Hay jinetes de luz en la hora oscura
José Manuel Muñoz Puigcerver | 16 de marzo de 2017
Tras el referéndum del pasado 23 de junio, mediante el cual Reino Unido se convertía en el primer país que decidía abandonar el barco de la Unión Europa en sus ya más de 65 años de historia, cabría preguntarse qué hubiese ocurrido si, en plena reconstrucción del Viejo Continente tras la Segunda Guerra Mundial, el famoso Tratado de la CECA también hubiese sido sometido al escrutinio de la voluntad popular.
Las cuestiones europeas, tradicionalmente, suelen avivar viejos y rancios nacionalismos que tienden a nublar el raciocinio e impiden tomar decisiones con cierta racionalidad. Solo así se entiende que, justo un día después de la victoria del brexit, la pregunta más formulada por los británicos en los buscadores de internet fuera: “¿Qué es la Unión Europea?” o que, al cabo de una semana de celebrarse el referéndum, más de cuatro millones de firmas de arrepentidos de haber optado por la alternativa Leave abogaran por la repetición del plebiscito.
La Unión Europea puede sobrevivir sin Reino Unido, pero no sin Alemania o Francia. El brexit puede convertirse en una oportunidad de avanzar en el proyecto europeo federalista
Hace solo unas semanas, la actual primera ministra británica, Theresa May, nos proporcionó una muestra más de lo que supone la anteposición de los asuntos identitarios frente a los intereses económicos, al afirmar que Reino Unido prefiere establecer control sobre sus fronteras a permanecer en el mercado único: desde el 10 de Downing Street se apuesta por un brexit duro y la Unión Europea deberá tomar cartas en el asunto y posicionarse acerca de qué actitud tomar en las futuras negociaciones con el Gobierno británico.
Quizás la postura más beligerante en el seno de la propia Unión Europea haya sido la tomada por el presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker, quien ya recriminó a los europarlamentarios británicos euroescépticos su presencia posterior al resultado del referéndum en las instituciones europeas y que, además, ya ha anunciado que el divorcio con Reino Unido no será amistoso.
No cabe duda de que, a pesar del comprensible despecho que pudiera sentir Bruselas por el comportamiento de Reino Unido (ya que, desde su pertenencia al club comunitario, en 1972, la UE ha hecho todo lo humanamente posible para que los británicos se sintieran cómodos formando parte del proyecto comunitario y, aun así, a la vista de Londres, los esfuerzos realizados han resultado insuficientes) sería perjudicial para los propios intereses del resto de países miembros no alcanzar un acuerdo que permita mantener lazos comerciales y políticos con Londres. De hecho, las estimaciones de la Comisión Europea son que el PIB de la Unión Europea puede llegar a contraerse entre el 0,2% y el 0,5% como consecuencia del brexit. Sin embargo, es absolutamente inadmisible una zona aduanera a la carta, tal y como pretende May, en la que se mantenga la libre circulación de bienes, de servicios y de capitales, pero no la libre circulación de personas.
Acceder a las pretensiones británicas de obtener todos los beneficios de ser miembro de la Unión Europea sin estar en la Unión Europea y, por tanto, sin ninguna obligación de contraprestaciones, es una invitación a que los populismos y los movimientos euroescépticos que ya están exhibiendo músculo en países como Dinamarca, Alemania y, sobre todo, en Holanda y Francia (donde ya se habla de Nexit y de Frexit, respectivamente) tomen el mismo camino. La UE puede sobrevivir sin Reino Unido, pero no sin Alemania o Francia y, quizás, el hecho de que el país que desde siempre estuvo boicoteando desde dentro el proceso de integración finalmente quede fuera sea una oportunidad de avanzar en el proyecto europeo federalista que, desde sus inicios, tenían en mente los padres fundadores.
De hecho, el pasado 7 de marzo tuvo lugar en París una reunión a cuatro entre los presidentes de los países con mayor peso político y económico de la UE: Alemania, Francia, Italia y España. En dicha reunión, los líderes políticos simbolizaron la unidad del núcleo duro europeo y realizaron un llamamiento al establecimiento de la “Europa a varias velocidades”. El mensaje fue claro y evidente: nunca más se debe permitir que un país boicotee, desde dentro, el propio proceso de integración.
Unidad, coordinación y competitividad para lograr más crecimiento, empleo y bienestar en la #UE; nuestras prioridades pic.twitter.com/WkuW5m8o8r
— Mariano Rajoy Brey (@marianorajoy) March 6, 2017
Unos países avanzarán más deprisa, otros lo harán más despacio, pero el proceso hacia un modelo europeo federal debe continuar su marcha de manera inexorable. En ese sentido, fue, precisamente, el representante del Gobierno español, Mariano Rajoy, quien se mostró más partidario de esta idea, afirmando que Europa debe progresar “apostando por más y mejor integración”.
Hace pocos días, además, salió a la luz un informe interno del Gobierno de España en el que se detallaban las consecuencias para nuestro país de la salida de Reino Unido de la UE. En él, se alude a una disminución del PIB nacional, además de a una caída del turismo y de las exportaciones a tierras británicas e, incluso, de un posible aumento de la contribución española al presupuesto comunitario.
El brexit perjudicará a ambas partes, pero mucho más a Reino Unido que a la Unión Europea (el propio gobierno británico realizó un estudio antes del referéndum en el que estimaba una contracción de entre el 3,6 y el 6% del PIB ante una eventual salida de la Unión Europea e incluso algunas fuentes llegan a hablar de una contracción de casi el 10%, algo lógico teniendo en cuenta que la UE en su conjunto es, con mucho, el principal socio británico, representando el 60% del total de sus exportaciones) y esta debe dejar claro cuál de los dos bandos tiene mayor poder en la negociación.
Si bien Theresa May afirmó que la voluntad de Reino Unido es seguir formando parte de la unión aduanera sin someterse al arancel común frente a terceros, porque su intención es abandonar la UE pero no irse de Europa, Bruselas, en aras de mantener el proyecto europeo a flote, debe dejar claro que tal opción no es posible. Como bien se dijo en los días posteriores al referéndum, leave is leave y Reino Unido debe saber que fuera hace mucho frío.
Decisiones como la subida del salario mínimo interprofesional o el fin del diésel han provocado un incremento de costes laborales, superior al 20%, que acaban pagando los más débiles.