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Familia

Comer en familia, un hábito saludable y que ayuda al desarrollo de padres e hijos

Carmen Sánchez Maillo | 08 de junio de 2017

Familia

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Investigaciones recientes sugieren que comer en familia contribuye a nuestra salud y bienestar emocional. Lo que siempre se ha sabido en un hogar tradicional resulta que ahora es objeto de investigación.

La tradición de las comidas y cenas como centro de gravedad de la vida familiar y alimento físico y espiritual de sus miembros ya no se transmite de generación en generación, sino que necesita de sesudos estudios que vienen a confirmar lo que antaño cualquiera sabía por experiencia propia. En este sentido, una investigación llevada a cabo por el National Center on Addiction and Substance Abuse de la Universidad de Columbia concluyó que los adolescentes que comen en familia entre 5 y 7 veces por semana tienen 1,5 veces más probabilidades de tener una mejor relación con sus padres que aquellos que comen en familia únicamente dos veces por semana.

#familydinner #parenting #healthykids pic.twitter.com/Dp4doJpbzy

— FamilyDinnerProject (@FDP_Tweets) April 17, 2017

Así mismo, comer en familia puede contribuir a que niños y adolescentes gocen de una mayor autoestima, se sientan más satisfechos con la vida, tengan un vocabulario más vasto y un mejor rendimiento académico. Hay incluso un proyecto interdisciplinar en la Universidad de Harvard, encabezado por la terapeuta familiar Anne Fishel, que lleva por título: The family dinner project. La propia terapeuta reconoce que, si se cenara en familia, sus consultas no serían ya tan necesarias, “porque está demostrado que los miembros de las familias que lo hacen  padecen menos estrés y se sienten mucho más unidos”. Insiste Anne Fishel -autora del libro: Home for dinner: mixing food, fun and conversation for a happier family and healthier kids (2015)- en la necesidad de compartir este espacio sin móviles ni tabletas u otros dispositivos electrónicos. La comunicación no fluye igual entre los comensales si hay conversaciones virtuales que traban el encuentro personal, cara a cara, de los sentados a la mesa.

Papilla, biberón y la tablet con control

tabletLas nuevas tecnologías y los aparatos electrónicos se convierten en un muro para la comunicación entre padres e hijos. Saber utilizar estas herramientas de la manera adecuada puede favorecer el desarrollo de unos y otros.

Los augures de la modernidad se empeñan en proclamar que las evidencias esenciales por todos antes reconocidas ya no lo son, pero la ciencia se empeña en redescubrir, una y otra vez, el Mediterráneo.

Los padres sabemos de la necesidad de compartir el día: el cansancio, las pequeñas decepciones acumuladas o los logros conseguidos son vitales para que todo esto sea compartido y seamos escuchados unos por otros. La personalidad de los hijos se está fraguando y el consejo de padres y hermanos resulta esencial para adquirir el criterio que la vida nos pide. Los rostros de nuestros hijos al sentarse a la mesa, su actitud  y su mirada nos indican la urgencia de que cada día tenga, al menos, un momento de sosiego y de intercambio de lo que ha sucedido en el transcurso de la jornada. No resulta extraño constatar que determinadas dinámicas e instrumentos de la vida moderna resultan, a veces, incompatibles o dañinas para el pilar fundamental de toda sociedad, que es la familia, y que no hay familia sin una mesa compartida. Toda familia tiene sus ritos, aquellas que cuidan especialmente de preparar mesa y comida construyen, con una solidez duradera y reconocible, un hogar familiar.

En la mesa también se aprende

La mesa es el lugar por excelencia para el encuentro de la familia, donde se expresa y se define. Una mesa nutrida es un polo de atracción, una fuente de gratuidad y agradecimiento. Alguien de la familia ha previsto el menú que se sirve, se ocupó de comprar los ingredientes y dedicó tiempo a su preparación. La mesa es un recuerdo vivo de las costumbres que afluyen en las familias, los platos que se sirven nos hablan de lugares concretos, de modos de cocinar con rostros queridos, abuelas, tías, cocineras que dejan su sello en el acervo de toda familia y que otros reciben en una herencia viva siempre cambiante. Comenzar la comida agradeciendo a Dios y a los padres lo recibido y lo preparado no solo es un acto de justicia, sino también de realismo y gratitud. Este sencillo acto repetido en el tiempo alimenta tanto el espíritu como los alimentos que se reciben nutren el cuerpo de sus comensales.

Familia de origen

OrigenLa importancia de nuestro origen y nuestro pasado pueden influir a la hora de padecer trastornos de conducta o de pasar por una situación emocional difícil. Todo el mundo debe reconciliarse con su historia y con su procedencia para gozar de buena salud.

La mesa es un espejo de la misma vida. Enseña la necesidad de entrega, pues supone disponer y disfrutar, recoger y arreglar de nuevo. En la mesa se brinda, se discute, los comensales se miran a la cara y se interpelan animando al diálogo, a la exposición de sus razones o relatos. Se adivinan los estados de ánimo, es un termómetro del ánimo de cada comensal, enseguida se desvela si los reunidos en la mesa están contentos, desganados o con el ceño fruncido. Sobre el mantel como muleta, lidiamos con los hermanos, con los invitados, resulta una escuela para la educación y las buenas maneras, se aprende a servir y a ser servidos. Lactancio, el padre de la Iglesia, definía al hombre como un «animal familiar», el único animal que crea un «hogar», el lugar al que se vuelve a celebrar las buenas noticias y a reencontrar el sentido de la vida en la espesura de la realidad.

Imagen de portada: Fotograma de uno de los vídeos de The family dinner project, proyecto estadounidense que fomenta el hábito de comer en familia  | thefamilydinnerproject.org
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