Hay jinetes de luz en la hora oscura
José Manuel Muñoz Puigcerver | 22 de septiembre de 2017
La baja productividad de la economía española es un obstáculo para lograr un crecimiento sostenido. Factores como la excesiva temporalidad, el reducido tamaño de las empresas, la asignatura pendiente de la conciliación o la baja inversión en educación, sanidad e I +D frenan la competitividad.
Una vez más, los organismos internacionales alertan en sus informes sobre la crónica baja productividad de la economía española. En esta ocasión, ha sido un estudio del Foro Económico Mundial el que, después de analizar diversos factores que inciden de manera directa en la productividad de los trabajadores en España, nos relega a la posición número 44 de 130, en un listado en el que nos superan países como Eslovenia, Estonia, Letonia, Polonia, Malta, Rumanía, Portugal, Bulgaria, Ucrania, Kazajistán o Tailandia. Desgraciadamente, el debate sobre cómo incrementar la productividad de los factores (y, muy especialmente, la del capital humano) nunca se ha tratado en nuestro país con la debida importancia, inconscientes de que se trata de la variable económica más determinante para lograr un crecimiento sostenido y obviando, de manera totalmente incomprensible, el círculo virtuoso de la economía.
Los salarios más altos van asociados a una mayor productividad. Aquellos países donde los trabajadores cobran sueldos más altos disfrutan de esta situación sencillamente porque estos son más productivos. Así, al disfrutar de una mayor renta disponible, los ciudadanos podrán consumir más (incrementando el PIB) y también ahorrarán más, de manera que el país dispondrá de una mayor cantidad de fondos prestables para poder invertir. Si esta mayor inversión se destina a la realización de actividades que permitan alcanzar nuevas cotas de incremento de la productividad, redundará en un nuevo aumento de los salarios y cerrará, así, el círculo virtuoso anteriormente aludido.
Además, el aumento de la productividad permite producir más output con la misma cantidad de inputs o bien el mismo output con una cantidad de inputs menor, lo que implica que las empresas disminuyen sus costes y pueden vender a precios menores, estabilizando, de esta forma, el nivel de precios (de hecho, este es el motivo por el cual los salarios van ligados a la productividad, ya que, al lograr obtener el empresario un mayor nivel de producción, la subida de salarios mencionada no implica un aumento de los costes laborales). En definitiva, el incremento de la productividad implica un aumento de la oferta agregada a largo plazo y, por tanto, un fortalecimiento de la actividad económica (es decir, del empleo) y una disminución de la inflación: la mejor situación posible para un país desde el punto de vista de la estabilidad macroeconómica.
Por consiguiente, a la hora de diseñar la política económica, los gobiernos en España deberían prestar mucha más atención a las cuestiones que inciden directamente en el incremento de la productividad de los factores, esto es, inversión en educación, en sanidad y en I+D. Sin embargo, la crítica también se hace extensiva al sector privado, ya que, en el informe del Foro Económico Mundial antes mencionado, España obtiene 44 puntos sobre 100 en formación interna de las empresas a sus trabajadores. Una de las consecuencias de la alta temporalidad del mercado laboral es que los empresarios no tienen ningún tipo de incentivo para formar a trabajadores en solución de continuidad en sus plantillas.
Asimismo, se mantiene la asignatura pendiente de la conciliación laboral y familiar, ya que es evidente que la creación de unas condiciones favorables a la misma contribuye, de manera decisiva, a una mayor implicación profesional del trabajador con la empresa y, por consiguiente, a un aumento de su rendimiento. Por último, no debemos olvidar la contribución que realizan al incremento de la productividad cuestiones como la facilidad de acceso a financiación o el tamaño de las empresas. Sobre este último aspecto, es importante señalar que las empresas grandes pueden aprovechar las economías de escala derivadas de mercados de mayor dimensión para ser más productivas y, por este motivo, resultan cruciales los procesos de internacionalización. Sin embargo, en España, el 99% de las empresas son PYMES (menos de 250 trabajadores), por un 95% en Alemania, y, además, como consecuencia del bajo dominio del inglés (una grave carencia, precisamente, formativa), las empresas patrias son muy reacias a exportar.
Trabajar más no es trabajar mejor. En España se trabaja más horas que en Alemania (1.691 horas anuales, frente a 1.371) y, sin embargo, un reciente estudio elaborado por Caixabank señala que, fruto de nuestra menor productividad, el valor de cada hora laboral en España corresponde a 31,3 euros, mientras que en Alemania es de 46,1. Si queremos que España sea una economía competitiva capaz de crear puestos de trabajo estables y erradicar, definitivamente, el problema de la temporalidad (un 27% de los empleos en España son temporales, la segunda tasa más alta de la UE, tan solo por detrás de Polonia) debemos abordar el asunto desde la productividad. Cualquier otra forma de intentar incidir en el dinamismo del mercado laboral será pan para hoy y hambre para mañana.
Decisiones como la subida del salario mínimo interprofesional o el fin del diésel han provocado un incremento de costes laborales, superior al 20%, que acaban pagando los más débiles.