Hay jinetes de luz en la hora oscura
Manuel Llamas | 29 de noviembre de 2017
Cataluña constituye todo un ejemplo de ingeniería social en múltiples aspectos. El nacionalismo se ha aprovechado de los resortes que le ha brindado el ejercicio del poder político durante cerca de 40 años para implantar y extender su particular ideario en el conjunto de la sociedad catalana y, de este modo, avanzar poco a poco hacia la consecución de su proyecto independentista.
No es un fenómeno nuevo. De hecho, la historia se ha encargado de demostrar que este tipo de adoctrinamiento ideológico es algo muy común, aunque su intensidad varía en función del régimen y la corriente política que lo impulsa. Tanto las dictaduras como los movimientos nacionalistas y totalitarios, ya sean de corte fascista o comunista, son los mayores expertos en esta materia y, si bien España es una democracia consolidada en la que rige el Estado de derecho y un amplio marco de libertades, los grandes partidos a nivel nacional han hecho la vista gorda durante décadas al lavado de cerebro colectivo que ha tenido lugar en Cataluña debido, entre otras razones, a la necesidad de llegar a acuerdos con los nacionalistas para poder formar gobierno.
El adoctrinamiento en las aulas catalanas: un drama que no puede arreglar un efímero 155
La primera y más importante herramienta de adoctrinamiento es la lengua. En Cataluña, al igual que sucede en el País Vasco, Galicia, Baleares o Comunidad Valenciana, los nacionalistas se han apropiado del idioma cooficial para usarlo como ariete político y, de este modo, construir un sujeto colectivo, el “pueblo catalán”, diferenciado del resto de los españoles. En este sentido, la lengua les ha servido como un elemento diferenciador para dividir la sociedad en “nosotros” y “ellos”, ya que el nacionalismo siempre se construye empleando como argumento la existencia de un enemigo externo, cuyo papel en este caso representa España y todo lo que le rodea. De ahí, precisamente, la importancia del lenguaje y su interpretación. Al concebir el catalán como un rasgo exclusivamente distintivo e identitario, y no como un factor de enriquecimiento cultural, los nacionalistas ya disponen de la argamasa con la que construir su “nación”.
El siguiente paso, por tanto, consistirá en imponer dicho idioma, empleando para ello todos los mecanismos a su alcance para ampliar su conocimiento, generalizar su uso y, cuanto menos, convertirlo en un requisito indispensable en ciertos ámbitos. Es lo que se conoce como “inmersión lingüística”. La lengua es, por definición, un producto del orden espontáneo, puesto que nadie lo inventa de cero, sino que es el fruto de la interacción voluntaria de los seres humanos a lo largo del tiempo. Así pues, cuanto más útil sea un lenguaje para comunicarse, mayor será su uso, sin necesidad de que nadie lo imponga. Sin embargo, dado que los idiomas cooficiales son minoritarios y su utilidad es marginal, el nacionalismo opta por su enseñanza y uso obligatorio para convertirlo en un elemento vertebrador de su proyecto social y político. Estos idiomas no desaparecerían sin apoyo institucional, pero su extensión sería, sin duda, muy inferior, minando con ello el discurso y las aspiraciones soberanistas.
Ya basta de mirar hacia otro lado, como hicieron PPSOE durante décadas. Hoy he defendido en el Congreso la ley para garantizar una educación de calidad, libre de manipulación y propaganda ideológica, para formar a ciudadanos libres e iguales. pic.twitter.com/MbqoM4GMdk
— Albert Rivera (@Albert_Rivera) November 21, 2017
Por ello, además de ser obligatorio en la educación, la lengua también se impone como requisito y/o mérito en las plazas de empleo público que ofertan algunas comunidades autónomas. De este modo, los nacionalistas matan dos pájaros de un tiro, ya que, por un lado, exigen su conocimiento para ser funcionario, pudiendo luego imponer su uso prioritario para relacionarse con la Administración Pública, al tiempo que sirven como barrera de entrada para evitar la llegada de profesionales procedentes de otras partes de España, cuyo sentimiento nacionalista, muy posiblemente, brillará por su ausencia.
Que para ser médico o cirujano prime el dominio del catalán o del euskera sobre la valía del profesional en cuestión es, simplemente, una barbaridad que trabaja en detrimento de la calidad sanitaria y, por tanto, del bienestar de la población. Y lo mismo sucede en la educación, segundo gran pilar del adoctrinamiento político. Siendo el colectivo de profesores un puntal clave en la enseñanza y difusión del ideario nacionalista entre las nuevas generaciones, es lógico que la lengua sea un requisito esencial para acceder a una plaza pública, entre otras condiciones. No en vano, tal y como recuerda Convivencia Cívica en un reciente informe sobre el adoctrinamiento en las escuelas catalanas, un borrador del programa de CiU ya avanzaba en los años 90 la necesidad de «promover que en las escuelas universitarias de formación del profesorado se incorpore el conocimiento de la realidad nacional catalana (…), velar por la composición de los tribunales de oposición (…), reorganizar el cuerpo de inspectores de forma y modo que vigilen el correcto cumplimiento de la normativa sobre la catalanización de la enseñanza” y “vigilar de cerca la elección de este personal”.
Con estos mimbres no es de extrañar, por tanto, que más del 40% de los profesores en Cataluña se sientan “únicamente catalanes”, el doble que la media en esa región, o que un 61% sean favorables a la posibilidad de que Cataluña se independice, casi 23 puntos superior a la media de la población catalana (38%), según dicho estudio.
Si a este escorado perfil ideológico de los docentes se suma el diseño sectario y maniqueo de contenidos curriculares, el resultado es la enseñanza de «planteamientos ideológicos partidistas» y «tendenciosos», tal y como revela un informe del sindicato catalán de profesores AMES, tras comparar los manuales de Ciencias Sociales de 5º y 6º de Primaria de las siete principales editoriales que se distribuyen en esta región. Entre otras perlas, estos libros incluyen lo siguiente:
Reivindicación de la historia catalana . De la Corona de Aragón al Estatuto de Autonomía
Por último, pero no menos importante, la manipulación informativa conforma el tercer gran pilar del adoctrinamiento nacionalista. La combinación de medios públicos y subvencionados contribuye a construir la realidad social y política que interesa a este movimiento, aunque a costa, eso sí, del bolsillo de todos los contribuyentes. La Corporación Catalana de Medios Audiovisuales (CCMA) cuenta con hasta cinco canales públicos; la televisión autonómica suma un total de 2.300 trabajadores, casi un 80% más que Mediaset, un 28% más que Atresmedia y casi el doble que Canal Sur; mientras que el dinero público destinado a los medios catalanes superó los 315 millones en 2016, de los que 234 fueron a parar a CCMA, la mayor cuantía a nivel autonómico. En definitiva, la Generalitat cuenta con una amplia estructura de comunicación al servicio de intereses políticos donde la imparcialidad brilla por su ausencia, tal y como denuncia el Colegio de Periodistas de Cataluña.
En definitiva, el uso de la lengua como elemento identitario y excluyente para conformar una artificial dicotomía social entre “catalanes” y “españoles”, la enseñanza del ideario soberanista en las escuelas y la difusión de esta ideología en los medios públicos y privados mediante en el empleo de recursos públicos son los tres grandes pilares del adoctrinamiento nacionalista, tanto en Cataluña como en otras regiones de España. Por ello, tanto la elección del idioma como de la educación deberían ser totalmente libres, al tiempo que deberían desaparecer los medios de comunicación públicos y las subvenciones a la prensa para garantizar que no se cometan este tipo de atropellos.