Hay jinetes de luz en la hora oscura
Ana Samboal | 23 de abril de 2018
En 2008, cuando se adivinaba ya una entrada en barrena de la economía que solo el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y sus más fervientes palmeros se atrevían a negar, el Fondo Monetario Internacional (FMI) pronosticó que España crecería un 1,4%. Cerramos el ejercicio con un avance algo más moderado, del 1,2%, pero habíamos entrado ya en recesión, con dos trimestres consecutivos de contracción de la actividad. El ciclo negativo era un hecho, pero el FMI quiso ser prudente y calculó que en 2009 el crecimiento se contraería en siete décimas. La caída, del 3,6%, fue brutal. Acompañada de una multiplicación del déficit, que superó los once puntos, que todavía hoy, casi una década después, tratamos de digerir. El Fondo Monetario Internacional se había quedado corto, demasiado corto en sus cálculos. Es un clásico, también lo hace a la hora de calcular la recuperación. En 2014, el año oficial de la salida de la recesión, esperaba un crecimiento nulo. Sin embargo, el Producto Interior Bruto (PIB) avanzó un sorprendente 1,4%. Aunque revisa dos veces al año sus previsiones, en primavera y otoño, el organismo, con sede oficial en Washington, no suele dar en la diana con ellas. Falla, falla a menudo, pero suele acertar a la hora de describir las tendencias y, sobre todo, cuando identifica los fallos estructurales de un país.
La recuperación en curso de la economía mundial ofrece una oportunidad ideal para lograr un #crecimiento más fuerte e #inclusivo. #WEO https://t.co/lhZJ8RHdmO pic.twitter.com/mnYjlT0hYp
— FMI (@FMInoticias) April 17, 2018
Para este ejercicio, el FMI calcula que España crecerá un 2,8%. Es algo más optimista que la Comisión Europea o el consenso de los analistas, pero apenas se despega una décima de sus pronósticos. Tanto Bruselas, como el Banco de España o el propio Gobierno en su proyecto de Presupuestos certifican que la nuestra es una de las economías más dinámicas del mundo en este momento. Solo Estados Unidos nos supera entre las nueve más desarrolladas del planeta. Y la buena noticia es que ese crecimiento se verá favorecido por el clima internacional. El mundo crece de forma robusta y, aunque es posible que veamos una desaceleración en los países más ricos en 2019 (aún es demasiado pronto para tomarse en serio los promósticos del FMI a un año vista), la única gran amenaza es Donald Trump y su obstinación en establecer barreras fronterizas, que pueden acabar desembocando en una guerra comercial.
El problema de España, tal y como apunta con acierto el organismo que dirige Christine Lagarde, es que no estamos aprovechando la bonanza para atacar de raíz los desequilibrios. No se justifica que seamos la economía más pujante de Europa y, sin embargo, nos mantenemos con el más elevado nivel de déficit de la eurozona. ¿Será que estamos estimulando la actividad a base de gasto público, en vez subir la productividad, que nos convendría mucho más? Los economistas de Washington no entran en el porqué, pero certifican ese desequilibrio entre ingresos y gastos está cada vez menos justificado. La consecuencia: nuestra deuda es altísima, supera el 98% del Producto Interior Bruto. Son nada menos que 1,14 billones de euros. Y lo peor es la tendencia, porque no ha hecho más que subir, de forma desmesurada, nada menos que doce puntos en apenas cinco años. Es el talón de Aquiles de nuestras cuentas públicas. Y aunque JP Morgan ha venido a echar una mano al Gobierno declarando que no es un problema mientras estemos creciendo (y ellos creen que seguiremos haciéndolo), lo cierto es que difícilmente se puede admitir que las administraciones públicas gasten cada vez más, cuando el apalancamiento privado sigue descendiendo. ¿Cuánto bajarían los impuestos si recortáramos el gasto? ¿Cuánto si el desembolso en intereses fuera menor? ¿A qué renunciamos porque tenemos que gastarlo en deuda? ¿Cuál será el impacto en nuestro presupuesto público una vez que comiencen a subir los tipos de interés, probablemente en 2019? Sería un error dejar caer en saco roto los consejos del FMI. Y el organismo no solo nos recomienda prudencia a la hora de gastar. Piensa también que habrá que rediseñar el IVA para hacerlo más eficiente. Al parecer, deberíamos recaudar más. Probablemente, Cristobal Montoro ya habrá tomado nota.
Sin embargo, lo más preocupante de ese informe sobre España vuelve a centrarse en la demografía y su impacto en el mercado laboral. La dualidad se mantiene y, si esta legislatura no estuviera ya perdida, es una de las cuestiones en las que deberían haber entrado en profundidad nuestros diputados. El acuerdo de investidura entre PP y Cs para introducir en España el modelo de mochila austríaca podría ser la respuesta a ese desequilibrio, pero sólo ha vuelto a salir a relucir en los mítines. Necesitamos aparcar los eslóganes para revisar el impacto de la reforma laboral, corregir sus efectos perversos y favorecer las corrientes positivas. Además de estudiar con seria preocupación la deriva de la población. Somos cada vez más viejos como sociedad. Por tanto, menos productivos, más necesitados del gasto público. Ése es el gran reto al que tenemos que hacer frente como país y no sólo por interés económico: ¿por qué no nacen niños en España? ¿cómo revertimos la tendencia? El FMI acierta al diagnosticar uno de nuestros más graves problemas.
Decisiones como la subida del salario mínimo interprofesional o el fin del diésel han provocado un incremento de costes laborales, superior al 20%, que acaban pagando los más débiles.