Hay jinetes de luz en la hora oscura
Stefanie C. Müller | 26 de agosto de 2017
Los alemanes están muy orgullosos de su sinceridad, de su honestidad, organización, planificación y supuesto “bien hacer”. También son respetados por la calidad de sus productos en todo el mundo. A pesar de la historia negra de las dos guerras mundiales provocadas por ellos, gozan de un gran respeto desde un punto de vista económico y político.
Sin embargo, ahora, todo lo relacionado con los sectores productivos alemanes se pone en duda. La industria ejemplar, el sector de automóvil, que representa gran parte del crecimiento y bienestar del país, durante años ha engañado al Tribunal de la Competencia, al consumidor, al contribuyente y también a los gobiernos de los últimos 20 años con acuerdos sobre avances tecnológicos, falsificaciones del software de sus coches y muchas más mentiras. Parece que ninguna de las autoridades alemanas, que hasta ahora parecían independientes y eficaces, vio nada. Todo muy raro.
Todo esto es más que un escándalo para el país. Se ha convertido en un drama social y económico, ya que alrededor del producto “coche” se ha desarrollado la cultura alemana desde 1945. El coche era, hasta ahora, un símbolo de estatus y el alemán lo cuidaba como ninguna otra cosa, era su bien más preciado.Las marcas BMW, Mercedes, Audi y Porsche son sellos de gran calidad, al igual que toda la gama de Volkswagen. Los políticos de todos los colores han adaptado específicamente la legislación a una industria cada vez más potente. En Alemania, no hay límite de velocidad en las autopistas. La razón es obvia: para que se vendan los Porsche y los otros vehículos deportivos de las factorías alemanas. El país está conectado por toda una completa red carreteras y autopistas tan tupida como ninguna otra en Europa. Hoy en día, un millón de puestos de trabajo depende en Alemania indirectamente de esta industria y 800.000, directamente. Con los Gobiernos siempre apoyándolas, empresas de componentes como Bosch, Siemens y la propia TÜV (agencia de inspección como la ITV española) han crecido al mismo ritmo que la industria del automóvil “made in Germany”. Ahora, este sello está en peligro.
El periodista alemán Rainer Hank, del prestigioso periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung, que ha descubierto gran parte del escándalo de los acuerdos entre los cinco grandes fabricantes de coches en Alemania en los últimos años (VW, BMW, Audi, Mercedes y Porsche) sobre avances tecnológicos, critica que el país ha basado toda su fuerza económica en un sector industrial: “Nuestra economía vive de una innovación del siglo XIX”. Entonces las cabezas claves eran Rudolf C. Karl Diesel, que crea el motor diésel, y Carl F. Benz y Gottlieb Daimler que, junto a Wilhelm Maybach, inventan el motor de gasolina. Hank cree que Alemania necesita un nuevo estímulo, una nueva revolución industrial para no perder la buena imagen económica que tiene el país y, sobre todo, para no perder el tren en las políticas de medio ambiente: “Hay que admitir que el ingeniero alemán se ha dormido los últimos años.”
Por todo ello, estos escándalos en el mundo del motor pueden tener un efecto muy positivo para Alemania, en el sentido de que, habiendo demostrado en el pasado tener una cultura de autocrítica constructiva, debe invertir ahora con ayuda del gobierno en otros segmentos, como el sector de la salud, el Big data, IoT (Internet of Things) y también en el sector energético, donde empresas como Toyota y Tesla han sabido posicionarse mejor que sus competidores germanos.
Los alemanes de a pie quieren también un cambio en la movilidad y en las grandes ciudades mucha gente ya no tiene coche, debido no solo al colapso del tráfico, sino porque también aspiran a un nuevo estilo de vida, como a nivel mundial aspiran ya muchas de las nuevas generaciones, como Álvaro Bernat Müller: “Para mí, tener un coche no es un objetivo, ni siquiera tener el permiso de conducir. Pero tener una buena bici sí me parece guay.”
Este deseo de convertir lo malo de “la mafia del motor” en algo bueno para Alemania se expresa no solamente en iniciativas como ecross, una competición de coches eléctricos ya reconocida en Alemania, sino también en que la editorial líder en información económica, Handelsblatt, ha lanzado ahora una revista que solamente trata temas de innovación eléctrica y e-movilidad. La revista se llama Edison, como el inventor americano de la bombilla. Su editor jefe, Franz Rother, que era un fan de coches antiguos y de los de gran velocidad, reconoce que vivimos una revolución en el mundo de movilidad y que Alemania no la está liderando: “Los ingenieros y políticos alemanes deben posicionarse otra vez al frente de las nuevas formas de moverse por la ciudad”.
Si gana Angela Merkel las próximas elecciones generales en septiembre, y todo parece que va a ser así, su reto será transformar la economía alemana, haciéndola más diversa, más innovadora y futurista, además de incentivar a los ingenieros alemanes, que tan buena fama tienen, a empezar a revolucionar otra vez la historia, como hicieron los ingenieros Benz, Daimler o Diesel. Algo que ya es urgente, porque no solamente en el extranjero se ha dañado la imagen del “made in Germany”, sino también dentro del país. En una encuesta de la TV alemana ARD-DeutschlandTrend, dicen en cincuenta y siete entrevistas que ya han perdido la confianza en la industria automovilística alemana.
Alemania investiga a su industria del automóvil por violar la competencia https://t.co/xzFfJJut8f
— EL PAÍS (@el_pais) July 22, 2017
Los alemanes, que propagan por todo el mundo la transparencia e independencia de las autoridades, deben desvincular de la política a sus grandes empresas, Volkswagen, BMW, Audi, Daimler, Siemens o Bosch. Es lo que también exige la actual ministra de Medio Ambiente, Barbara Hendricks: “Hemos estado demasiado cerca de la industria y no podemos cerrar los ojos, también somos responsables de lo que está pasando en el sector”.
Angela Merkel no solamente debería forzar que el Estado salga del capital del fabricante más grande de Alemania, Volkswagen, donde la comunidad autónoma o Bundesland de Niedersachsen todavía tiene un 20 por ciento, sino que también tendría que hacer una política menos dependiente de los intereses de unas pocas empresas. Está claro que, vigilando los intereses y un millón de puestos de trabajo vinculados a dicha industria, necesita también una visión a largo plazo que posicione fuertemente a Alemania en el sector de la e-movilidad.
Lamentablemente, el último paso de la industria, lanzando un nuevo motor diésel este otoño, supuestamente más limpio y subvencionado por el Gobierno regional de Baviera, va en la dirección contraria. Sin embargo, Noruega, más innovadora, ha decidido poner fin a los motores de combustión en 2025… Francia se lo está pensando también.
Decisiones como la subida del salario mínimo interprofesional o el fin del diésel han provocado un incremento de costes laborales, superior al 20%, que acaban pagando los más débiles.