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Familia

Invierno demográfico . El problema no es la economía, sino el miedo al “para siempre”

María Solano | 13 de agosto de 2018

Familia

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El peligroso invierno demográfico que atraviesa España no se debe solo a razones económicas, sino también al ritmo de vida y al consumismo. El problema es el miedo paralizante al fracaso. Cada vez son menos los que creen que es posible en la vida en familia.

Según las encuestas, los españoles, sumidos en un peligroso invierno demográfico, no tienen hijos por razones económicas. Pero las encuestas no siempre dicen la verdad. El ritmo de vida, el consumismo y las dificultades para conciliar también se esconden detrás de este problema.

Es difícil saber cuándo empieza una crisis. Salvo graves catástrofes o ataques inesperados, las crisis no empiezan de la noche a la mañana. Se van agrandando día a día mientras recorren una pendiente deslizante con tan poca inclinación que apenas se percibe la caída. Simplemente pasa sin que nos demos cuenta. Y, sin embargo, un día nos damos cuenta de que nos han dejado un antes y un después.

Nos pasa algo parecido con el invierno demográfico sin precedentes en el que el Viejo Continente está sumido. No nos dimos cuenta de su origen y ahora estamos en medio de la vorágine. Sabemos –porque nos lo dicen con claridad las pirámides demográficas, bulbos demográficos, pirámides invertidas– que, acabado el boom de los 70, con el uso de los contraceptivos extendido y la paulatina normalización del aborto, cada generación llegaba más pequeña que la anterior. Pero esas son solo las medidas. Hay que preguntarse por las razones que llevaron a la sociedad a elegir tener menos hijos.

¿Por qué la sociedad tiene menos hijos?

Si salimos a la calle a preguntar, la respuesta más probable que recibiremos es que sin dinero suficiente para criar hijos y sin ayudas del Estado, con el padre y la madre trabajando fuera de casa, con empleos precarios, dificultad para llegar a final de mes y serias dudas sobre si podrán mantener sus ingresos, nadie se atreve. Y la crisis económica, que aún ha agravado más esta sensación de inseguridad, parece haber justificado estas “razones económicas” para no tener hijos.

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Podría parecer que hay elementos más que suficientes para que la sociedad no se anime a tener más hijos. Un horizonte poco alentador es lo último que quiere una persona para su descendencia. Nadie elige que sus hijos vivan peor que ellos. Todos desearíamos que pudieran prosperar más que nosotros. Y eso no está ocurriendo en la actualidad. Más bien al contrario: los que hoy están en edad de ser padres tienen la sensación de que ya viven peor que sus padres y que sus hijos vivirían aún peor. Pero aquí está la clave: ¿qué es «vivir peor»? ¿Significa vivir con menos? ¿Triunfar menos? ¿Ganar menos? ¿Gastar menos? ¿Viajar menos?

Porque ahí aparece esa otra realidad de la que no se habla: un consumismo que nos lleva a pensar que los estándares para vivir bien son los que dicta todo un entramado comercial al que quedamos sometidos. Pero lo cierto es que las sociedades occidentales que acusan el descenso de natalidad están muy lejos de situaciones límite en las que no puedan criar a sus hijos con lo mínimo que necesitan.

El miedo al fracaso es la causa del invierno demográfico

Entonces, ¿cuál es el problema? El problema es el miedo. Un miedo paralizante. Un miedo enfermizo a “fracasar”. Porque el triunfo personal se ha asociado de tal manera al económico que todo lo que no sea ganar se considera fracaso. Pero triunfar en este terreno es otra cosa, es ser capaces de educar hijos que se conviertan en buenas personas, que se preocupen de los demás. Si, de paso, logramos que con su esfuerzo y nuestra dedicación accedan a un trabajo que les permita vivir y salir adelante, habremos conseguido mucho.

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Pero detrás de este miedo al fracaso económico se esconde otro más peligroso: el miedo al fracaso de la familia. Aunque la realidad sea compleja, el ideal para educar un hijo es criarlo en una familia donde un padre y una madre lo eduquen en el amor. Pero en el siglo en el que el vínculo entre hombre y mujer está puesto en entredicho, cuando parece más moderno “no aguantar” que “luchar por la pareja”, cada vez son menos los que creen que es posible la vida en familia. Decía Julián Marías que este miedo paralizante es el peor de todos, porque es el que nos impide aspirar a la felicidad para la que estamos hechos.

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