Hay jinetes de luz en la hora oscura
Miguel Córdoba | 21 de diciembre de 2018
Ganar el gordo de la lotería es algo que motiva a los españoles. De nada sirve que la probabilidad de percibir algo en el sorteo sea tan solo del 5%, y de un 10% si hablamos de devolver lo jugado. Es parte del folklore patrio que no puede faltar en Navidad.
Decía Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos, que la lotería era algo maravilloso, ya que hacía recaer los impuestos solo en aquellos que deseaban pagarlos de buena gana. Y así ha ocurrido en los últimos doscientos años en la mayoría de los países occidentales, en los que los Gobiernos han controlado las loterías y apuestas de los ciudadanos para garantizarse un ingreso importante para las arcas públicas.
En el caso español, la Lotería Nacional comenzó a jugarse en el año 1812 y, desde entonces, se ha convertido en una tradición que forma parte de la vida de la mayoría de los españoles, especialmente la lotería de Navidad, que ya es algo intrínseco a las fiestas navideñas. Y no será porque los españoles no conozcan las condiciones del sorteo, ya que Hacienda retira en origen el 30% de toda la recaudación (en torno a los 3.000 millones de euros) antes de que se celebre el sorteo, y después retira el 20% de todos los premios que superen los 40.000 euros (Desde el cambio de norma de enero de 2020).
Pero eso de jugar un décimo o unas papeletas con los familiares o compañeros de trabajo se ha convertido en algo así como un folklore patrio, que parece que no puede faltar en el mes de diciembre de cada año. Tampoco les importa a los españoles que la probabilidad de que puedan ganar algo en el sorteo es tan solo del 5%, y de que les devuelvan lo jugado es del 10%. El 85% de los décimos se queda irremediablemente sin ningún premio. Pero eso de ganar el “gordo de la lotería” es algo que motiva, en cierto modo de manera irracional, a la mayor parte de los españoles, y que la probabilidad de que te toque el gordo de la lotería sea de una entre 100.000 tampoco les preocupa.
Se juega como parte de un fenómeno social, en el que, si a alguien se le ofrece un décimo o una papeleta y los rechaza, se le considera como un ser con poca empatía con su entorno. Así que, al final, y para regocijo de la ministra de Hacienda, todos acabamos llevando un rosario de números al sorteo del día 22 de diciembre, y después nos lamentamos cuando solo nos han tocado un par de reintegros o una pedrea. Pero, al año siguiente, volveremos a hacer lo mismo.
Algunos, además, le dan un toque de superstición a la elección del número. “No me dé ese número que es feo”, cuando las cien mil bolas son homogéneas y tienen la misma probabilidad de salir elegidas en el bombo. “Vamos a comprar el número a Doña Manolita o en La Bruixa d’Or”, cuando allí tocan más premios sencillamente porque se juega mucho más y los establecimientos diversifican su oferta de números comprando muchos diferentes para maximizar las posibilidades de que uno de sus números consiga uno de sus premios. Ya lo hemos dicho, folklore patrio.
Lo que sí podemos garantizar es que hoy en día la lotería de Navidad es un sorteo muy bien organizado, en el que las probabilidades de los diferentes números están garantizadas y se cuida muy mucho la limpieza. Los casos en los que hubo dos Gordos quedan como curiosidades históricas (en 1837 salieron el 3.616 y el 23.033), especialmente cuando en plena Guerra Civil, en 1938, se celebraron dos sorteos, el de la zona republicana en Barcelona (el gordo de la lotería fue 22.655) y el de la zona nacional en Burgos (el otro gordo de la lotería fue 36.758).
Supongo que muchos españoles jugarían de las dos loterías, al margen de sus preferencias políticas, pero de lo que nunca se enteró Franco fue de que un funcionario de Loterías, no afín al régimen, le jugó una mala pasada, e incluyó el “Gordo” republicano en la lista histórica de números premiados en los sucesivos sorteos (excluyendo el sorteado en Burgos), y que ha estado vigente hasta la actualidad.
Pero, en fin, como ya hemos indicado, a quien le toca verdaderamente el gordo de la lotería es a Hacienda, y los sufridos españolitos lo único que podríamos hacer es jugar al Niño, que es una lotería con más probabilidades (7,82% de que nos toque algo y tres reintegros); pero hasta aquí influyen la tradición y el folklore, y la mayoría seguimos jugando en Navidad y no en el Niño (salvo algún simpatizante de Eslovenia, que seguro que solo juega a la Grossa). Es nuestra idiosincrasia y además tiene sus ventajas, ya que “Hacienda somos todos”, por lo que, aunque no nos toque nada directamente, de los más de mil millones que se requisan en la lotería de Navidad, indirectamente, algo nos debería tocar, aunque sea que al año siguiente tendríamos que pagar menos impuestos (no es verdad, pero en estas fechas debemos tratar de ser positivos). Mis mejores deseos en estas fiestas tan entrañables.
Decisiones como la subida del salario mínimo interprofesional o el fin del diésel han provocado un incremento de costes laborales, superior al 20%, que acaban pagando los más débiles.