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Educación

La investigación y el posgrado en las universidades públicas y privadas españolas

Luis Núñez Ladevéze | 18 de abril de 2018

Educación

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La incorporación de un nuevo conocimiento para renovar la rutina docente y adaptarla a un progreso científico tan solo puede llevarse a cabo si la función de la investigación constituye el fin al que ha de encauzarse la misión del profesor.

Los acontecimientos que han trascendido estos días con motivo de las condiciones en que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, ha obtenido un título de máster, creo que son algo más que un síntoma, focalizado en un centro, de los problemas que padece la universidad española. Los hechos se encargan a veces de desmentir algunos tópicos que disfrazan la pretensión ejemplarizante de la universidad pública y que suelen minusvalorar los méritos de la universidad privada. Se da la curiosa circunstancia de que el director del máster que ha expedido el título de la presidenta de la Comunidad madrileña, catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos (URJC), fue durante algunos años profesor de la universidad privada en la que ahora yo figuro como profesor emérito. En cierto modo, seguimos rumbos contrarios, pues mientras yo iba a incorporarme a la universidad privada, decepcionado por muchos motivos de las perspectivas que la Complutense ofrecía a mi vocación investigadora, el director del máster asumía en la universidad pública la gestión de másteres universitarios tras haber sido profesor en la universidad que me llamó.

Lecciones a aprender a raíz de las recientes irregularidades en la universidad española

Dejé la universidad pública porque necesitaba nuevo estímulo para proseguir mi labor como investigador y formador de investigadores. No fue una decisión fácil, pues no lo es dejar un puesto cómodo de funcionario sine die para afrontar el riesgo de vincularse a una universidad a través de un contrato privado. Llevaba 23 años como catedrático de la Complutense y, tras pasar un año sabático, acepté la oferta de dirigir un departamento, impulsar la investigación en una facultad que hasta entonces fomentaba principalmente la docencia y crear un instituto de investigación. La universidad necesitaba, según el decano y el entonces gran canciller, consolidar su prestigio fortaleciendo su imagen como centro docente investigador, como lo hacen las mejores universidades del mundo. Acepté el encargo de contribuir a que la función universitaria culmine en la tarea investigadora, convencido de que el prestigio de la universidad es inseparable de la excelencia en la investigación.

De dar veracidad a los tópicos que se difunden, las universidades privadas están más pendientes de acumular alumnos que de realizar una seria labor académica, más preocupadas por supeditar su porvenir a los ingresos por matrícula que al rigor de la enseñanza, más centradas en la docencia que en el valor de la investigación, que generalmente desatienden. Puede que muchas veces sea así, pero el tópico no es generalizable. También enmascara prejuicios hacia las universidades privadas, que, en ocasiones, afortunadamente aisladas, pueden llevar a las instituciones acreditadoras, como la ANECA, la CENAI o la ANEP, a exigir más para el reconocimiento de sexenios, adjudicación de proyectos de investigación y dotación de becarios a los profesores de universidades privadas que a los de las públicas.

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Durante mi experiencia como director de departamento, primero, y como director, después, de un centro de investigación en la universidad privada, tras haber dictado antes cursos de doctorado y programas de posgrado en una veintena de universidades públicas nacionales y fuera de España, y también en alguna privada, como la Universidad de Navarra, no he encontrado diferencias generalizables, sino diferencias de centros y de personas. Al menos, en dos de las privadas en las que he desempeñado esta labor no cabe esperar que pueda darse una situación tan escasamente ejemplar como la producida en la URJC. No me extrañaría que no fuera un caso aislado. Puede estar dándose en otras universidades españolas, sean públicas o privadas. Las reglas de objetivación para la obtención de títulos, para la atención al alumno y, en especial, el procedimiento que se aplica a los programas de doctorado se cumplen escrupulosamente en las dos universidades privadas a las que me he referido. Y considero muy improbable que alguna de ellas pudiera caer en un renuncio como el que ahora escandaliza a la comunidad universitaria con motivo del título de máster que estos días se discute.

Preparar para quien sienta esa vocación

Pero más importante y significativo que el respeto a las normas es la atención que se presta en ambas instituciones privadas a las que me he referido a la formación de investigadores. La comprensión de que la formación escolar ha de culminar en la labor investigadora, principio universalmente reconocido y aplicado en las principales universidades del mundo, públicas o privadas, cuenta con el expreso respaldo institucional sin el cual un centro académico no podría desarrollar esta labor.

Es importante asumir que la incorporación de nuevo conocimiento para renovar la rutina docente y adaptarla al progreso científico solo puede realizarse si la función investigadora constituye el fin al que ha de encauzarse la función del profesor. No se trata de primar la investigación y devaluar la docencia, ni al contrario, sino de orientar la docencia para que sirva también de estímulo y de preparación para la investigación de quien sienta esa vocación.

En la universidad privada en la que me incorporé no me hubiera sido posible crear, primero, y luego dirigir hasta mi jubilación una revista académica como Doxa Comunicación, que ya cuenta con quince años de vida, si no hubiera contado con este respaldo institucional y con la implícita comprensión de que el valor añadido del prestigio nacional e internacional de una universidad es inseparable de la calidad de revistas de esta naturaleza. Revistas que no tienen difusión comercial, que no pueden encontrarse en las librerías de aeropuertos ni de grandes establecimientos. Publicaciones para la renovación del conocimiento de quienes están capacitados para entender su contenido y que constituyen, en el entorno académico, la base de la adición y la circulación del saber científico y universitario. Sin la referencia de esas publicaciones de las que depende el prestigio de los más relevantes centros universitarios, sean públicos o privados, ni Oxford y Cambridge, ni Harvard o Princeton, ni la École de Hautes Études en Sciences Sociales, ni la Universidad de Bolonia o la Humbodt de Berlín serían todavía los principales focos de irradiación de conocimiento del mundo.

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