingeniero descerebrado dejó la carretera a medio terminar. Nadie se embarca en semejante empresa pensando que lo más probable es que se acabe.
Por eso me alegra tanto la noticia que Mónica Setién daba en ABC sobre los divorciados que se ‘desdivorciaban’. Porque eso significa que siguen siendo mayoría los que creen que amar para siempre a la pareja es tan fácil o difícil, tan sencillo o incomprensible como amar para siempre a una madre o a un hijo. Simplemente puede ser, por eso es.