Hay jinetes de luz en la hora oscura
Javier Morillas | 08 de mayo de 2017
Se había iniciado 2017 con la corrupción como segunda gran preocupación de los españoles, tras el paro, según datos previos del CIS. Y, ciertamente, es una lacra que en cualquier sociedad tiende a embarrarlo todo.
Desvía recursos de los pobres a los ricos, que tienen más medios para corromper. Genera inflación, ya que los pagos por corrupción aumentan costes, siempre repercutidos en la cadena de precios. Incrementa el déficit fiscal y la deuda, encareciendo contratos públicos. Dificulta y encarece el comercio interior y exterior. Fragiliza la empresa privada a la que resta recursos para invertir y crear empleo. Incrementa la picaresca, acabando por generalizarse socialmente. Y afecta a las calificaciones de prima de riesgo-país, en la medida en que los analistas e inversores también internalizan la percepción de la corrupción para sus análisis y, en todo caso, los inversores y ahorradores institucionales e internacionales no gustan de operar en economías con baja reputación. Y es que con su alto coste, en fin, extraeconómico y político, genera ineficiencias y desajustes en toda la cadena de valor de la sociedad, siempre afectando a los más vulnerables, con menos capacidad de defensa y pago.
De hecho, un nivel alto de corrupción no solo dificulta sino que imposibilita literalmente el desarrollo, como observamos en una mayoría de países del tercer mundo
Sin embargo, en España, las medidas pro-transparencia adoptadas en los últimos años y un cúmulo de casos mediáticos, concentrados en el tiempo y dejados al desnudo con la crisis, han acabado por transmitir la idea errónea a la ciudadanía de que somos un país corrupto. Pero no nos dice eso el Índice -entre 0 y 10- de Corrupción internacionalmente utilizado y calculado por los colegas de la Universidad de Passau, Alemania. Oscila entre el 9’1 (Dinamarca) de los países «menos corruptos» y el 0’8 (Somalia), sin que haya ningún país «absolutamente limpio» ni «absolutamente corrupto». Con Italia, suspenso (4’7) y en el puesto nº 60.
España, que estaba entre los veinte primeros, ha venido cayendo en los últimos diez años. Todavía en 2012 teníamos un aprobado alto (6,5). Pero ahora «aprobamos» con un 5’8 y España se sitúa en el puesto 41 de entre los 195 países del mundo. Que no es el mejor, pero tampoco España es el pozo de corrupción en que algunos, en el interior y también desde el exterior, intentan desmerecer la recuperación económica. Pero es lo que tiene el análisis comparado. Que siempre podemos conocer nuestra posición relativa. Lo que no cabe es sostener masoquismos desmoralizantes ni recuperar pesimismos noventayochistas.
Decisiones como la subida del salario mínimo interprofesional o el fin del diésel han provocado un incremento de costes laborales, superior al 20%, que acaban pagando los más débiles.