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Familia

Más que jugar en familia, padres e hijos deben compartir momentos que generen recuerdos

María Solano | 17 de enero de 2018

Familia

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Jugar con los hijos puede ser una opción, pero solo una entre muchas. La tarea de los padres es ser padres. Un entorno familiar vivido en plenitud debe brindar cientos de posibilidades para compartir momentos que generen recuerdos vinculantes. Los niños que se divierten sin un adulto son los que mejor aprenden. 

Un emotivo anuncio navideño animaba a los padres a jugar con los niños antes de que se conviertan en adolescentes insoportables. Pero, ¿el papel de los buenos padres es realmente jugar con los hijos?

El tradicional dicho español “zapatero a tus zapatos” dejó de poder utilizarse cuando tuvimos un presidente con homónimo apellido. Pero a mí me parece de lo más acertado para resumir lo que tenemos que hacer en la vida. Hay otro que repetían mucho nuestras abuelas, años antes de que algún psicólogo con conocimientos de marketing se inventara eso del ‘mindfulness’ que se empeñan en vendernos en los libros de autoayuda y en carísimos e infructuosos cursos para empresas. Ellas, que no hablaban ni gota de inglés ni habían cursado psicología, nos aconsejaban, con la sabiduría de la experiencia, el secreto de la felicidad: “estate a lo que estás”.

Saco a colación estos dos tópicos porque me han ayudado a arrojar algo de luz sobre la idea que recoge una conocida marca española de muñecas para su emotivo anuncio publicitario de la Navidad de 2017. Con hashtag incluido, #JuegaConEllos, nos dice que dediquemos tiempo al entretenimiento de nuestros hijos porque tempus fugit y, cuando nos queramos dar cuenta, el monstruo de la adolescencia habrá devorado a nuestros retoños. Y yo venga a darle vueltas a si lo que tenemos que hacer los padres para entrar en la categoría especial de buenos padres es tirarnos al suelo a jugar con nuestros hijos.

Qué duda cabe de que hay algo de cierto en ello. Las emociones son clave para que la personalidad de cada uno de nuestros hijos se construya de una manera sólida. Es fácil de comprender: lo emocional –bueno o malo– se graba en nuestro cerebro con un impacto decisivo. De modo que, si hemos conseguido generar recuerdos de alegría y diversión en familia, estaremos consolidando el valor del hogar como cimiento clave de su personalidad.

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Pero esta ‘verdad como un templo’ no significa en absoluto que la única manera de generar recuerdos de una vivencia familiar positiva sea sentarse en el suelo para jugar con las muñecas o construir una nave espacial. Un entorno familiar vivido en plenitud debería brindar cientos de posibilidades distintas del juego para que padres e hijos compartan momentos positivos que generen recuerdos vinculantes. Los recuerdos pueden surgir en la más anodina y cotidiana de las cenas compartidas, con una divertida anécdota a la salida del colegio, en momentos de tensión y unidad como la enfermedad de un familiar… La realidad es que da un poco igual el cómo o el cuándo. Lo importante es tener la oportunidad de estar juntos de manera recurrente para que, de vez en cuando, pase; y entonces lo normal se convierta en imborrable.

Jugar con los hijos puede ser una opción, pero solo una entre muchas, una puntual, un bonito recuerdo. Como el que nosotros tenemos del día en el que nuestra madre nos enseñó a jugar al cinquillo con nuestra abuela, las tardes frente al tablero de un parchís infinito o esas pachangas futboleras de grandes y chicos tras una reunión familiar.

La tarea de los padres es ser padres

La empresa juguetera del anuncio nos anima a compartir muñecos con los hijos y nos aporta una encuesta que detecta que solo el 33% de los padres tiene la iniciativa de jugar con sus retoños. Sinceramente, ni me sorprende ni me parece preocupante ni, mucho menos, grave. Porque, como decía, el zapatero tiene que estar a lo que está, a sus zapatos. Y la tarea de los padres es ser padres y eso solo incluye el jugar en menos ocasiones. Lo que sí incluye es proporcionar la oportunidad de jugar: darles tiempo libre y facilitarles que estén con otros niños. Ni siquiera necesitan juguetes.

Lo que me parecería extraordinariamente peligroso para los hijos y, por ende, para la sociedad entera que los recibirá como adultos, es que solo el 33% de los padres cenase en familia, que solo ese 33% se interesase por las tareas escolares de los niños o conociese perfectamente quiénes son y cómo respiran sus mejores amigos, que solo el 33% fuese capaz de detectar cuándo están tristes y necesitan un abrazo, cuándo lo que necesitan es nuestra presencia silenciosa, cuándo están cabizbajos y les hace falta una palmadita en la espalda, cuando están felices y tenemos que celebrarlo.

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Lo del juego es cosa de niños, y cosa seria e importante. Los niños que no juegan con niños a juegos de niños (mejor sin tecnología de por medio) no desarrollan su imaginación y creatividad y no aprenden de manera natural las habilidades y destrezas que les permiten relacionarse con los demás. Los niños que, como el buen zapatero, se dedican a jugar sin un adulto alrededor que lo organice todo son los que mejor aprenden a negociar de manera democrática a qué jugar, a aceptar las reglas del juego, a respetar el turno del prójimo, a asimilar la derrota y a no vanagloriarse con la victoria.

No nos engañemos, cuando llegue la adolescencia de nuestros hijos, en realidad no nos arrepentiremos de no haber jugado con ellos, sino de no haber estado a lo que teníamos que estar: a la verdadera, compleja y no siempre gratificante tarea de ser padres para convertirlos en las buenas personas que esperamos que sean.

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