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Educación

El adoctrinamiento en las aulas catalanas: un drama que no puede arreglar un efímero 155

Javier Barraycoa | 22 de noviembre de 2017

Educación

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El último estudio realizado por la asociación Convivencia Cívica Catalana, cuyo título es «Análisis socio-político del profesorado en Cataluña», refleja que el 61% de los docentes de esta comunidad autónoma son partidarios de la independencia.

Estos últimos meses de vértigo en Cataluña parecen haber despertado a los políticos de su habitual somnolencia respecto a los asuntos estructurales y fundamentales para el buen funcionamiento de una comunidad política. Evidentemente, uno de ellos es el sistema educativo. Pero despertar no significa tener los reflejos para actuar. Por ello, a muchos nos asombró cuando el Gobierno central decidía aplicar un confuso artículo 155 de la Constitución, sin desarrollo legislativo y normativo. Y más cuando esta aplicación estaría vigente hasta las próximas elecciones autonómicas del próximo 21 de diciembre. adoctrinamiento en las aulas

Muchas veces se nos ha preguntado sobre si estamos de acuerdo con que el Estado recupere la competencia de la educación. La respuesta sencilla y complaciente sería que sí, claro. Pero, en muchas ocasiones, el que suscribe ha argumentado que es absurdo recuperar una competencia si no se aborda un problema de fondo, que es el de la ideologización extrema del profesorado catalán. De nada sirve al Estado recuperar una competencia cedida si no es capaz de contener el adoctrinamiento en las aulas. Porque es en el aula donde se juega todo, no en un Ministerio.

El adoctrinamiento nacionalista ha debilitado a España y la escuela es el lugar para sanarla

A nuestro favor, está el estudio realizado por la excelente asociación Convivencia Cívica Catalana titulado Análisis socio-político del profesorado en Cataluña. En este documento, resumiendo, se indica que el 61% de los profesores en Cataluña son partidarios de la independencia. Este dato asusta, pues duplica casi al 38% de la población en general, que dice estar a favor de ese posicionamiento político. Entre la mayoría de ese profesorado, la tendencia al voto es a la formación de ERC. Igualmente, en los ámbitos universitarios, al menos en las élites rectoras, el posicionamiento es claramente a favor de las tesis soberanistas, al igual que la escasa articulación sindical estudiantil.

Ello ha permitido que, desde el 1 de octubre del presente año, en el que se escenificó un referéndum sobre la independencia ilegal per se, el ya extinto Govern de la Generalitat contara con un apoyo casi unánime en el sector educativo, indispensable para montar los colegios electorales. Los dos intentos de huelga general convocados por el sindicato separatista Confederación Sindical Catalana (dirigido por el exterrorista asesino Carlos Sastre) solo han tenido apoyo en los sectores educativos. No eran los trabajadores los que cortaban las carreteras para impedir que los obreros llegaran a sus puestos de trabajo, sino estudiantes lanzados a la calle por sus propios rectorados de las universidades públicas.

En 2011, la que fuera consejera de Educación, Irene Rigau, ya se jactaba de haber “catalanizado el sistema educativo”; en román paladino: el sistema de adoctrinamiento en las aulas ya estaba funcionando desde hace tiempo y muy bien engrasado. Mientras tanto, los diferentes Gobiernos centrales miraban para otro lado y los pocos padres que se atrevían a protestar nunca encontraron apoyo en el Ministerio de Educación y sufrieron (sufren) las humillaciones de la Generalitat. Solo cuando ya se ha evidenciado el enfrentamiento entre el Estado y el sedicioso Gobierno autonómico de Cataluña, entonces han llegado las rasgaduras de vestidos por el adoctrinamiento en las aulas que sufren los niños catalanes.

Libros de texto convertidos en instrumentos de adoctrinamiento y baja calidad educativa

A nadie se escapa que parte de los pactos del pujolismo con los diferentes Gobiernos centrales siempre contenían la inviolabilidad de las políticas educativas de la Generalitat. ¿Que a los niños de Infantil se les hacía elaborar esteladas?; ¿que los libros de texto de Ciencias Sociales en Cataluña, en su inmensa mayoría, son puro adoctrinamiento?; ¿que la mayoría de institutos públicos de Cataluña tienen carteles politizados colgados públicamente, junto a esteladas e incluso pintadas separatistas en los muros de los patios? ¿Nadie lo sabía? En todo caso, cabe preguntarse por qué la alta inspección del Estado en Cataluña nunca ha actuado en materia de educación.

El adoctrinamiento en las aulas no es un problema de ahora

El problema no es el adoctrinamiento en las aulas por parte del nacionalismo catalán. El problema es si algún Gobierno se ha planteado la educación en su verdadera dimensión y no en la generalizada, que es de permanente adoctrinamiento. Porque el adoctrinamiento ha sido aprobado en casi todas las comunidades autónomas, al obligar a introducir en las descripciones curriculares el adoctrinamiento en ideología de género. Y ello ha sido aprobado por partidos que ahora se escandalizan del recién “descubierto” adoctrinamiento en Cataluña.

Desde nuestra experiencia en las aulas universitarias, y en el contacto permanente con profesores y alumnos, al final podemos percibir la frágil frontera entre educar y adoctrinar. Por nuestra parte, a veces hemos planteado en el aula temas muy polémicos sin la más mínima insidia y con el afán de aprender y mostrar al alumno perspectivas que muchas veces en la Educación Secundaria se le habían velado. Y el resultado es sorprendente cuando el alumno intuye que no estás adoctrinando, sino que pretendes ofrecerle profundizar en el conocimiento y en la búsqueda de certezas. Sobre todo cuando han pasado por un sistema educativo cuya única verdad absoluta era el relativismo.

Si queremos solucionar el problema de la educación en Cataluña, no necesitamos un 155, necesitamos educadores.

Imagen de portada: Representantes de la comunidad educativa agitan las llaves de los centros educativos en la jornada previa al 1 de octubre, durante una recepción que mantuvieron con Carles Puigdemont | Agencia EFE
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